Helios F. Garcés

Fotografía: una manifestación gitana de los años 70 en la plaza mayor de Madrid

La situación de opresión experimentada por el Pueblo Rrom, por las comunidades Sinti, Kale, Rroma, Manush, Kalderash, Lovara[1]; de su ancestral y radical resistencia a la asimilación y, sin embargo y al mismo tiempo, de su conflictiva condición europea, puede añadir quizás algo de luz a determinadas dimensiones del a menudo tergiversado fenómeno de la denominada colonialidad interna.

El racismo antirom/antigitano como producto ideológico de la modernidad temprana y dimensión de la colonialidad del poder practicada en el interior de Europa tiene su base en la propia emergencia de los Estados-nación modernos. Si nos centramos en la emergencia del primer Estado moderno europeo, el imperio español, nuestras aseveraciones adquieren mayor claridad. Desde comienzos del siglo XVI (1499) al siglo XVIII (1749) la opresión sistemática ejercida contra las comunidades calís en nuestro territorio fue aplicada a través de pragmáticas cuya meta principal era obligar a las mismas a ligarse a la tierra y abandonar su cosmovisión ancestral. Las estrategias para conseguirlo fueron perfeccionadas con el tiempo de tal manera que cumpliesen con eficacia una de sus funciones principales: cazar gitanos para emplearlos en los procesos de acumulación del capital puestos en marcha por el emergente Estado español. Durante el siglo XVIII se llevó a cabo la Gran Redada de los Gitanos, operación genocida diseñada por los sectores ilustrados de la sociedad española en connivencia con el poder eclesiástico del momento para exterminar definitivamente a la comunidad romaní residente en la península mientras eran explotados hasta la muerte según los fines anteriormente descritos.

A pesar de ser obligadas a ligarse a la tierra de las maneras más insospechadas y violentas, el discurso del poder moderno que emanaba a través de la persistente legislación opresiva antigitana había calado inyectando el recelo y el desprecio por la diferencia gitana en las capas populares. Aunque parezca paradójico, aquello dificultaba enormemente el objetivo para el cual estaba, supuestamente, diseñada dicha legislación: el avecindamiento de las comunidades gitanas. A causa de ello, podemos intuir las complejas razones por las cuáles aquello que el filósofo Isaac Motos llama «lo gitano», como discurso simbólico sobre las personas gitanas construido desde el poder, quedará imbricado en la identidad española produciéndose en la dimensión identitaria lo que ha estado sucediendo en la legislativa: una semántica de integración/expulsión bipolar que marcará la situación de los gitanos de carne y hueso en el entorno español tanto en lo simbólico como en lo material hasta el momento presente.

Con el nacimiento de la Guardia Civil, la meticulosa vigilancia a la que los Kale debían ser sometidos como pueblo esencialmente sospechoso contribuirá a la fijación del ancestral pánico comunitario gitano ante la posibilidad de ser localizados por las administraciones. Sucederá de forma similar en el resto de Europa, especialmente en aquellas zonas afectadas por el Porrajmos/Samudaripen, el Genocidio cometido contra los Rroma por los nazis. A partir de la Gran Redada de los Gitanos, los esfuerzos del poder irán destinados a disciplinar a los Kale y transformarlos en ciudadanos, en hacerlos desaparecer simbólicamente como Pueblo, intensificado sus estrategias anti-gitanas en la consecución del epistemicidio. Es cierto que resulta harto artificial trazar una línea divisoria entre una etapa inicial  en la que supuestamente primaba una faceta genocida y una posterior epistemicida. A pesar de que ambas formas de gestionar la diferencia gitana por el emergente Estado español forman parte de una misma moneda desde 1499 hasta 1978, es necesario reconocer que a partir del siglo XIX la faceta epistemicida cobra mayor importancia. Dicho lo cual, el asedio violento de los cuerpos romaníes sigue produciéndose en nuestros territorios de forma constante.

Lejos de crear y definir una semántica de la reparación histórica acorde con los efectos demoledores casi 500 años de opresión legal sistemática que siguen vigentes han tenido y tienen en la vida de cientos de miles de personas de carne y hueso, los sucesivos gobiernos españoles han dirigido sus esfuerzos a tratar de “integrar” a las comunidades gitanas. Es decir, la estrategia consiste, desde sus inicios, en integrar/desgitanizar a los Kale; convencerlos por todos los medios necesarios de que el problema real reside en su cosmovisión y convertirlos en ciudadanos respetables según los paradigmas dominantes de la blanquitud moderna y bien pensante. Por supuesto que las ideas encapsuladas de identidad, cultura y diversidad manejadas desde los púlpitos del multiculturalismo liberal permiten aspavientos puntuales de gitanismo tales como las camisas de lunares, los vestidos de gitana y ciertos fenómenos mediáticos popularizados como parte de la tecnología colonial del entretenimiento de diseño para las masas.

