[foto: Charla con Georgina Orellano, organizada por Aprosex y t.i.c.t.a.c., realizada 4 de noviembre de 2017]

Nos alegra que las hermanas de Aprosex nos reciban y valoren el trabajo que hacemos en el otro lado del charco. Consideramos fundamental que la solidaridad que hay en el movimiento de las putas pueda extenderse. Los feminismos y muchas feministas que están en el escritorio deben aprender de nosotras. En la universidad no te enseñan a sobrevivir en el sistema capitalista; sobrevivir en la represión policial nos ha hecho aguerridas, solidarias y también nos hace mirar a las otras con amor, de eso se trata el feminismo de las putas.

Vengo a hablar en nombre de AMMAR (Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina), a contarles del proceso colectivo que hemos logrado construir en Argentina; proceso de maduración, de bajadas y subidas, de debates internos, debilitamientos y también de quiebres, todo ello nos ha hecho replantear la necesidad de disputar espacios y seguir avanzando.

Cuesta hablar del trabajo sexual, no solo en el feminismo sino también en los movimientos sindicales, sociales, partidos políticos, en la institución familiar, la academia, en la institución escolar. Cuesta hablar porque cuando se habla del trabajo sexual, no solo se habla de la prostituta, la puta o de la trabajadora sexual, sino también de ese sujeto político que históricamente ha sido acallado y silenciado; un lugar usurpado por terceras personas que, sin consultarnos, han hablado y tomado decisiones en nuestro nombre. Cuando aparece la puta en la escena política, aparece no solo con sus tacones, sino con todo lo que la sociedad quiere ocultar: la moral. La trabajadora sexual te habla del sexo, del dinero, de salirse de las normas, de la autonomía, emancipación, de la maternidad. Cuando aparecemos incomodamos y tenemos que seguir incomodando, tenemos que seguir apareciendo a pesar del estigma, no somos bien recibidas, hay mucha resistencia, hay discursos muy violentos hacia todo el movimiento de las trabajadoras sexuales.

Nosotras hemos superado el proceso de debilitamiento de AMMAR; organización que tiene 22 años y que no fue fundada por nosotras, sino otras compañeras que merecen el reconocimiento, porque intentar borrar esa historia, es borrar de dónde venimos nosotras. Somos las hijas de esas putas que en los años de mayor represión (los años 90) decidieron organizarse. El contexto no era el mejor, pues estábamos en medio de la aplicación de políticas neoliberales, pero fue en este contexto donde los colectivos vulnerables se comienzan a organizar, por ejemplo los manteros, los trapitos que son los cuidadores de coches. La mitad de la población estaba desocupada, en situación de pobreza y comenzaron a confluir nuevos movimientos sociales como el piquetero, ese fue el momento propicio para que las trabajadoras sexuales se organizaran. Hoy estamos integradas en una central de trabajadoras y trabajadores en Argentina, en el que convivimos con otros sindicatos que tienen su trabajo reconocido y otros colectivos que están en la misma pelea que nosotras: luchan por la legalidad, por acceder a derechos laborales, como los compañeros manteros, contra la exclusión social como los compañeros y compañeras migrantes.

Lo que sucede en Argentina es parecido a lo que sucede aquí, tenemos muchas coincidencias con ustedes. Por ejemplo en el marco legal, si bien el trabajo sexual no es delito, se prohíben todos los espacios, sea vía pública o espacios privados, para ejercerlo. Esto, es consecuencia de las políticas anti-trata llevadas a cabo por el estado argentino. Quien impulsó esta agenda punitiva fue el movimiento feminista abolicionista que, al institucionalizarse, comenzó a ser política de estado, un abolicionismo encubierto mediante un modelo prohibicionista. En este contexto, AMMAR comenzó a incluir a trabajadoras a las que nos costaba llegar. Los primeros 17 años nuestro grupo estaba integrado por trabajadoras de la calle, que somos perseguidas por la policía con códigos que rigen el espacio público y que vienen de la época de la dictadura, el cual otorga mayor poder a la policía, persiguiéndonos, cobrando multas y obligándonos al trabajo comunitario por violar la moral y buenas costumbres -no sé de quién- pero que rige en 18 de 22 provincias del país. A partir del 2008 comenzó a prohibirse la prostitución en los cabarets, wiskeria, casa de citas, los anuncios en diario (…). El abolicionismo logró un mayor aislamiento social a las trabajadoras sexuales, generando peores condiciones laborales y clandestinidad. Esto nos llevó a perder autonomía y poder de decisión. Creemos que las abolicionistas, cuando pensaron estas leyes, festejaron. Pero no pensaron que al silenciarnos con el estigma, por la doble vida, discriminación, nosotras nos íbamos a organizar, ya que fue justamente todo esto lo que aceleró un proceso de organización de las trabajadoras sexuales que trabajaban en otras modalidades.

