Narrativas puteriles y estigma
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En una playa desierta la mar comienza acariciar mis pies desnudos, he salido de la ciudad muy temprano dejando atrás el tráfico y los ruidos molestos de la gran urbe, los gritos de los vendedores ambulantes, los malos piropos de los “solos de la noche”, la bebida y la música de los bares, la guerra de los vendedores de drogas por acotar su mercado. He metido los tacones en la bolsa de mano, y estoy sola, libre y soberana en esta pequeña isla. Un homenaje a mí misma, unas horas sin prejuicios, sin insultos, sin miradas desaprobantes, sin explicaciones, ni golpes ni estigmas.
Jessica O’Neill
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Este artículo aborda la estigmatización del trabajo sexual y la violencia que se ejerce hacia las trabajadoras como forma de control político y social. El concepto de estigma lo abordamos desde la conceptualización que desarrolló Erving Goffman (1963), en tanto que el estigma social es utilizado para hacer referencia a atributo profundamente desacreditador, lo cual constituye una marca identitaria que impone una diferencia de manera negativa. Este concepto se inscribe en una relación de dominación: normal/anormal, heterosexual/homosexual, macho/hembra, santa/puta, etc., lo cual responde, para Judith Butler (2011) a la concepción patriarcal y binaria del género. Por tanto, la estigmatización de las personas consideradas “desviadas” tiene como consecuencia acciones de rechazo, exclusión y discriminación.
Desde estas premisas, las putas pasarían a formar parte de las filas de los estigmatizados principalmente porque follan a cambio de dinero y porque son mujeres que gestionan su estrategia de supervivencia en/desde los márgenes. En esta línea, Dolores Juliano señala que “el estigma es una marca externa a partir de la cual se determina una conducta social respecto a una persona o grupo. Es lo que ocurre con las personas que se dedican al trabajo sexual. Por el hecho de dedicarse a ello la sociedad considera normal privarles de determinados derechos, se les desvaloriza como personas y ese prejuicio las estigmatiza. El estigma funciona como represión. El silención y el ostracismo al que han sido condenadxs, invisibiliza su agenciamiento y la resignificación del capital erótico.
Lo adultero, lo oscuro, lo sucio y el tabú
El placer sexual no tiene por condición natural la heterosexualidad, la monogamia y tampoco le es natural la fidelidad; sin embargo y para delinear las conductas y prácticas del placer, existe una ley prohibitiva que da cuerpo a las disciplinas del género. La principal consecuencia de esta prohibición es una larga lista de excluidos y estigmatizados; aquellos que no se adecuan a la norma, mujeres heterosexuales que viven con libertad su sexualidad, aquellas que no se plantean como proyecto de vida la maternidad, los homosexuales, lesbianas, transexuales, bisexuales, todos ellos son estigmatizados y nombrados como: puta, estéril, puto, tortillera, manflora, etc.
Alguien se burla de ti…, y después alguien más. Al día siguiente se repite la escena…y al siguiente, y empiezas a pensar que tan embarazosa situación se perpetuará hasta que la razón ajena decida que debe perpetuarse, hasta que lo vean en ti, y que no sabes que es, deje de molestarles, y piensas que quizá nunca paren, que siempre estarán ahí a la vuelta de la esquina esas miradas, esos reproches y desprecios y piensas… ¿qué le has hecho? Y sabes que no es una pesadilla, que es real. Y sientes cómo un escalofrío infinito inunda tus entrañas. Y sabes que estás solx, que eres distinta, que el vacío que te provocan los demás es el preludio de la desolación que empieza a socavar tu existencia…Y sueñas que quizá, en algún sitio, alguien te tienda una mano y descubra que eres inocente, tú y solo tú, y que los demás, que son el resto, por más que sean legión, se equivocan.
Beatriz Espejo, Manifiesto Puta
Para Bourdieu la supuesta “objetividad del sentido común”, es un producto de la representación androcéntrica de la reproducción biológica y de la reproducción social lo cual constituye prácticas sociales. Una simple charla entre amigos da cuenta de la violencia simbólica que las mujeres sufren a través “de unos esquemas mentales que son producto de la asimilación de estas relaciones de poder” Para Carole Pateman el acceso al derecho sexual femenino de los hombres a través de la monogamia constituye una estrategia política para garantizar que ellos consigan una pareja sexual, además de los divertimentos sexuales de la industria del sexo, por los que pagan aun creyendo que no deberían hacerlo.
La dominación simbólica se reproduce a través de esquemas de percepción, apreciación y acción que se terminan transformándose en hábitos y es por esta misma razón se cree que es espontánea o natural. Los hábitos, por tanto, son prácticas profundas y duraderas del cuerpo y de la mente. Y es en este sentido, “Los dominados aplican a las relaciones de dominación unas categorías construidas desde el punto de vista de los dominadores, haciéndolas aparecer de ese modo como naturales” (Bourdieu); de ahí que en nuestras sociedades racistas, patriarcales y sexistas, lo natural está construido desde la cultura.
