España parece estar sorprendida ante unos hechos que llevan años sucediendo.

Fatiha El Mouhali y Salma Amzian

Durante estos días, los niveles de revictimización y paternalismo que hemos podido observar, escuchar y leer en relación a las protestas y denuncias de las mujeres marroquíes, trabajadoras temporales de la fresa en la provincia de Huelva, han alcanzado niveles insoportables. España parece estar sorprendida de unos hechos que llevan años sucediendo y llevamos una década denunciando.

Nadia Messaoudi ya denunció, durante 2008, la situación de las mujeres marroquíes en los campos de Huelva en un medio francés con un artículo titulado “12.000 mères marocaines pour la fraise espagnole”. Jaouad Midech también lo hacía en el mismo año. Después de una extensa investigación en los campos españoles, franceses e italianos, Chadia Arab publicaba, bajo el título “Les Marocaines à Huelva sous ‘contrat en origine’. Partir pour mieux revenir”, un trabajo que a través de entrevistas con mujeres temporeras y de un amplio trabajo en el terreno sacaba de nuevo la situación a la luz en 2009. El trabajo se ha hecho libro este febrero pasado con el título Dames de Fraises, doigts de fée, les invisibles de la migration saisonnière marocaine en Espagne. En Marruecos, la revista Bladi.net se refería a esta realidad en 2010. En 2016, Fatiha El Mouali, coautora de este artículo, hacía la misma denuncia en el seno de unas jornadas sobre feminismos y violencias en Barcelona.

En primer lugar, habría que dejar claro lo que parece no ser importante sino para unas pocas. ¿Quiénes son estas mujeres? Se trata de mujeres trabajadoras migrantes en situaciones de explotación y bajo múltiples violencias en los campos andaluces; mujeres marroquíes provenientes de una excolonia española. Todas ellas provienen de zonas empobrecidas de Marruecos, tierras abandonadas por los gobiernos locales y saqueadas en su momento por los poderes coloniales.

Muchos marroquíes, sobre todo hombres jóvenes, venían a trabajar a los campos andaluces antes del cierre de las fronteras. Venían a hacer la temporada y se iban, sin ninguna intención o necesidad de quedarse en España. Todo cambió cuando el Fondo Monetario Internacional obligó a Marruecos a implantar, en 1984, un plan de austeridad que forzaba al Gobierno a bajar las inversiones en educación, sanidad, infraestructuras y asuntos sociales. Dicho plan afectó de forma más aguda al norte de Marruecos. No es casualidad que, un año después, el Estado español cerrara sus fronteras con la aprobación de la Ley de Extranjería. Todo formaba parte del mismo plan: empobrecer Marruecos creando en sus territorios la necesidad de migrar mientras se desarrollaba toda la maquinaria conformada por los dispositivos de control y expulsión migratorio que tan lucrativos resultan para Europa.

Capitalismo y patriarcado racial: el horror en los campos de Huelva

Debemos entender la forma a través de la que ciertos trabajos se racializan y generizan. Las mujeres marroquíes hacen el trabajo que la población blanca española no quiere hacer. Y son ellas las que recogen la fresa, no los hombres, ya que el imaginario colonial español nos ha construido como seres sumisos y obedientes. Es necesario tener en cuenta que, para estos trabajos, se contrata principalmente a mujeres provenientes de áreas rurales y empobrecidas que no han recibido una educación formal, mujeres menores de 45 años que dejan hijos menores de edad en Marruecos. Esta es la cruda realidad. Todo ello para poder someterlas, explotarlas y abusar de ellas con mayor facilidad y asegurarse de que no huyan cuando las devuelvan. Pero esto no acaba aquí. ¿Qué es exactamente lo que está ocurriendo en Huelva?