Estas tensiones acompañarán a los gitanos hasta el presente y éste último será incomprensible sin una nueva interpretación del racismo antiroma/antigitano como producto de la modernidad y dimensión de la colonialidad del poder practicada en el interior de Europa. Introducir la perspectiva decolonial en el análisis sobre la situación de los Rroma implica reconsiderar la historia y el presente de sus comunidades desde otro punto de vista. La legislación antigitana en el Estado español ocupa 479 largos años y fue totalmente suprimida en 1978. Ningún gobierno ha reconocido la historia de opresión a la que ha sometido a su minoría nacional más antigua y numerosa. Las nuevas formas de racismo diferencialista, paternalismo neocolonial y asistencialismo oenegerista, cuando no el maltrato directo generalizado, siguen dominando las relaciones de poder que las administraciones, no solo españolas sino europeas, ponen en marcha para «gestionar» la diferencia romaní en su territorio. La romofobia goza de extraordinaria salud en la Europa contemporánea. Los informes de Amnistía Internacional, Asociación Pro Derechos Humanos, Roma Rights Center y otras organizaciones poco sospechosas de ser consideradas decoloniales, aseguran una y otra vez que los Estados europeos no cumplen sus deberes en cuanto al respeto por los derechos humanos de los romaníes de Europa[2].

Bajando a la tierra: negar el racismo antigitano

Recordemos. Dos estudiantes de periodismo de la UAM grabaron el vídeo en el que puede verse con todo lujo de detalles parte del horrible espectáculo que nos interpela. Poco antes de que se disputase el partido de fútbol entre el PSV Eindhoven y el Atlético de Madrid, unas gitanas rumanas pobres pedían unas monedas a las decenas de aficionados holandeses reunidos en las terrazas de la Plaza Mayor. Como respuesta, los hinchas, entre gritos de desprecio y risas, comenzaron lanzar al aire y al suelo una lluvia de céntimos frente a la mirada pasiva de la ciudadanía madrileña presente durante el suceso. Acto seguido, los aficionados hicieron grandes corros en los que rodearon a las gitanas rumanas. A cambio de las monedas les pedían que bailaran, que hicieran flexiones y se arrodillaran. En un mayor alarde de brutalidad quemaron algunos de los billetes que les ofrecían y los dejaron caer con sorna sobre ellas para divertirse mientras aquellas mujeres se lanzaban entre empujones y con desesperación sobre los mismos. El audiovisual, colgado enYoutube no recoge todo lo sucedido. Un profesor entrevistado por El País en la misma plaza aseguró lo siguiente: “Y ya fue el colmo cuando tiraron cachos de pan”. Para ‘arreglar’ la situación, la Policía decidió llevarse a las mujeres gitanas rumanas a otro lugar, es decir, hicieron desaparecer el problema: ellas.

Barbijaputa, en su artículo “Sólo racismo” hace hincapié en la idea de que calificar los hechos atendiendo a su dimensión racista constituye una reducción ingenua de las causas por las que realmente se desarrollaron los mismos. La razón es que el racismo, según su interpretación, jugó un papel poco importante en las humillaciones. La autora escribe como si fuese fácil articular el complejo y estructuralmente invisibilizado debate en torno al racismo, lo cual desde la experiencia de las comunidades racializadas es sencillamente asombroso. Así mismo, maneja, desde nuestro punto de vista, un concepto de ‘racismo’ extremadamente convencional que no se ha dejado contaminar por las sólidas e importantes perspectivas críticas construidas por las comunidades humanas afectados por el mismo.

Y sí, podríamos coincidir con lo esencial de su artículo si percibiéramos que lo que trata de denunciar es la forma sesgada y reduccionista en la que proceden los medios mayoritarios; esa manera simplista, superficial e hipócrita de identificar el racismo. Pero no es a tales cuestiones a las que la Barbijaputa hace mención. Citamos sus propias palabras: “‘Racista’ ni siquiera es el primer apelativo que merecían los susodichos, porque lo cierto es que no quemaron billetes porque ellos fueran payos y ellas gitanas”. No es la primera vez que nos encontramos a la militancia gadjí (no gitana) dando por hecho que es fácil llamar al racismo antigitano por su nombre y llevamos tiempo asegurando que tal ilusión constituye un síntoma inequívoco de etnocentrismo naturalizado.

