Paola Contreras Hernández

En este artículo planteo algunas reflexiones en torno a la articulación entre frontera, migración y género; imbricación donde se entrecruzan identidades, subjetividades, historias, necesidades y demandas específicas, la cual nos permiten evidenciar de qué manera los dispositivos migratorios se sustentan bajo la simbiosis diferente-igual-peligro (Contreras, 2015) que fomenta en el tejido social, político e institucional, discursos y practicas racistas que agudizan la exclusión y limitan el acceso a derechos fundamentales. Para situar este artículo, comienzo con una breve definición del concepto de frontera; posteriormente presento algunas de las aportaciones que se han realizado -desde distintas investigaciones- sobre la feminización de las migraciones; para terminar con reflexiones en torno al feminismo de la frontera y las proyecciones que implica la intersección de los ejes que lo cruzan.

Frontera: un concepto polisémico

El concepto de frontera se relaciona con las demarcaciones geográficas que delimitan los Estados-nación, líneas divisorias que emergen como resultado de procesos sociales, políticos e históricos producto de conflictos bélicos, diplomáticos, económicos, etc. (Papadodima, 2011; Zapata-Barrero, 2012). Ahora bien, las actuales tendencias migratorias muestran la irrupción de la frontera como una dimensión que, más allá de las implicancias geográficas y políticas, se articula como una construcción material, un dispositivo simbólico, una dimensión jurídica que configura realidades múltiples; zonas donde lo nacional entra en disputa con la heterogeneidad de escenarios que ahí confluyen (Berganza y Cerna, 2011; Spíndola, 2016).

Considerando la globalización como escenario de movilidad humana transnacional, para Tapia (2012) el flujo financiero, económico y tecnológico que se desplaza a nivel mundial ha debilitado las fronteras nacionales, pero con los flujos humanos las fronteras se han fortificado cada vez más. Un ejemplo paradigmático de ello y que actúa como modelo para -muchos- estados del sur global, son las políticas de control y gestión migratoria desarrolladas por la Unión Europea, las cuales están centralizadas en leyes más restrictivas “fronteras militarizadas, aumento de encarcelamiento y/o detenciones por faltas administrativas, deportaciones sistemáticas” (De Giorgi, 2010, p.148). En concordancia con ello, para Vaughan-Williams (2009) existe una frontera biopolítica generalizada que, mediante los límites políticos, de raza y clase, define tres tipos de lindes: a) internos: dirigidos hacia a la peligrosidad interna de cada Estado y que actuaría mediante redadas policiales o deportación; b) discriminatorios: ejercen una selectividad de la población migrada y se ejecuta a través de la tecnología biométrica en pasaportes y puntos fronterizos; c) externos: se ejerce por mecanismos preventivos y de persuasión para evitar la entrada de los no deseados/as. Todo ello facilita la comprensión sobre la manera en que se ha construido la fronterización que, sustentada por una nueva racionalidad punitiva y de control social, se resguarda y defiende de la otredad racializada.

Estas líneas divisorias también se encuentran presentes a nivel simbólico que conforman dimensiones de la realidad social mediante la construcción de un otro imaginado; figuras socialmente desconocidas que son definidas bajo representaciones, estereotipos y prejuicios que se enquistan gracias a las instituciones mediáticas que, al ser constructoras de realidad social, influyen en la percepción de la opinión pública al conferir significados distorsionados de la inmigración y lxs migrantes; imágenes reduccionistas que mantienen y reproducen estructuras/sistemas que marginan, discriminan y violentan (Contreras, 2016). De ahí la importancia de rastrear las dimensiones que conforman la realidad histórico-social de la población migrante en su magnitud y complejidad.

Feminización de las migraciones e intersección de realidades

Si consideramos la frontera como límite geográfico-territorial, simbólico, social que dificulta la vida de las personas migrantes, podemos comprender la magnitud que ha significado la feminización[1]/generización de las migraciones que posiciona a las mujeres como protagonistas en los movimientos de población, sustrayéndolas del anonimato y redefiniéndolas como un actor central (Gregorio Gil, 1998). Tal proceso se circunscribe en un escenario global de transformaciones sistémicas que actúa en función de las nuevas demandas del capitalismo y que se refleja en la flexibilización laboral y el aumento de la precariedad, por ejemplo, en la internalización de los servicios de cuidados (Guizardi y Garcés, 2013; Moreno Balaguer, 2012; Gil Araujo y Agrela Romero, 2008). Indagar, desde una perspectiva de género en los procesos migratorios supone repensar las motivaciones que inciden a la hora de emigrar, la manera y forma en que asumen las nuevas dinámicas en el país de destino y las construcciones sociales que identifican y simbolizan a las mujeres migrantes. Este punto es atingente si se considera que en la actualidad existe un paradigma cuya pauta sociopolítica define la otredad como “problema social” (Santamaría, 2002); factor de inestabilidad laboral e inseguridad ciudadana.