Teresa Palomo, fotoperiodista que se ha trasladado a la provincia de Huelva, relata las condiciones en las que las mujeres marroquíes trabajan, desde hace años, en el campo andaluz. Muchas de estas mujeres no saben ni siquiera cómo se llama la empresa que las contrata y tampoco cómo formalizar una queja. No se permite que las trabajadoras sociales y activistas entren a las fincas y si, por casualidad, alguna de estas trabajadoras consigue ponerse en contacto con ellas, ocurre lo siguiente. Los capataces gozan del favor de algunas de las mujeres —las más antiguas en las campañas temporales— que son usadas como “chivatas”. Cuando los representantes políticos, por ejemplo, acuden para descubrir lo que está sucediendo, estas “chivatas”, aliadas de los capataces, son utilizadas para negar todas las denuncias y confirmar las posiciones de los empresarios. Si éstas descubren que existe la posibilidad de una queja pública, los dueños del negocio castigan a las responsables. ¿Cómo? Con una o dos semanas sin trabajar y cobrar o enviándolas directamente de vuelta a Marruecos. Hay que añadir la dificultad del idioma, la inmensa mayoría de ellas no hablan ni leen español por lo que necesitarían intérpretes para formalizar las quejas.

Muchas de las mujeres que han llegado a Huelva han tenido que hacer una inversión desmedida para pagar sus propios visados y viajes a pesar de que, según los convenios, los viajes deberían cubrirlos las empresas. En muchos casos, no llegan a ganar lo suficiente para recuperar tales gastos, ya que no se les garantiza en ningún momento que vayan a trabajar los tres meses que dura la temporada. Además, ellas se tienen que costear su manutención y en algunos casos incluso se les cobra el alquiler habitacional.

Los territorios del Estado español son el escenario de múltiples cruzadas contra “lo moro” y, también, los encargados de mantener las fronteras de Europa.

En los finiquitos que han firmado no se les paga la cantidad estipulada para el trabajo por el que fueron contratadas. Los capataces les aseguran que el resto les será enviado cuando estén de vuelta en Marruecos, pero hablamos de acuerdos de palabra que no figuran en ninguno de los documentos legales. En muchas ocasiones, el importe ausente es usado, sin su consentimiento, para pagar el precio de los viajes de vuelta. A causa de que la mayoría de ellas no saben leer es imposible que se percaten de que serán engañadas y estafadas. Muchas de ellas no saben lo que deben cobrar, así que, cuando se les paga menos o, directamente, se les roba, no se quejan.

Teresa reporta que si se ponen enfermas o tienen alguna molestia no las trasladan al médico. Si no saben cómo moverse o no tienen alguien que las ayude, la situación se endurece, y si preguntan, las castigan sin trabajar. Además, viven en cortijos o chabolas que se encuentran a kilómetros del núcleo urbano, mal comunicados, por lo que si tienen que comprar comida o ir al médico tienen que andar durante horas.

El número de abortos en esta zona es extremadamente elevado, especialmente entre las mujeres migrantes. Los abusos sexuales y las violaciones son constantes y quedan impunes en fincas que están perdidas en medio de los campos. De hecho, a muchas de ellas les sucede lo siguiente. Al llegar a España, los capataces les quitan los pasaportes y no se lo devuelven hasta el momento de expulsarlas a Marruecos. Para recuperarlo, antes les piden cantidades enormes de dinero o favores sexuales.

El visado de las trabajadoras cubre el tiempo total hasta fin de temporada. Sin embargo, a partir de las quejas públicas, los capataces han decidido que la temporada ha finalizado. La intención no es otra que poder enviarlas de vuelta a Marruecos, aunque los campos siguen llenos de fresa. En Almonte, donde trabajaban las mujeres que iniciaron las denuncias el viernes pasado —16 del mes de Ramadán—, ya no queda ninguna mujer, todas han sido devueltas a Marruecos.

