Quienes hemos sido confinades dentro del imaginario de la marginalidad, material y simbólica, como quienes están “detrás del muro” de la normalidad, de lo saludable, esbelto, blanco y radiante; quienes habitamos y resistimos en comunidades que luchan contra las prácticas de muerte del supremacismo de la blanquitud cis hetero neuro normada y nuclear, estamos acostumbrades a que se nos identifique, se nos persiga y se nos señale se nos encierre, como lo peligroso, lo punitivo, lo contagioso, lo sucio, lo apestoso, lo vírico y la enfermedad misma. 

Las travestis, maricas, bolleras, masculinidades trans, feminidades trans, no binaries, putas, maternidades disidentes, migras, racializadas, indígenes, negres, neurodivergentes, sidosas, siempre hemos sido consideradas víctimas y vectoras de nuestras propias alteridades. No es extraño que incluso se nos asocie con la destrucción de nosotres mismes, nuestras comunidades y el mundo en general, nuestra sola presencia puede volverse viral e infectar el supuesto tejido sano de la hegemonía blanca cis hetero neuro normada. El modelo colonial del capital nos coloca siempre del lado de lo negativo, deficitario, y vuelve a la diferencia, a lo que les gusta llamar “la otredad”, su cesto de vergüenzas y atrocidad. 

Pero hace rato sabemos que el modelo de salud blanco eurocentrado colonial también es una ilusión que se basa en la explotación, el despojo, la higienización selectiva y en el extractivismo de todos los recursos de la tierra y los epistemes de nuestros pueblos.

Con la crisis del CONVID19 lo que se expresa con más evidencia es que somos los cuerpos del deshecho, el foso común de los continentes explotadores, la gran plantación desde donde sostenemos con nuestras vidas y muertes el capricho capitalista colonial. Son ellos los que nos mantienen a una distancia adecuada, en la cocina, en el servicio de limpieza, en ghetos, al otro lado de la frontera, para que seamos siempre les “otres”; son ellos los que ocultan sus muertes pero se regodean con la hambruna a la que nos someten. 

El llamado norte global se construye a sí mismo como una ficción geopolítica sana, próspera y desarrollista que se sitúa lo suficientemente lejos del sur, para seguir saqueándolo y mantener su propio beneficio. Un gran capital que nunca es redistribuido justamente, y cuyo destino depende de la potencia política de quienes detentan el poder pero también de quienes tratamos de infectarlo.

Nosotres hacemos que éstas ficciones geográficas, estas distancias, se acorten, se difuminen. Nuestros rostros y manos, siempre han sostenido dos cosas: su riqueza y su pánico. Nacimos infectades  por sus barcos invasores, por sus pestes, por sus armas, por sus fundaciones y descubrimientos. 

Venimos desde lejos a reclamar lo que nos pertenece, material, epistémica y espiritualmente; y esa demanda política es un acto de repensar, redibujar y desalambrar la geografía de los cuerpos-territorios, desde otros

Nuestros tránsitos y diásporas recuperan tiempo. 

Tiempo y silencio.

Silencio y territorio 

Territorio y cuerpo 

Cuerpo y memoria 

Memoria y saberes

Saberes y haceres

Haceres y tiempo 

Silencio 

¡Cállate blanco! 

Escucha.

Infectarles es inevitable, y no hace falta el coronavirus para entenderlo.

Saberes y necesidades, es contraatacar las distancias impuestas por el proyecto capitalista colonial y sus necropolíticas, sus fronteras binarias, entre lo sano y lo enfermo, entre quienes limpian y quienes habitan la pulcritud, entre quienes comen y quienes les disponen en los supermercados su alimento, entre quienes hacen la cosecha y quienes la cobran, entre lo civilizado y lo salvaje, entre lo inmune y lo inmunodeprimido, entre les que viven y les que mueren en su eugenesia histórica. 

La crisis CONVID19 muestra la evidente incapacidad del proyecto capitalista colonial. Lejos de los arrebatos del nihilismo punk o de la auto romantización bohemia, de la académica posmoderna distópica y el despliegue escénico de su tecnología retórica autoreferencial, nosotres hoy más que nunca creemos en la vida como forma de resistencia.

La vida como manifestación última de cada diferencia que puede ser vivida, cuidada, deseada, sostenida. La vida que desde este lado, profundamente oscuro, es un espacio de resguardo que acaricia el sustrato íntimo de las raíces del universo. Y que grita por una muerte que también merezca la pena ser vivida. 

Nuestras vidas han sido monstrificadas desde el genocidio colonial y alejadas del espectro de la ética, estética y política eurocentrada y su deseo sexual racista. Nos deshumanizaron como parte del proceso inicial de acumulación de  capital. Hace mucho que sabemos lo difícil que es respirar, hace mucho que sabemos que no tenemos que llevarnos las manos a la cara para reconocer nuestro rostro.

Hay una analogía entre nuestras resistencias y el virus. Nuestras acciones, nuestra existencia, ponen en crisis las ficciones de bienestar y de seguridad de occidente, su economía, su política, hasta su moral sexual. Nuestros modelos de supervivencia, nuestros conocimientos espirituales y de la tierra, nuestras economías autosutentables, nuestras manera de amar a los bichos y las plantas, nuestra dignidad en la pobreza, nuestra creación de belleza sin acumulación, nuestra manera de pintarnos los labios y follar, nuestra manera de sostenernos sin familias sanguíneas que nos acunen, sin herencias ni Estado que nos ampare, sin policía que nos proteja, en la red colectiva y en codependencia con otres, subterránea, nuestros porvenires políticos y deseos siempre están cargados de mutaciones peligrosas. 

Como las bacterias y los insectos, habitamos lugares invisibles, un refugio endogámico que archiva nuestras memorias ancestrales y nos permiten ejercer la labor de encarnar la disidencia: crear buen vivir en la tierra.

Nosotres nos negamos a sacrificar a nuestres ancianes. Celebramos y conmemoramos su sabiduría, porque nos regalaron las formas de vida que podemos sostener, infección tras infección, para sanar vuestros tejidos que anidan muerte violenta. No se trata de una buena leyenda, también sabemos que solo podemos transformarnos si les tenemos presente para enmendar sus errores, para que la memoria no desfallezca en números, curvas y tumbas comunes. 

Nosotres nos cuidábamos desde antes de la pandemia, porque nuestras vidas en diáspora deben su supervivencia a la colectividad y al apoyo mutuo. Por eso nuestras redes de cuidado, las que hemos armado en estos días, son tan importantes: porque hablan desde nuestra genealogía disidente y resistente, porque despliegan otros criterios de construcción de valor social, dignidad y beneficio. 

Nosotres resistimos.

Nosotres existimos.

¡Vuestras utopías No serán nuestro futuro, ni vuestras distopías serán el pasado en el que nos reconozcamos!

Abril 2020, en varios sures