Descolonizar la conciencia crítica comienza por reconocer –no para pregonar en público– cuál es nuestra situación en el mapa de las identidades raciales impuesto desde la arcaica y persistente dimensión colonial del poder moderno. Quizás todo cambie cuando consecuencias más insospechadas del problema salpiquen de forma más determinante el ágora del blanco, lugar que no es únicamente físico, sino simbólico; de hecho, es el lugar simbólico del régimen, el obligatorio, el lugar simbólico por antonomasia. A partir de entonces podemos comprender que ser blanco, como diría Houria Bouteldja, es, principalmente, una forma de pensar –la obligatoria, decíamos–, no únicamente una pigmentación determinada de la piel.

Las comunidades gitanas han representado tradicionalmente el contrapunto interior al orden deseable en las sociedades europeas; han sido históricamente asociadas a la delincuencia y a la marginalidad; de hecho, han sido observadas como parte indisociable y conformadora del ‘lumpen’, incluso desde la propia izquierda. Tal y como el propio Marx escribió, el ‘lumpen’ es “el partido de las fulanas y los gitanos, a él sólo acuden la descontenta masa campesina, iluminada y esotérica, mística y alocada, o esos sarnosos limpiabotas, mendigos y sicarios, que inevitablemente son tan enemigos del proletariado como la Reacción […] Cuando el Proletariado triunfe deberá aplastarlos”. Es por eso que el desprecio de clase exhibido por los jóvenes holandeses al que Barbijaputa hace mención encuentra su punto de intersección con el de raza, el cual contribuye a explicar el lugar que las personas gitanas ocupan en el imaginario europeo mayoritario.

Blanquear las jerarquías raciales

Negar que parte esencial del desprecio manifestado por los hinchas del PSV ante las gitanas rumanas tiene que ver con el estructural racismo antigitano es blanquear lo sucedido y desperdiciar una gran oportunidad. Rara vez los medios mayoritarios se hacen eco de la situación de alarma social que sufre el pueblo gitano en todo el continente y llaman a las cosas por su nombre. La indignación mediática española durante estos días es hipócrita porque consiste en presentar los hechos como si constituyeran una excepción abominable.

El pueblo Rrom representa la comunidad humana racializada más numerosa y antigua de Europa, y si los y las activistas gadjé (no gitanos) no aprenden a mirar desde la terrible situación en la que se encuentra un porcentaje desolador del mismo perderán la oportunidad de afinar en su diagnóstico sobre las patologías del poder en el interior del continente. El racismo antigitano no es un sencillo paquete de prejuicios y tópicos generalizados; se trata de una ideología institucionalizada tan antigua como los Estados–nación que impregna las relaciones sociales y desemboca en la deshumanización naturalizada de las personas gitanas de carne y hueso.

En el marco de tal esquema, la excepción consiste en tratar a los gitanos como a seres humanos. Atendiendo a ello, aseguramos que si los aficionados holandeses ningunearon con tal insensibilidad la dignidad de las mujeres gitanas rumanas de la Plaza Mayor es porque el caldo de cultivo que hace de las personas romaníes individuos subhumanos está preparado en todo el continente y nunca se ha rebatido con la voluntad política necesaria.

La forma en la que la autora aborda lo sucedido nos recuerda a la frecuente actitud marxista imperante en la izquierda masculinizada; a la rapidez con la que desde dicha trinchera se suele acudir a desmantelar el supuesto carácter inofensivo de la crítica contra el machismo o el racismo. Para ellos, lo que realmente está en juego es la “objetiva y científica” opresión de clase. Las feministas decoloniales nos han educado haciéndonos ver que los principales defensores de esta perspectiva son hombres blancos cisgénero y que al blindarse ante la crítica están protegiendo sus privilegios como observadores de la realidad desde lo que Amaia Pérez Orozco llama “la hegemonía crítica”. Es la sensibilidad política de los feminismos decoloniales la que precisamente nos puede ayudar a superar el estrabismo etnocéntrico, ese estrabismo que no percibe la dimensión estructural del racismo y sus puntos de intersección con la clase, el sexo o el género.

