Trabajar con lo fragmentado: la propuesta
La crítica a las críticas sobre la identidad
Esta imposición de una única manera de ser, hacer y pensar que venimos refiriendo en estas páginas como sostén del sistema-mundo, también impregnan a quienes disienten con el propio sistema. Las propuestas emancipatorias que se enuncian desde el Occidente blanco adolecen en gran parte de esta subjetividad que coloca en la cúspide del desarrollo a la occidentalidad blanca. El conocimiento, la ética y la narración del mundo que se realizan desde la izquierda intelectual de cinco países occidentales se universalizan como los únicos y superiores a los que el resto de los movimientos disidentes del mundo deben aspirar. La disidencia se mimetiza con el orden que pretende combatir, y reproduce su misma lógica supremacista, arrogándose la forma acertada de llevar a cabo la transformación, hay que tener en cuenta desde donde se está haciendo este llamamiento. Si la persona o personas que lo enuncian no están atravesadas por estas identidades que hacen más difícil el sostenimiento de la vida , es muy posible que estén reproduciendo el mismo esquema de superioridad que el propio orden que pretenden combatir inventa. En su inmensa mayoría las mujeres, las personas que no habitan Occidente y las que no son blancas, lo tienen más difícil para sostener sus vidas. Eso no significa que los hombres, los occidentales y los blancos en su totalidad lo tengan todos más fácil, pero si es cierto que juegan con una ventaja de partida para el acceso a la vida digna. Si desde estas últimas posiciones más favorecidas desde donde se esta pidiendo el aplazamiento de las luchas organizadas desde la identidad, es posible que se esté obviando la ventaja vital de la que se goza y se esta ignorando la urgencia de alcanzarla que existe en las personas que no la tienen.
La urgencia de articular un frente común de luchas es loable y necesaria, pero lo que estamos debatiendo es cómo hacerlo. Pretender basar la articulación de la disidencia en base a un único elemento que sea común a una amplísima cantidad de personas es una tarea complicada y poco realista. En un sistema que jerarquiza unas vidas sobre otras, este hipotético elemento común se difumina. Es necesario un gran ejercicio de retórica para enlazar este común que no es tan visible a simple vista. Si queremos englobar en un mismo concepto de clase y bajo una misma propuesta de cambio la realidad de las jornaleras marroquíes que cobran 7 € al día en la recolección del arándano y la de los funcionarios alemanes que desayunan muesli con arándanos, vamos a tener que atender a las diferentes identidades y asumir una fragmentación y jerarquización en las líneas de salida.
Una propuesta que plantee un horizonte común sin pretender unificar la prioridades, los discursos y las estrategias de lucha y resistencias de los diferentes grupos que lo lleven a cabo, puede ser más realista y alcanzable. La necesidad de confluir en un horizonte común es urgente, pero quizás no sea necesario hacerlo bajo un mismo relato, discurso y estrategia de lucha. Las reivindicaciones del feminismo contra las violencias, las personas migrantes por el derecho a la movilidad o las de los trabajadores de la hostelería por sus condiciones laborales, pueden converger en una misma propuesta, aunque las narrativas y las acciones sean diferentes en función del lugar de enunciación y los malestares particulares. Al fin y al cabo los tres movimientos del ejemplo denuncian un mismo poder económico y social como causa del minusvalor al que se condena a las personas que lo conforman. Esta propuesta parece más viable que pretender la homogenización de estas luchas en un único discurso y estrategia.
El horizonte emancipador puede ser el mismo, pero los caminos para llegar son diferentes porque los lugares desde los que se parte también son distintos. Aunque es muy posible que esta proposición de un diálogo para una propuesta común tenga escollos insalvables cuando los intereses y reivindicaciones de los diferentes colectivos entren en graves contradicciones o uno de los grupos llamados a confluir colabore activamente en la opresión que padecen otros.
Algunas pistas
Aquí me permito dejar algunas pistas para alcanzar ese horizonte de confluencias que he ido vislumbrando a lo largo de mi trayectoria militante desde diferentes luchas, algunas construidas desde el eje de la identidad y otras desde el que podríamos llamar capital-trabajo, dependiendo del dolor que las ha articulado.