La racialización que enfrenta la población migrada se articula bajo “la idea de raza [la cual] no se desentiende de su origen y tiende a mantener (aunque con variaciones y excepciones ligadas de su historia colonial local de distintos lugares, o a momentos históricos particulares) lo indígena y lo negro como categorías preferenciales de la deshumanización racial en la modernidad” (Maldonado-Torres, 2007, p.133). En el caso de las mujeres migrantes se añade una forma particular en la que han sido exotizadas sus corporalidades e identidades. Incorporar la racialización es crucial para entender las relaciones jerárquicas en contextos donde la colonialidad de poder/género/trabajo han impuesto subjetividades e idearios de lo femenino. De ahí que al rescatar las experiencias vividas y situadas de las mujeres migrantes se proporcionará un mayor reconocimiento a la “hibridación, la polisemia, el pensamiento otro, subalterno y fronterizo [bajo la necesidad de] construir una práctica política que considere la imbricación de los sistemas de dominación como el sexismo, racismo, heterosexismo y el capitalismo” (Curiel, 2009, p. 4).

Si bien, las investigaciones relacionadas a los procesos migratorios han sido abundantes en las últimas décadas, observamos una carencia a la hora de estudiar la imbricación entre fronteras, racismo, sexismo, segregación social, laboral, política, jurídica; ausencia que no permite develar de qué manera se articulan y cómo afectan los sistemas de opresión de sus vidas, y cuáles son los dispositivos institucionales que establecen prácticas que dividen, separan, diferencian y establecen una relación jerárquica que acentúa los binarios superior/inferior, visible/invisible, ser/no-ser (Fanon, 2010). Justamente, uno de los dispositivos que acentúan estas diferencias es la construcción jurídica que otorga la ciudadanía, la cual determina o subordina la inclusión, el acceso a derechos y oportunidades. Otro dispositivo son los discursos y prácticas construidas bajo criterios étnico-sociales que se reflejan en sus trayectorias migratorias, es decir, en su “inserción laboral; itinerarios de desplazamiento, las discriminaciones interseccionales de clase, raza y/o etnia que experimentan, los procesos transnacionales y/o translocales y su posicionamiento en relación con ciertos mandatos de género (Valdebenito y Guizardi, 2015, p.1).

Estas dimensiones son una pincelada de las variadas y enrevesadas circunstancias que giran sobre la población migrada y racializada las que, analizadas desde una perspectiva decolonial, responden a vínculos históricos que han acentuado la diferencia y herencia colonial. El imaginario imperial/colonial se articula de maneras sutiles y estructurales a nivel sistémico, agudizando las relaciones centro/periferia que perpetúan la arrogancia nacionalista, el racismo y la hegemonía global del proyecto de la modernidad, y que tiene repercusiones directas en las personas que, venidas del sur global -o llamados terceros países- buscan en la movilidad transnacional respuestas a las diversas situaciones que las aquejan.

Migración y género: pensando desde el feminismo fronterizo

Como he señalado, los procesos migratorios transnacionales responden a dinámicas globales que ha llevado a millones de personas a sortear los efectos que el capitalismo está generando en los países del sur global: precarización de la vida, deterioro ambiental, violencias múltiples, guerras y conflictos bélicos; escenario de vulnerabilidad que los lleva a desplazarse por un futuro mejor. Como consecuencia los estados “receptores han desarrollado una “gestión” punitiva y restrictiva de la migración mediante la securitización de las fronteras y exacerbación del enemigo externo -encarnado en la población migrada y refugiada-. Si bien los países del norte global han sido promotores y ejecutores de estas medidas, en la actualidad se observa cómo países del sur global están impulsando políticas similares. La criminalización normativa, basada en el paradigma de la “seguridad interna”, es sostenida socialmente por el rol que juegan los medios de comunicación al problematizar su presencia y exacerbar sentimientos nacionalistas y racistas.

Es aquí donde el feminismo fronterizo irrumpe como una apuesta política y epistemológica que ofrece “un análisis más amplio sobre cómo las fronteras simbólicas configuran espacios imaginarios que influyen en la articulación y construcción de las identidades o procesos de desidentificación desde la diferencia y diversidad de experiencias. En esta línea, hablar de cartografías identitarias desde lo homogéneo limita la comprensión sobre cómo la movilidad espacial conduce a un cuestionamiento de las identidades de género, clase, [raciales/étnicos] e individuales/nacionales” (Contreras, Cristoffanini, 2016, p.159). Un elemento en esta intersección viene dado por la diferencia, un factor transversal que articula y enlaza las experiencias (múltiples, cotidianas e históricas), las relaciones sociales (construidas mediante narraciones genealógicas), las subjetividades (que enfrentan lo indiviso) y las propias identidades (en constante deconstrucción) (Brah, 1996).