Clasismo/racismo/sexismo

“Quemaron billetes por puro y duro clasismo, declarando así su odio hacia las indigentes por el hecho de serlo, a las que por supuesto perciben como seres inferiores. Y las hicieron bailar por pura y dura misoginia, sin ningún temor a una respuesta agresiva por tal humillación. Las mujeres, ya saben, ante las agresiones rara vez responden con más agresiones. Y eso, un seguidor del PSV, como cualquier otro, lo sabe bien”. Efectivamente, las jerarquías de clase y de sexo/género estuvieron presentes y formaron parte esencial del horrible espectáculo. Sin embargo, a Barbijaputa se le olvida un factor esencial: la importancia del papel del antigitanismo/romofobia naturalizado en las sociedades europeas. Los linchamientos y vejaciones a las poblaciones gitanas representan una constante a lo largo y ancho de la Europa actual y solo hay que acudir a los informes de Amnistía Internacional o del European Roma Rigths Center para comenzar a percatarse de ello.

Si nuestra voluntad es comprender adecuadamente la verdadera dimensión de lo ocurrido es importante recordar cuál fue uno de los principales cánticos que los hinchas blancos dedicaron a las mujeres romaníes: “¡No crucéis la frontera!”. Es evidente que aquellos jóvenes holandeses consideran España como parte de su hogar y también lo es que en su imaginario las gitanas rumanas no forman parte del mismo. No importa que las gitanas fuesen “europeas” y que los romaníes vivan en Europa desde su propia conformación, lo importante es que no deben cruzar “la frontera”. ¿Qué frontera? La frontera delimitada por el arcaico racismo que las sitúa por debajo de la línea de lo humano. Por eso la Policía, fiel a los marcos de dicha frontera, arregló el problema expulsando a las gitanas del lugar en el que eran vejadas. Se trata de una vieja y constante estrategia europea que se está haciendo claramente explícita en su gestión de la mal denominada ‘crisis de los refugiados’.

Nuestra autora asegura que el hecho de que las mujeres humilladas fuesen gitanas constituye el último factor de importancia en lo ocurrido: “Probablemente, el hecho de ser gitanas fue, de hecho, el último motivo y no el primero, ¿o alguien cree que en el caso de haber sido mujeres indigentes blancas los agresores hubieran mostrado respeto?”. Pensamos que la pregunta es simplista y encierra un privilegio inconsciente: el privilegio naturalizado de ser una persona blanca en Europa. Cualquier persona cuyo origen ancestral la ligue a una comunidad racializada sabe perfectamente cuál es la respuesta a la pregunta de Barbijaputa. No, evidentemente, si las mujeres hubieran sido indigentes blancas, los hinchas no se hubiesen transformado, de repente, en fraternos compañeros; ¿qué ingrediente de la reflexión alumbra tal pregunta? Sin embargo, el hecho de que eran ‘visiblemente’ gitanas tuvo un peso extraordinario, esencial y aplastante en lo acontecido.

Hubiésemos estado de acuerdo en una reconsideración de los hechos atendiendo a las jerarquías sexuales, de género y de clase presentes en los mismos. Pero no podemos estarlo si las implicaciones nos hacen desembocar en uno de los errores clásicos de manual procedentes del etnocentrismo: subestimar la cuestión del racismo, central en lo que se denomina como colonialidad del poder. No seremos nosotros los que vengamos a afirmar que la misoginia jugó un papel menor en lo acontecido. Lo que aseguramos es que no hay nada mejor que dejarse intoxicar por el feminismo decolonial, que atiende a las imbricaciones de raza, sexo, género y clase sin crear una jerarquía epistemológica en torno a las mismas, lo cual es una tendencia propia de aquellas identidades racialmente privilegiadas que no tienen que enfrentar el racismo.

Helios F. Garcés es miembro de la organización romaní decolonial Kale Amenge. Es autor del blog Kalipen en el Periódico Diagonal y co autor de la Guía de Recursos contra el Antigitanismo (FAGA).

[*]Este artículo fue escrito para responder al artículo de la ciber activista feminisa BarbijaputaSolo Racismo”: http://www.eldiario.es/zonacritica/misoginia-clasismo-racismo-barbijaputa_6_495610438.html.
[1]Formas originales a través de las cuales las comunidades romaníes se nombran a sí mismas en Romanó.
[2]Pedimos disculpas de ante mano a nuestros hermanos y hermanas en el resto del mundo. Este artículo se centra en el caso español como paradigma de la modernidad europea.