En nuestra organización fue difícil que las otras compañeras nos abrieran los pisos, tenemos desconfianza, porque todas han vivido de las trabajadoras sexuales, sobre todo el estado. Las multas son una política pensada para la mujeres, para combatir la trata, pero la que se endeuda es la puta. Se dice: “no queremos que se endeuden con el proxeneta, pero si con el estado”. Pero qué protección otorga el estado? Estás medidas nunca van acompañadas con una política pública que genere mayor emancipación, autonomía y alternativa laboral, siempre dicen que tenemos que conseguir un trabajo digno, pero en contrapartida siempre argumentan que carecen de presupuesto o de otras alternativas laborales. En Argentina, en los municipios y provincias donde se pensaron esas políticas para “recuperar” la dignidad, que según ellos hemos perdido, se logra a través de la costura de toallones, de hacer cartera, bijouteria, micro-emprendimientos. El dinero que les daban a las compañeras no llegaba a cubrir la canasta básica familiar. Se nos ha dicho que nuestro trabajo (la prostitución) es funcional al patriarcado y la verdad es que hacer toallones, cartera, bijouteria, cuidar niños enfermos como otras políticas que se han pensado, también lo son porque siguen reproduciendo el lugar que las mujeres, supuestamente, vinimos a ocupar en la sociedad. Entonces, primero hay que discutir la cuestión de la dignidad, ¿qué trabajo es digno en el sistema capitalista? ¿Quién tiene el termómetro para andar midiendo que trabajador o trabajadora es más digno?, ¿Desde qué lugar de superioridad moral nos vienen a hablar sobre el trabajo digno quienes trabajan en el estado y tienen grandes salarios?. Indigno es andar persiguiendo a las trabajadoras sexuales, sobre todo de los sectores populares; perseguirlas para que vuelvan a las normas establecidas, para que, según ellos, hagamos lo que debemos hacer. Nosotras sabemos lo que sucede en otros mercados laborales y, cuando comparamos nuestro trabajo con otros, lo hacemos porque participamos en una central sindical. Lo primero que aprendimos las putas fue tener conciencia de clase. El sistema capitalista nos trata de inculcar que tú vales por lo que tienes. Pertenecer a una central de trabajadores nos permitió conocer nuestros derechos y también que muchos de los problemas que tenemos las trabajadoras sexuales lo tienen otras trabajadoras, las mismas problemáticas las tienen otros trabajos que no están reconocidos, que están en la ilegalidad. Saber que somos parte de una clase trabajadora y no sentir vergüenza. La puta no está sola, la puta no es pobre, por qué pensar que la puta tiene que ser marginal; hay otras mujeres que tienen más privilegios y tuvieron la opción de decidirse por este trabajo.

El feminismo lejos de cuestionar el trabajo sexual debería de cuestionarse por qué las mujeres, cuando trabajamos, hacemos trabajos feminizados que en comparación con los que hacen los hombres está mal pagado. El problema no es el trabajo sexual, es el sistema capitalista. Tendríamos que luchar por abolir el sistema capitalista, no abolir la prostitución porque el sistema capitalista seguirá existiendo, necesitamos abolir el capitalismo como una respuesta a la emancipación y libertad de las personas. Una parte del feminismo nos hizo sentir que no éramos parte del feminismo, la primera vez que participamos en un encuentro feminista, que se hace en Argentina, fuimos muy contentas a contar lo que hacíamos, cómo nos organizábamos y que estábamos sindicalizadas. Pero lo primero que nos dijeron fue que ese no es un trabajo: “ustedes no se dan cuenta que tienen un discurso aleccionado”. Entonces comenzaron a cuestionar al sujeto político en vez de preguntar. Nuestra experiencia en esos encuentros fue de exclusión, nos decían que éramos funcionales al patriarcado; pero nosotras ni sabíamos que era el patriarcado, nos decían: “tienes que abrazar la abolición”. La pasamos tan mal que decidimos dejar esos espacios donde se nos cuestionaba todo, hasta la maternidad; nos preguntaran: “si tanto defendíamos el trabajo sexual ¿dejaríamos a nuestra hijas hacer este trabajo?”. Intentaban que nos trabajáramos la culpa, eso es lo que hace el patriarcado y lo supimos después.