Otro elemento es “lo híbrido -un hibrido cultural, político, estético y sexual- [que] es interracial, polilingüístico y multicontextual. Desde una posición desfavorecida, el híbrido expropia elementos de todos los lados para crear sistemas más abiertos y fluidos” (Gómez Peña, 1996, p.12).

De estas experiencias emergen territorios desenraizados que definen una espacialidad, a veces ambigua y a veces inconexa, habitada por cuerpos historizados que ponen en interrogación las prácticas, métodos y técnicas de la investigación feminista. Así es como irrumpen sujetxs políticxs con identidades múltiples que se (re)construyen en la diáspora/frontera; escenario que conforma -o permitiría conformar- una teoría feminista de la subjetividad racial y social que se auto-representa a través de la conciencia de estx nuevx mestizx: migrante, fronterizx e hibridx (Anzaldúa, 1987; Haraway, 1992). Esto conlleva un intersticio que implica readaptar los enfoques, perspectivas, conceptos, lecturas, objetivos, métodos y análisis de investigación, pues al proclamar la frontera como “un laboratorio para la experimentación social y estética” (Gómez Peña, 1996, p.88), es decir, “un lugar vago e indeterminado creado por el residuo emocional de un límite antinatural, un estado constante de transición” (Anzaldúa, 1987, p. 3) supone cambiar los cánones/prismas con los cuales se analiza o comprende una determinada realidad.

Si bien estx nuevx mestizx surge de las reflexiones fronterizas del feminismo del Tercer Mundo de los Estado Unidos (Sandoval, 1998), se conecta con otras experiencias y espacios diaspóricos, permitiendo transitar de cartografías estáticas a nómadas; explorar en la mixtura de la dualidad interpretativa de la realidad y construir epistemologías atravesadas por la frontera, la raza, la clase y otros factores que cuestionan la homogeneidad y esencialismo en torno a las identidades. Estx nuevx sujetx político sostiene contradicciones, pero a la vez convierte la ambivalencia en otra cosa (Anzaldúa, 1987, p.79). Precisamente, porque puebla las fronteras espaciales, sexuales, filosóficas, lingüísticas, raciales, culturales y del conocimiento y que le permite viajar entre categorías históricas con lo cual logra desarrollar una conciencia diferencial/opositiva; una conciencia de la frontera, una nueva conciencia mestiza (Sandoval, 1991).

Desde esta articulación, se comienzan a forjar mecanismos de agencia y resistencia para no olvidar, ni ser olvidadx, por resignificar el pasado con el presente. Dualidad que le permite reescribir su corporalidad migrante desde el movimiento transnacional y fronterizo. Sin embargo, la dialéctica que conforma la conciencia mestiza conlleva un proceso auto-reflexivo y situado desde herida colonial y las implicancias en la conformación bio-necro-política de este cuerpo-otro multiforme; intentando deconstruir o releer las tecnologías históricas de poder que lx constriñen a una determinada forma de ser.

En concordancia con lo anterior, es posible emplazar el pensamiento fronterizo desde un lugar de enunciación que enfrenta las narrativas históricas sobre la episteme colonial y los actuales procesos de globalización. Precisamente porque cuestiona y redefine conceptos tales como ciudadanía, humanidad, democracia o relaciones económicas que, construidos por la modernidad europea, no contemplan la realidad de quienes han sido categorizados por vínculos y relaciones de dominación. De ahí que la particularidad que otorga habitar la frontera (Anzaldúa, 1987), tanto a nivel geopolítico como simbólico, nos abre la puerta a interrogantes que giran sobre la manera en que se entrelazan factores y/o dimensiones que, más allá del género, van conformando una estructura de dominación y violencia, pero también nuevos escenarios de lucha y circunstancias donde se resignifica la realidad, las corporalidades, identidades y sujetos.

Paola Contreras Hernández es historiadora de formación y socióloga en (de)construcción. Doctora en sociología por la Universidad de Barcelona. Actualmente es investigadora postdoctoral en la Universidad Autónoma de Barcelona. Forma parte del colectivo t.i.c.t.a.c. – Taller de Intervenciones Críticas Transfeministas Antirracistas Combativas.
[1] La feminización, tal y como señala Encarnación Gutiérrez (2010) responde a la explotación y codificación de la fuerza de trabajo marcada por la precariedad, cuyo fundamento gira sobre la subalternización arraigada en la colonialidad del trabajo. Un ejemplo de ello es el trabajo del hogar y del cuidado “en tanto que trabajo afectivo, es una expresión de las desigualdades globales impresas en los cuerpos de las mujeres (…). Desde este punto de vista, la herencia del orden colonial —reactivada mediante la segregación racial y de género del mercado de trabajo y de las políticas migratorias deshumanizadoras— se deja sentir a nivel individual y moviliza nuestros encuentros cotidianos, remitiéndonos a lo que Aníbal Quijano analiza como la “colonialidad del trabajo” (Gutiérrez, 2010).
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