El legado colonial y la recogida de la fresa

No es una cuestión abstracta. Solo una comprensión de la forma en que raza, clase y género se imbrican en el orden colonial moderno nos ayudará a entender las violencias estructurales que se dan en el campo andaluz, ejercidas desde el Estado y sus instituciones. Cuando las mujeres marroquíes se trasladan (o son trasladadas) de Marruecos a España siguen estando atrapadas, encerradas en esas relaciones coloniales de dominación.

Por lo tanto, ¿es suficiente señalar a la empresa Doñana 1998 o a los múltiples integrantes de la Manada convertidos en capataces de plantación? No, no lo es. ¿Es suficiente señalar los abusos sexuales y los incumplimientos de los convenios? No, no lo es. Hay que señalar que debemos entender “el racismo, el sexismo, las prácticas del capitalismo racial e imperialistas del Estado como jerarquías vinculadas entre sí” (como ya hemos dicho anteriormente).

El legado colonial español no puede entenderse sin atender a la realidad del extractivismo económico practicado durante siglos por las empresas españolas en Marruecos para explotar sus materias primas y enriquecer las arcas de la potencia extranjera. En la actualidad, además de lo mencionado, se extraen personas, a través de diversas estrategias, para hacer los trabajos que los españoles no están dispuestos a hacer. Los territorios del Estado español son el escenario de múltiples cruzadas contra “lo moro” y, también, los encargados de mantener las fronteras de Europa.

La Ley de Extranjería se creó para que el Estado español pudiera disponer de los cuerpos de las poblaciones de las excolonias mientras se reservaba el “derecho” a desecharlos cuando no le fueran necesarios, objetivo que ha sido exitoso. La tan citada Ley de Extranjería se promulga, entre otros motivos, para “extranjerizar” a la población marroquí de las actuales colonias africanas españolas, Ceuta y Melilla, obligándolas a someterse a un proceso de “regularización o expulsión”. Es por medio de esta ley que se comienza a construir la categoría de inmigrante trabajador (siempre) temporal. Que las experiencias moras sobre esta ley racista y colonial no tengan ningún impacto mediático o discursivo tiene que ver, precisamente, con la forma de racismo específica que afecta a la población marroquí.

Es el sistema racista, sexista y colonial el que convierte a las mujeres marroquíes trabajadoras temporales en Huelva en sujetos dispensables que pueden ser explotados, laboral y sexualmente

No podemos entender la situación de las temporeras marroquíes en Huelva sin atender a las relaciones de poder que se inauguran con el colonialismo. Estas relaciones de poder perduran hoy en día y, muy especialmente, a través de los procesos de deshumanización que experimentan las personas provenientes de los territorios colonizados, ahora convertidos en “territorios de origen migratorio”. Lo repetimos porque parece que no acaba de aceptarse: es el sistema racista, sexista y colonial el que convierte a las mujeres marroquíes trabajadoras temporales en Huelva en sujetos dispensables que pueden ser explotados, laboral y sexualmente.

El discurso colonial sobre la mujer marroquí, que la construye como sumisa, oprimida y sin agencia política, se ha ido sofisticando a lo largo del tiempo. Durante la época colonial, los relatos de viajeros, antropólogos y cronistas coloniales construyeron a esta “mujer marroquí” de forma impune. Actualmente, en un mundo globalizado que sigue reproduciendo los mismos discursos y patrones, se hacen necesarios dispositivos de control más sofisticados.

Esta imagen sobre nosotras se desmorona desde el momento en que nos hacemos carne en estos territorios, y, sobre todo, cuando nos hacemos voz. Por lo tanto, había que diseñar nuevas y mejores formas de invisibilizarnos y silenciarnos. La forma más efectiva de llevar a cabo lo mencionado fue la Ley de Extranjería, dispositivo deshumanizador, racista y patriarcal. Por un lado, y a través de la misma, se prohíbe trabajar a las mujeres marroquíes migradas al Estado español por reagrupación familiar, relegándolas a un rol eterno de cuidados no remunerados. Así mismo, la única manera en la que se permite trabajar a una mujer marroquí es en el ámbito doméstico. Es decir, ocupando el mismo rol de cuidados, esta vez remunerado, pero sin derechos laborales algunos. Por último, se encuentran las trabajadoras temporales de los campos de Huelva, que sí tienen permiso de trabajo; de hecho eso es lo único que tienen.