Cuando comenzamos a formarnos en el feminismo, nosotras pensamos que el feminismo era casi igual a la policía ¿qué hace usted acá? Nos decía la policía y las feministas nos decían “no tienes que ser prostituta, eso te hace ser mala madre”. Nos dimos cuenta que no todo el feminismo era abolicionista. Con algunas feministas nos reunimos y ellas comenzaron a hablar de sus condiciones de trabajo, de su precariedad, ellas eran becarias de CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), nosotras les dijimos “a ustedes deberían de venir a salvarlas”. Luego volvimos a los espacios feministas, con más conocimiento, con más fuerza, porque el conocimiento te da poder. Se generaron tensiones y nos dimos cuenta que no todas tenían una postura tomada respecto al trabajo sexual, algunas  la tienen porque tienen amistades. Pero también las más jóvenes pensaban que ser feminista en Argentina era estar a favor del aborto y contra la prostitución y luchar por su abolición. Cuando nos conocieron tuvieron una crisis, vieron que no estábamos tristes, que tampoco hay una romantización de la prostitución, eso que no está representado en la academia ni en la televisión. Nosotras somos las primeras en criticar nuestras malas condiciones laborales, no es el mejor trabajo que nos puede pasar en la vida, pero todas las putas pobres y las más privilegiadas tenemos que luchar por nuestros derechos, contra el estigma, por ser aceptadas socialmente y no tener que mentir a nuestros hijxs sobre el trabajo que hacemos. Entre todas tenemos que buscar lo que nos une, seas putas rica o pobre, todas tenemos el estigma social. El abolicionismo nunca va a trabajar por nuestro empoderamiento, porque si no ellas perderán su lugar de poder y el espacio donde se escucha su discurso, el cual quiere a la puta víctima, silenciada mediante sus políticas punitivas y de rescate. Porque parece que tuviéramos el síndrome de la incapacidad de decidir sobre nuestros cuerpos.

En AMMAR armamos una organización que representa la diversidad del trabajo, del lugar donde trabajas, aunque nosotras no estemos de acuerdo, lo respetamos. Así intentamos articular mejor con las que trabajan en departamentos privados, redes sociales, wiskerias. Esa es la finalidad, que representa la diversidad, y avanzar a la gran batalla cultural. Para eso es necesario disputar todos los espacios, no solo del abolicionismo, también en los partidos políticos, para que escuchen lo que tenemos que decir; llevar nuestras voces en todos los espacios, como las trabajadoras del Raval, con el vermut, APROSEX, o como hacen las compañeras Sabrina y Ale que visitan a los políticos llevándole su tarjeta. Nosotras entregamos folletos, apoyamos a compañeras o incluso vamos a la televisión, aunque luego nos tengamos que levantar e irnos. Una tiene que construir con todas.

Una cosa que nos une es la maternidad, no importa donde ejerzas la prostitución, el estigma nos atraviesa a todas, el miedo a que nuestrxs hijxs nos rechacen o sufran discriminación en la escuela, con sus amigxs. Entonces, cómo desde el movimiento feminista se trabaja la culpa hacia las trabajadoras sexuales, creemos que cuando se caiga el patriarcado una de las instituciones que se caerá será la familia. No entendemos por qué las abolicionistas sacan a relucir a nuestrxs hijxs como sujetos políticos. Piensen en sus hijxs.

Como movimiento tenemos que abocarnos a fortalecer el movimiento de las trabajadoras sexuales, organizar a las compañeras, darle estrategias de formación y organización para que en todo lugar haya una compañera que defienda sus derechos, que se escuche esa voz. Tenemos que utilizar estrategias que nos pongan en agenda, no utilizando las prácticas del abolicionismo, poniendo en agenda lo que queremos decir, no lo que les tenemos que responder, después ya nos encontraremos en los espacios feministas. La realidad es que la mayoría de la sociedad no es feminista ni sabe de estas discusiones, y esas personas que son parte de la sociedad las tenemos que ganar de nuestro lado. Entonces, allí no tenemos que ir a disputarle el espacio a nadie, sino sensibilizar con buenas estrategias y mucha paciencia en la calle, en las redes sociales, con lo audiovisual, humanizando a las trabajadoras sexuales, que nos conozcan, que nos pregunten. A lxs estudiantes les decimos que nos pregunten lo que quieren saber, porque no encontrarán nuestras palabras o nuestras reivindicaciones en los libros ni teorías. Es necesario eliminar el prejuicio sexual, por ello es fundamental hacerlo con el sujeto político que muchas veces intentaron interpelar, hablar, cuestionar pero que nunca tuvieron la posibilidad.