La falta de castidad que deshonra a las mujeres no es un estado excepcional o evitable. Sexualidad, estatus racial o étnico, posición de clase, historial de abuso, enfermedad, maneras, apariencia o independencia son todos ellos factores que pueden ser usados como prueba de impureza femenina. Las prostitutas reaparecen en todas y cada una de las dimensiones de la deshonra como la puta prototípica. Son percibidas como la personificación del sexo (adúltero), de la raza (oscura), del dinero (sucio), del abuso (merecido), de la enfermedad (de transmisión sexual), y del conocimiento (tabú). Otras mujeres son amenazadas con la pérdida del honor cuando son acusadas de impureza; las prostitutas son avergonzadas por su sexualidad, culpadas de la violencia y la enfermedad que padezcan y castigadas por tener iniciativa financiera, sexual o intelectual.
Gail Pheterson
La bañera decolonial
La bañera ha sido un espacio de relax espumoso donde las mujeres pueden insinuar el cuerpo desnudo y mostrar pudor, a la vez se transforma en un juego de seducción que intriga y satisface el ojo voyer. El texto visual que protagoniza Linda Porn en “Puta Mestiza”, nos mete en una bañera espumosa con salida al mar, la mar que trae inmigrantes de África y de Latinoamérica, personas que viven en el “umbral de la ciudadanía”. La bañera es una línea horizontal, una metáfora de la igualdad que ofrece Europa, un baño reconfortante al final del día. La burbuja pornotópica construida por la artista, emerge en una Barcelona revuelta entre independentistas, activistas sociales y la organización autónoma de las trabajadoras sexuales. Desde la bañera masturbatoria deconstruye el discurso colonial, racista y paternalista sobre la puta inmigrante en que se ha convertido; un pulpito espumoso donde ella se manifiesta contra el proteccionismo estatal, la tutela de las mujeres y la falta de oportunidades.
La pieza es un manifiesto a favor del trabajo sexual, interpelando la relación asimétrica entre mujeres europeas/inmigrantes, denunciando la falta de derechos laborales para las putas que se encuentran en el “umbral de la ciudadanía”. El acceso restringido que denuncia la artista, es el estigma social al que se enfrentan miles de mujeres trabajadoras sexuales cada día, y que se confirma con un corte en la piel que sangra y marca para siempre la falta de derechos.
Para terminar quiero compartir una narrativa de Ingrid Noll, en la cual plantea una pregunta universal entre dos mujeres diferentes, una prostituta china y una mujer europea.
¿Por qué casarse?
Sólo una europea podría hacer una pregunta tan estúpida.
Ya sé, en vuestro país dos personas viven juntas unos años y algunas, cuando quieren procrear, se casan. A tu pareja la tiene sin cuidado con cuántos hombres hayas estado antes. Yo soy de un lugar en el que, si has vivido varios años con una persona, casi nunca tienes una segunda oportunidad. Dicho más claramente, un asiático no te cogería ni con pinzas.
Con veinticinco años, tú has vivido con tres hombres y dormido con otros ocho, “poco más o menos”, dices sin pudor.
Mis cinco primeros alemanes eran todos casados. Hans-Dieter es el sexto, está divorciado y solo tiene cuarenta y dos años.
¿Tú has visto mi habitación? No me refiero a la que tengo en su casa sino al cuartucho al que desde hace años he de volver de vez en cuando. No hay agua corriente en todo el edificio, o sea que o por la noche utilizas el aseo que está a dos casas más allá o por la mañana vacías el orinal. Para lavarme, he de ir a buscar un cubo de agua fría y llenar la palangana. Aquí te hielas. No hay calefacción. Suelo de cemento. De cortina, una sábana vieja. Todos los recuerdos de mis amigos alemanes son tres figuritas de Maguncia y unas cuantas fotos. Lily, por lo menos, tiene un equipo de música que le regaló su amigo de la Siemens.
Desde que he visto las bañeras de los hoteles y de las casas de los extranjeros, sé cuál es el objetivo de mi vida. Tú te has criado con esas cosas: puedes ducharte todos los días, en invierno con agua caliente y en verano con agua fría. Cuando mi rubio amigo sale de casa, yo me aprovecho: sales de baño alemanas de color verde y azul ultramar, jabón francés, loción corporal americana. Mientras yo me relajo en la bañera, mi ropa interior y mi blusa de seda también están a remojo, en un cubo con Persil alemán.
Dentro de seis meses, Hans-Dieter tendrá que regresar a Bremen “¡Sencillamente, vente conmigo!”, me dice bromeando. Pero yo nunca conseguiré el visado, a no ser que nos casemos.
¡Y tú me hablas de amor! De nosotras dos, una ama a un hombre y la otra, una bañera. En China, los matrimonios siempre han sido uniones de conveniencia. En mi caso, él obtiene sexo exótico y yo, la bañera; es un trato equitativo. Pero tú planteas las cosas a tu pareja de modo muy distinto; tú obtienes todo el sexo que deseas…y él, además, te limpia la bañera.