Paola Contreras Hernández

Frente a la devastación planetaria producto del capitalismo, racismo y violencia patriarcal, pensar y discutir en torno a las alianzas se hace urgente y necesario. En este contexto, como mujer migrante me sitúo en un territorio desenraizado que define mi espacialidad; una espacialidad habitada por cuerpos historizados que cuestionan lo homogéneo, universal y categorial. Espacialidad que se reconstruye desde las afinidades y encuentros.

Uno de estos encuentros ha sido con lxs trabajadorxs sexuales; un cruce lleno de diálogos, experiencias, dudas y desafíos que hemos compartido y que me ubica como aliada en sus luchas, resistencias y reivindicaciones. Es innegable que una parte significativa de quienes se dedican al trabajo sexual están empujadxs a vivir en los márgenes sociales, por ello que al criminalizar y penalizar este trabajo, su marginación se agudiza. Pero qué pasa cuando en esta relación se añade la racialización y el racismo, o cuando se exacerba el imaginario colonial que, al actuar como dispositivo de control y sometimiento, anula, mutila y niega las resistencias desde las disidencias? Si el capitalismo y el patriarcado son definidos como sistema estructurante de las relaciones de poder, ¿por qué no poner en el centro –también- los procesos de racialización como base fundamental del racismo? Considero que ésta es la triada colonial que confluye coordinadamente para perpetuar la dominación a nivel planetario.

Si pensamos la Colonialidad como sistema racista, podemos visualizar su articulación institucional, y no como acciones/expresiones individuales hacia determinados colectivos o comunidades. Básicamente porque, como sistema ideológico, refuerza las ficciones políticas/sociales que se han erigido sobre las identidades coloniales “negrx”, “blancx”, “indix”. Ficciones que estructuran el sistema de dominación racial mediante la imbricación de jerarquías de género, clase, religión (entre otras). Tal y como indica Ochy Curiel “si nos quedamos atrapadas en las identidades supondrá un reduccionismo que perderá de vista nuestra historia y sus procesos y la forma en que el racismo se va expresando en nuestras sociedades a través del tiempo” (2002, p. 111). Las identidades de las que habla Curiel, no son aquellas que surgen de un proceso subjetivo influenciado por las experiencias y confluencias colectivas, sino más bien aquellas que nos son asignadas como identificador de lo que somos o de donde somos.

En este sentido para Achile Mbembe (…) lo propio de la raza y el racismo es que siempre suscita o engendra un doble, un sustituto, un equivalente, una máscara, un simulacro. Convoca a la vista de todos, un rostro humano auténtico. El trabajo del racista consiste en relegar ese rostro al trasfondo o en recubrirlo con un velo. En lugar de esa cara, se hace ascender desde las profundidades de la imaginación una fantasía de cara, un simulacro de rostro, inclusive una silueta, para que ocupen el lugar de un cuerpo y un rostro de hombre (2016, p.75)

Ahora bien, tanto lxs putas como todxs quienes estamos en la mira de ataques racistas, confluimos en un espacio donde -la denostación del sujeto en tanto putxs, negrxs, indixs, marica, etc.,- son amalgamados como objetos que irrumpen al ser disímil al resto de las personas normales o normadas. Son cuerpos sin rostro, difusos y ambiguos; excedentes, ajenos y desconocidos que se enfrentan a violencias múltiples: inestabilidad laboral, estigmatización, hostilidad social, racismo; y cuya finalidad es apartarlos, señalarlos e invisibilizarlos. Todo ello se acentúa mediante la racialización, pues construye “a un objeto amenazador del que mejor protegerse, deshacerse o al que simplemente habría que destruir para asegurar su dominación total” (Mbembe, 2016, p.39).

Entonces, cómo situar -sin caer en una retórica parcial o coyuntural- discursos, prácticas o estrategias desde un ideario común de lucha antirracista? Desde mi punto de vista, para comenzar a tejer alianzas es necesario hablar de complicidades, hermandad, solidaridad efectiva y afectiva; proceso que ciertamente nos permitirá diseñar acciones para enfrentar las violencias, las cuales se encuentran situadas y encarnadas en cuerpos diferenciados y tatuados por historias complejas y diversas. Construir  las  alianzas políticas, antirracistas, descoloniales, putxs, es posible mediante articulaciones colectivas que surjan desde un planteamiento dialógico en torno a cómo y por qué se nos han impuesto normas sociales, roles sexuales y posiciones globales que interfieren en nuestras subjetividades; por qué en determinadas fronteras nos limitan la libertad de movimiento; de qué manera nos inducen al miedo e indiferencia; por qué el peso de la noche colonial, como se pregunta Houria Bouteldja, sigue fluyendo como si el tiempo no pasara.