Todas las acciones que hacemos son colectivas. En todos los espacios donde vamos y hablamos, buscamos sensibilizar sobre la necesidad de tener derechos laborales, ponernos en comparación con otrxs trabajadores. También les interpelamos a ellxs ¿por qué creen que somos víctimas? ¿Por qué creen que no elegimos? También queremos disputar la agenda feminista, queremos la construcción de un nuevo feminismo: no blanco, no heterosexual, no privilegiado, no punitivo; nosotras queremos un feminismo que incorporen a las migras, putas, travas, bolleras, negras, musulmanas que incluya a todas. Y convocar a las compañeras, sobre todo a las más jóvenes a que comienzan a militar, que sean parte del feminismo que pregonamos, no con el feminismo de las vacas sagradas, que no se queden con el feminismo blanco heterosexual. Que vengan con las que siempre fuimos excluidas, las que tuvimos que dar muchos procesos de disputa. Porque ese feminismo excluyó a las travas, a las tortas y a muchxs otrxs. Hay que pensarnos como parte de un colectivo que fue excluido, que fuimos las malas, las raras, que nos salimos de las normas y que muchas quieren con sus prácticas “feministas punitivas y estatales” intentar volvernos a la vida digna, pero no creemos en la dignidad, pues viviendo en este sistema es caer en la trampa de enfrentar a los pobres con los pobres, hablar de dignidad en este sistema es un error no solo del movimiento feminista sino también de la izquierda. Decir queremos un trabajo digno para la puta, pues no; lo digno no es combatir a las trabajadoras sexuales sino al capital.

Todo eso de las reivindicaciónes que han hecho otros colectivos como LGTBI, los gays, las lesbianas, las travas y los putos, que así se llamaban a sí mismos, dijimos si ellos, ellas, elles, pudieron dar esa batalla cultural y se reapropiaron de la injuria, nosotras también tenemos que hacerla. No toda la batalla es a través de las leyes, hay otras que tenemos que dar y una de ellas es la discursiva y es reapropiarnos de lo que nos pertenece. En el movimiento de mujeres en Argentina, quienes se oponen a nuestro trabajo se reivindicaban a sí mismas como putas, entonces también nos están robando nuestra identidad, no solo se arrogan el derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo sino que trabajan sobre el estigma de la puta y se ponen puta como parte de su identidad. Si el insulto que se le dice a la mujer es puta, es porque nuestro trabajo no es reconocido. Reapropiarnos de la palabra puta marcó un antes y un después en nuestro movimiento y también de decir que el feminismo nos pertenece. Eso que nos dijeron en el encuentro del 2010, que el feminismo no nos pertenece porque somos funcionales al patriarcado; Quien tiene el carnet de feminista para ir entregándolo e ir diciendo vos sos decente, vos indecente, vos feminista, vos mala; bueno malas sí somos, porque no queremos ser buenas.

Somos putas sí, es parte de nuestra identidad política, es nuestra bandera hacia la victoria y la levantamos con mucho orgullo y mucha honra pero también somos feministas pues no hay un solo feminismo, porque con los feminismos que existían no nos sentíamos representadas, pero no nos fuimos, volvimos a disputarles con otro feminismo que es putas feministas. El feminismo que queremos construir es aquel que nos incluya y que no le trabaje la culpa a la mujer, ni la paranoia, que no re-victimice, que no acalle voces, que no decida por la otras, que no cuestione, que no avergüence y que mire a la compañera con amor. Un feminismo diverso y plural donde todas las cuerpas disidentas estén adentro y donde esté afuera la moral y prejuicios, porque si queremos verdaderamente combatir el patriarcado tenemos que desterrar las prácticas patriarcales violentas arraigadas en muchos espacios, que se permita que las otras mujeres: putas, musulmanas, travas, migras, negras decidan lo que es mejor para ellas, aunque lo que ellas decidan no sea bueno para mí o para ti.

Para construir un movimiento fuerte hay que dejar de lado las divisiones y los personalismos, que están presentes en todos los colectivos, no solo en el nuestro. Vivimos en una sociedad que así nos crio y educó, y para revertir eso tenemos que empezar a hablar. No vamos a tener la razón en todo pero tenemos que construir con todas y para todas. Nos tirarán diez mil leyes punitivas, nos penalizarán hasta los clientes, pero nosotras somos aguerridas. El estar juntas nos hace fuertes frente a las políticas punitivas que nos quieran arrojar, no nos permitamos las divisiones, permitamos construir a pesar de las diferencias. Si estamos juntas y organizadas no habrá ley ni abolicionismo que nos pueda doblegar, la bandera para la victoria es que estemos todas las putas y putes juntas. Es así como construimos desde AMMAR, día a día militando en el barrio, en la escuela, en la central de trabajadores, en la universidad, con el feminismo, con el movimiento de mujeres. Soñamos con el día en que digamos que somos putxs y nadie nos diga por qué, y para llegar a ese día hay que sensibilizar a todxs. El día que una compañera no tenga que mentir, es eso con lo que también soñamos.
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Georgina Orellano es Secretaria General de AMMAR (Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina) http://www.ammar.org.ar