1- Tomar conciencia del lugar que se ocupa en la jerarquía de humanidades que la alianza capitalismo-patriarcado-racismo ha establecido. Esta toma de conciencia de la posición social que se ocupa o desde el lugar desde el que se mira la realidad, no significa entonar el mea culpa de los privilegios en pos de una transformación únicamente personal. Esto sólo lleva a cargar con el peso de la culpa y a la inacción política. Significa que, si estamos verdaderamente interesados en confluir con otras personas en la construcción de una propuesta de transformación, tenemos que tomar en cuenta nuestro lugar de partida. Como vengo exponiendo, las formas de pensamiento blanco y occidental ocupan la centralidad del mundo y se erigen en paradigma de normalidad; al resto solo le queda aspirar a ellas. Este esquema también se reproduce en el pensamiento político crítico, y las propuestas de lucha que nacen de ese lugar suelen padecer del mismo vicio que el del pensamiento dominante de creerse así mismo universal. No estamos fuera de la realidad cuando enunciamos nuestras propuestas políticas y llevamos a cabo la acción, estamos dentro de una subjetividad patriarcal, racista y capitalista. Cuando en nuestras propuestas políticas colocamos en un escalón de desarrollo inferior a las formas de hacer y pensar de los mismos grupos humanos a los que el orden imperante inferioriza, hay que detenerse a ver si no estamos reproduciendo la misma subjetividad supremacista. Cuando desde la identidad de Occidente desarrollado se percibe a los gitanos, a los musulmanes, las personas pobres o a quienes habitan los Sures como más primitivos, violentos, machistas o irracionales, es muy posible que esto tenga que ver más con el lugar desde el que se mira que con la realidad. Tomar conciencia de la coincidencia de estas percepciones y la jerarquía de la humanidad impuesta por el sistema es el primer paso para un diálogo que abra la posibilidad de una confluencia hacia un horizonte común. Tomar conciencia de la mirada situada puede ser una opción sana para quienes desean crecer a nivel ético o moral de manera individual. Pero esto se convierte en un imperativo para aquellas personas que de verdad quieren implicarse en construir una salida colectiva del sistema-mundo. Vamos a tener que cambiar muchas cosas, se trata de poner en marcha un plan viable para garantizar el sostenimiento material de todas las vidas, y vamos a necesitar ser muchas y muchos. El convencimiento de la superioridad intelectual y moral de la disidencia política blanca occidental está retrasando esta confluencia.
2- El siguiente paso después de cuestionar nuestra propia mirada es empezar a mirar de otra manera a los otros. Es muy probable que ese proyecto viable que sea la alternativa al sistema-mundo requiera sumar muchos saberes y prácticas dispares. El sistema golpea con diferentes violencias cada realidad y las respuestas que se articulan a cada golpe están diseñadas a medida de este. La hipotética suma de todas estas resistencias estaría diseñada a la medida de las múltiples manifestaciones del sistema-mundo. Este libro se ha centrado en las estrategias del pueblo gitano para sostener la vida y resistir a las imposiciones que el orden vigente le tenía reservado. Allá donde miremos, desde las maquilas asiáticas hasta la migración magrebí en el sur de Europa o el gueto de las grandes urbes, vemos formas de resistencia organizada para sostener la vida contra los embates del sistema-mundo. Estas estrategias colectivas están señalando las pistas para las bases que debe tener esta propuesta emancipatoria global. No es una cuestión de buenismo militante el mirar lo que ocurre en los márgenes de la centralidad blanca occidental, es que el conocimiento que generan las vidas en resistencia es imprescindible para la propuesta de cambio. Si miramos a los margenes desde la superioridad del “necesitan liberarse de la religión para emanciparse”, “tienen que superar antes el machismo de sus comunidades” o “deberían esforzarse más en combatir la corrupción de sus gobiernos”, difícilmente vamos a construir la suma de multitudes que necesitamos para la transformación. Esgrimir la superioridad intelectual o moral y condenar el relativismo cultural en defensa de firmes valores ideológicos puede estar bien para las charlas de café o los artículos de opinión. Pero si verdaderamente queremos confluir para un cambio a escala planetaria en un medio plazo, vamos a tener que aparcar esta superioridad ideológica y apostar por el diálogo entre iguales.
Los malestares son múltiples y muy diferentes entre sí, pero las causas que los suscitan tienen un tronco común, origen éste que nos une y frente al cual hay que articular una respuesta colectiva. Atender a la diversidad de malestares y entablar el diálogo sabiéndonos en posiciones diferenciadas es la única manera de superar la fragmentación. Un horizonte de cambio que sane los malestares es una propuesta deonde el sostenimiento de todas las vidas es posible.
La cooperación frente al individualismo imperante se adivina como la única manera de alcanzarlo, y en los márgenes hay toda una universidad de vidas que han cooperado y cooperan por la supervivencia: cuando nada sostiene, sólo el común puede salvar. Descentremos la mirada, corramos el riesgo de mirar a los márgenes porque poco nos queda ya por perder. Gitanicémonos. Lo bueno de ir perdiendo es que tenemos todo por ganar.
/Publicado originalmente en el libro Filigrana, Pastora (2020), El Pueblo Gitano contra el sistema-mundo. Reflexiones desde una militancia feminista y antirracista, Ciudad de México, Akal.