Irina Illa

“Cuanto más cambian las cosas, más permanecen igual” decía la esclavizada Sojourner Truth. La historia se repite, esta vez de una forma más elaborada y menos bruta; más psicológica e intrínseca en una sociedad que sigue clasificando el rol con el color. Aquel cuadro de clases elaborado por y para los colonos es perpetuado sin la necesidad de que aparezca en los libros de texto. No nos enseñan a ser racistas; únicamente nos dicen que no debemos discriminar la diferencia, pero esta media tolerancia no es compatible con la subliminalidad con la que los inputs comunicativos nos hacen comprender la jerarquía y las fronteras entre color, género y clase.

Angela Davis escribe: «La esclavitud fué expulsada de la historia pero aunque los negros sintieron sin duda como caían sus cadenas, pronto se dieron cuenta de que no habían alcanzado en modo alguno su meta colectiva de liberación (…) Se legalizó la segregación del sur y la población de esclavos libertos empezó a sufrir una privación sistemática de derechos.”

Estas privaciones son aún presentes y alienadas a nuestro ser. O al menos, así lo quieren establecer. Las identidades son sustraídas de su libertad de configuración para, como dice Pratibha Parmar, “establecer jerarquías de opresiones mediante la cual nuestro color y rasgos determinan nuestra posición o realidad social”. Nuestros cuerpos son adjetivados y vaciados de contenido, solo somos aquello que se nos ha determinado históricamente.

No es extraño ver a personas negras por la calle o en el metro, pero sí lo es, verla en ciertos espacios como la universidad, ejerciendo de profesora o simplemente ver a una negra hablar catalán. Son realidades cotidianas que no entran en la construcción social de la negra y que chocan en las mentes blancas, quienes ante tal choque de realidad tienden a la pregunta: ¿por qué hablas catalán? o ¿tienes dinero para pagarte un alquiler ? … preguntas cuyo significado es: ¿porque te has salido del margen?. Este margen constituye nuestro espacio de posibilidad preestablecida que nos distancia de los   campos imposibles y difícilmente alcanzables en donde habitan los blancos, esta línea es la frontera que debemos destruir. Esta situación da a lugar a lo que bell hooks le llama la «naturalización de la racialidad como sistema de opresión». En esta reacción, tan inocente a sus ojos, se ve la expectación y la negación ante una realidad que les muestra que una persona a la que consideran racialmente inferior no está ejerciendo el rol doméstico o cumpliendo con los prototipos adecuados para una negra, sino que, se ha salido de dicho margen para realizar actividades las cuales consideran que sólo pueden llevar a cabo la población blanca. La diferencia fáctica entre derecho y privilegio que elaboró Magdalene Ang-Lygate se observa aquí en como aquello que para la población blanca es un derecho, para la población negra sigue siendo un privilegio en cuanto a la superación psicológica y social que conlleva realizar dicha actividad.

Nuestra melanina es hoy en día un determinante para las políticas identitarias y de control social en el que la inseguridad lleva a la irracionalidad. Somos diáspora en este mundo globalizado, consecuencias históricas de aquellas tierras expropiadas y explotadas, las eternas desplazadas. Somos el resentimiento histórico al que tienen miedo de que se alce, por esto nos encierran en límites psicológicos internos y en grandes fronteras externas. En nuestras manos está la construcción positiva de nuestro ser, tener conciencia de nuestra afrodescendencia rompe el marco de la construcción colonial de los estados-nación, la “homogeneización conjunta de una cultura, una lengua, una religión y una tradición en un cuerpo único y sólido en un territorio se ha ejercido como control social mediante la clasificación» dice el periodista Carlo Bordoni. La creación de fronteras es utilizada siempre para dividir territorios y alienar personas. La construcción epistemológica de la Otredad comprende toda la carga biológica, estructural y social necesaria para perpetuar la dominación colonial a esta minoría del que dicen que somos parte.

Ser afro consciente no es fácil, es todo un viaje abstracto sobre una geografía real. Es ensamblar la racialidad, la identidad y el lugar de pertenencia como dice Jayne Ifekwunigwe para la construcción de un Ser libre de los intereses del blanco. A ello me refiero a la necesidad de buscar en el pasado, en indagar sobre la dignidad que nos arrebataron en los procesos de colonización y que es posible recuperar mediante la sólida construcción de una identidad colectiva que sepa ir más allá de los nacionalismos como indica Cheikh Anta Diop. Un proceso difícil si no se tiene en cuenta la capacidad de camuflaje del racismo, a lo que Davis llama migraciones de racismo, para definir la adaptación de dicho sistema: en la adaptación en la forma pero no en el contenido. Un ejemplo de ello es la de creación de una clase media-alta negra, en palabras de Keeanga Yamahtta Taylor vinculada al patriotismo estadounidense. Éstos cambios solo llevaron a la reformulación del sistema racista y a la confusión daltónica de la sociedad post-racista como indica la misma autora, que le da prioridad, una vez más, a las personas blancas a decidir sobre el qué, el cómo y el cuándo sobre el racismo.

Es por ello que necesitamos de la afrocentricidad comprendida como el conjunto de tradiciones de conciencia negra y solidaridad racial, en palabras de Truth. Nos necesitamos, como dice Katie Kanon para sobrevivir entre dos mundos contradictorios: Contra la opresión de clase perpetuada por la élite y contra la opresión racial perpetuada por la misma clase proletaria y la élite. Nuestra lucha es de base y nace de la rabia cotidiana de los enfrentamientos en la calle, en el patio de la escuela, en el saber que nuestras relaciones sociales dependen exclusivamente de la racialidad impuesta a nuestros cuerpos. Como dice Audre Lorde “No somos temas políticos, somos personas de carne y hueso”, es por ello que nuestra autodefinición no pertenece a quienes viven ajenas a sus efectos, nos pertenece a nosotras establecer dichos límites.

Más allá de las fronteras: afroconciencia.
Irina Illa nacío en Bogotá el año 1995 y a los 4 años fue adoptada, momento en el que vino a Barcelona con su nueva família. Es estudiante de Ciencias políticas y de la administración en la UB, Técnica Superior en Educación infantil y monitora infantil. Ha participado en distintas organizaciones y colectivos como Amnistía Internacional, Colòmbia en Pau y en un sindicato estudiantil. Actualmente es miembro de UCFR, del CLTVO Afro Feminista y escribe artículos para distintos medios de comunicación.
[*]La negritud la sentí desde el momento en el que pisé esta tierra como una  punzada, el precio de la dignidad afro es el de tener que reivindicar constantemente el hecho de ser Persona. La necesidad de encontrarme y de buscar una identidad me ha llevado a buscar una  comprensión histórica que me permita dar con el contexto de localización de mi persona y la convergencia de un contexto de múltiples identidades. En este proceso me encuentro escribiendo estas palabras: No es una cuestión individual, sino colectiva. Empecé por interesarme en la realidad colombiana, el trayecto me llevó a conocer la realidad afro del país para alzar el vuelo y descubrir una diáspora internacionalista. Es así como empieza un activismo desde la palabra y desde la acción en distintos ámbitos en los que el trabajo antirracista puede ser el tema central o interseccional. Siempre presente. Mis objetivos son ser una persona activa en la lucha contra el racismo, el machismo y el clasismo.