Ser conscientes o reflexivos con estas cuestiones, nos da herramientas para comenzar a definir otras/nuevas narrativas; para cuestionar la manera en que se construye y representa lo otro; para profundizar sobre el racismo que, bajo la normalización fútil y cotidiana, pasa, muchas veces, sin ser enfrentado o incluso desapercibido para quien lo vive; para evidenciar e impugnar el eurocentrismo y colonialismo y por sobre todo, para comprender que la Modernidad – proyecto impuesto desde la lógica colonial- es la base ideológica desde donde emana todo ello. Se logrará trascender de este manto ideológico colonial, cuando “éticamente se descubra la dignidad del otro (de la otra cultura, del otro sexo y género, etcétera); cuando se declare inocente a las víctimas desde la afirmación de su Alteridad como Identidad en la Exterioridad, como personas que han sido negadas por la Modernidad (Dussel, 2000, p.50).

Pero ser conscientes nos debe fortalecer y no perpetuar la mirada esencialista que nos re-victimiza una y otra vez. En lugar de discursos retóricos y meta-análisis, sin negar la importancia de reflexionar en torno a estos ejes/dimensiones coloniales; necesitamos hacer un ejercicio común sobre cómo, mediante la imposición del apologético proyecto de la Modernidad, se han construido y perpetuado categorías y sujetos raciales, se han validado dispositivos para someter y dominar a los seres humanos, se ha quebrantado el respeto y armonía con la naturaleza, hasta llegar al punto de ponerla en peligro. Ser conscientes es vital para situarnos, pero ello no significa cargar eternamente sobre nuestras espaldas el enorme peso que significa ser lxs otrxs; lo abyecto, lx inferior. El problema es para quien lo define, y son justamente las sociedades que, desde sus posiciones de privilegio de clase, de género, de raza, nos sitúan como problema, nos rechazan y violentan.

Si bien, las comunidades oprimidas debemos pensar(nos) colectivamente, eso no quiere decir, homogenizar(nos). Es necesario –casi como un imperativo- construir caminos, diseñar estrategias y avanzar hacia una política descolonial que declame conceptos, relatos, narrativas contrarias a aquellas que nos emplazan en lugares estáticos o que nos definen desde lógicas externas (ellos nos nombran y dan sentido), pues al ocuparlas –muchas veces- reforzamos el lenguaje del opresor. Un cambio de paradigma requiere inevitablemente de pactos y acuerdos, siendo críticos frente a nuestros silencios, opacidades, privilegios, aceptaciones, porque aquí todxs somos parte de un engranaje. Con ello no quiero aplanar las responsabilidades históricas que se han erigido en torno al privilegio racial, pues éste es central para entender desde donde emergen las jerarquías; el centro y la periferia. Más bien, quiero decir que para pensar en las alianzas, es necesario pasar de la autocomplacencia a la crítica; una crítica no sólo hacia los otrxs, sino también con y entre nosotrxs.

Por tanto, putxs, feministas y antirracistas, más que un eslogan, es un llamado a confluir armoniosa y críticamente hacia propuestas que nos permitan construir puentes comunicantes. Es un llamado político para develar nuestro lugar de enunciación, nuestras diferencias y aquellos elementos que nos unen y hermanan. Es una declamación a no olvidarnos, ni negarnos, ni menos a homogenizarnos.

Paola Contreras Hernández es historiadora de formación y socióloga en (de)construcción. Finalizó sus estudios de doctorado en el Departamento de Sociología, Universidad de Barcelona. Forma parte del colectivo t.i.c.t.a.c. – Taller de Intervenciones Críticas Transfeministas Antirracistas Combativas.
Bibliografía
Curiel, O. (2002). Identidades esencialistas o construcciones de identidad política: el dilema de las feministas negras. Otras Miradas, vol. 2(2), pp. 96-113.
Dussel, E. (2000). “Europa, modernidad y eurocentrismo” en Lander, Edgardo (ed.) La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Buenos Aires: CLACSO.
Mbembe, A. (2016). Crítica de la razón negra. Ensayo sobre el racismo contemporáneo. Barcelona: NED.