Las ONG de la zona, como Cruz Roja o Cepaim, alegan que no tienen constancia ni pruebas de lo que está aconteciendo. Es importante advertir que ninguna de las mismas se persona en los campos y cortijos donde trabajan y viven las mujeres para comprobarlo. No tener constancia de un secreto a voces solo significa que se está siendo cómplice del mismo. No vamos a pedir a estas instituciones una radicalidad antirracista que ni ha formado ni formará parte de sus programas. Pero si están interesadas en desarrollar el papel de la asistencia primaria, hay que decir que, en el caso de la situación de las trabajadoras migrantes en los campos andaluces, están eludiendo este cometido de una forma alarmante.

Por otro lado, se están produciendo narrativas y estrategias feministas que no están siendo capaces de percibir su propia blanquitud y superar los límites correspondientes en lo que respecta a sus bienintencionadas denuncias y análisis. Ignorar constantemente las cuestiones raciales y coloniales tiene un precio que va mucho más allá de la teoría. Dichas estrategias no son suficientes y, cuando se reiteran estas cegueras, se convierten, además, en cómplices del capitalismo y el patriarcado raciales, así como del imperialismo. Por eso es tan necesario y urgente hacer un llamamiento a los feminismos, para que descentren sus experiencias particulares, locales; para que se sumen a la lucha de las mujeres marroquíes y no impongan lecturas y estrategias que lejos de ayudar a liberarlas acaban legitimando y enraizando las violencias estructurales que las oprimen. También hay que extender el llamamiento a las organizaciones que luchan en este territorio por los derechos humanos y pedirles el mismo ejercicio de descentramiento para poder desarrollar herramientas eficaces entre todas.

Mujer marroquí significa dignidad y resistencia

Los pueblos marroquíes son resistencia y dignidad. El Rif, Yerada y los boicots a Danone, Sidi Ali y Afriquia nos lo están recordando. Las mujeres marroquíes somos resistencia y dignidad. Nosotras lo sabemos, nuestras abuelas, madres y tías nos lo han enseñado. Las temporeras de la fresa de Huelva nos lo están recordando.

Para nosotras, las denuncias y protestas en Huelva forman parte de un momento político de la población marroquí que no está teniendo la atención que merece y que no es reducible a las retóricas que tienen como únicos sujetos posibles la clase obrera y “las mujeres”. Este momento político nos lleva a ilusionarnos con el despertar de una conciencia que no es otra que la que movilizó a Abdelkrim contra el colonialismo español. Las mujeres marroquíes que hoy están protestando contra el poder colonial y racista español están movidas por el mismo espíritu de dignidad. ¿Cuándo nos uniremos las marroquíes de la diáspora en España? ¿Y lxs demás?

No nos olvidamos de los centenares de hombres racializados, sobre todo moros y negros, que trabajan en las mismas situaciones y que reciben las mismas violencias en los invernaderos andaluces. Hermanos, a vosotros también os creemos.
/publicado en El Salto, https://www.elsaltodiario.com
Fatiha El Mouali. Técnica de acogida, licenciada en ciencias económicas y doctorando en la UAB. Es miembro de la Unidad Contra el Fascismo y el Racismo y de la Mesa de Igualdad de Granollers.

Salma Amzian. Nacida en Tifarrouine, un pueblo del Rif cerca de AlHoceima. Criada en Vic, un pueblo de Cataluña cerca de Barcelona. De-formación historiadora y antropóloga. Actualmente inmersa en un proyecto de investigación sobre identidades moras en la diáspora con enfoque descolonial.