No es una caravana de migrantes, sino un nuevo movimiento social que camina por una vida vivible
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Entre enero y septiembre de 2018, según cifras publicadas por la Unidad de Política Migratoria del gobierno mexicano en octubre de este mismo año, fueron “presentados” ante autoridades migratorias, es decir detenidos, 41.760 hondureñas y hondureños de todas las edades. En ese mismo periodo, el gobierno mexicano reporta 37.000 deportaciones entre esas miles de personas desplazadas por la violencia de estado, la violencia de mercado y la violencia patriarcal.
Es bien visible la paradoja: las deportaciones de estos desplazados fueron costeadas con el dinero del erario público mexicano, el mismo que, según fuentes gubernamentales, se sostiene -solo después del petróleo- con las remesas de los millones de mexicanos migrantes, la mitad ilegalizados por el gobierno estadounidense. Es decir, este año pasaron por este “país frontera”, como le llaman los migrantes, el volumen similar a 6 contingentes como la llamada Caravana Migrante, mejor descrita como Éxodo de Desplazados.
No obstante, y a diferencia de esta última que hoy está llegando a Ciudad de México, los 41.760 hondureñas y hondureños que intentaban atravesar México venían dispersos, por rutas clandestinizadas por las políticas migratorias mexicanas que han neoliberalizado la violencia contra las personas migrantes, desplazadas, refugiadas y asiladas en este país, privatizándola a virtuales ejércitos privados, mitad compuestos de sicarios, mitad de complicidades con diferentes fuerzas estatales, todo ello documentado por informes de organismos nacionales e internacionales de derechos humanos.
A diferencia de lo que ocurrió en ese periodo, hoy 10 mil migrantes de América Central, la mayoría de Honduras, caminan, medianamente coordinados, por este «país frontera», en 3 caravanas o éxodos que desde el 19 de octubre de 2018, y después en dos ocasiones posteriores, lograron desafiar con sus cuerpos, y nada más que con eso, los operativos policíaco/militares desplegados en contra de familias con hijos en la frontera sur de México, la del norte de Guatemala.
Es decir, el éxodo de desplazados que hoy concentra la atención mediática internacional y se pelea su pedacito de interés en un país desgarrado por crímenes de Estado, fosas comunes rodantes en tráileres, una transición política en puertas y las festividades del día de muertos, no es algo nuevo. Al contrario, en torno a este éxodo, al que periodistas mexicanos han llamado el “Holocausto invisible del siglo XXI” [1] se han escrito centenares de miles de páginas en los últimos 15 años, ya sea en formato de nota roja, informes de derechos humanos gubernamentales y no gubernamentales, consultorías sobre seguridad nacional, novelas, ensayos, documentales, publicaciones académicas y hasta extraordinarias películas de ficción.
Porque sobre la transmigración centroamericana opera en la región una virtual industria de la migración compuesta sobre todo por redes criminales de trata y tráfico de personas, en colusión demostrada con las autoridades de todos los países involucrados, pero también organismos internacionales, organizaciones de la sociedad civil que atienden en la más extrema precariedad necesidades que los estados están obligados a garantizar a los migrantes y, cómo no, también una muy amplia gama de especialistas, tecnócratas y académicos -cómo quien esto escribe- que tratan de “comprender” la transmigración, unos porque se creen la fantasía de que la migración humana puede “gobernarse” de manera ordenada y otras porque vemos en esta dimensión de lo social ejemplos muy didácticos tanto de resistencia frontal como de las consecuencias humanas del neoliberalismo.
En esta industria hay quienes miran a los migrantes y desplazados como víctimas, otros como clientes, unos más como criminales o infractores de la ley y una minoría como actores políticos que siempre y de manera reiterada le descomponen la agenda migratoria a los gobiernos y a la industria de la migración.
Por eso, lo nuevo no es la presencia de miles de desplazados del neoliberalismo made in Centroamérica, esta población que hoy por fin el mundo observa, después de incontables masacres (las más visibilizadas fueron las de San Fernando, Tamaulipas y Cadereyta, Nuevo León) y de un incontable número de cuerpos de migrantes en fosas clandestinas que se confunden con los de un pueblo que busca desesperado a un promedio de 35 mil personas desparecidas. [2]
Los transmigrantes centroamericanos conforman una población que combina menores migrantes no acompañados y en compañía de familiares directos, mujeres que la trata de personas se chupa como la espuma, hombres y hasta ancianos que buscan escapar de la violencia neoliberal de salarios que no alcanzan los 100 dólares mensuales, de la impunidad política y el pacto de silencio en torno a la violencia generalizada en las calles de los barrios pobres de las capitales centroamericanas.
Lo novedoso es la forma en la que hoy se mueven por México los centroamericanos. En masa, agrupados por nodos que caminan juntos un país por el que los coyotes les cobran, por adelantado, entre 9 y 15 mil dólares para llevarlos hasta Estados Unidos. País éste último, no hay que olvidar, donde hay jueces que están juzgando a bebés de 2 años recluidos y separados de sus familias, reclamándoles en el estrado que declaren porque la justicia norteamericana tiene que creer en los motivos de su petición de asilo.[3]
No obstante, quienes hoy caminan juntos, acompañados por organizaciones nacionales e internacionales todas ellas humanitarias, además de la prensa doméstica y global, han sido acusados de obedecer algún tipo de complot político pagado o incentivado por el presidente estadounidense Donald Trump, de responder a intereses de camarillas que buscan desestabilizar la transición pacífica en México con el presidente electo Andrés Manuel López Obrador o, como mínimo, de engañados por grupos antagónicos al gobierno hondureño de facto de Juan Orlando Hernández Alvarado .
Esas voces que han desestimado esta novedosa forma de organización política, desde nuestra perspectiva, si bien son sesudas geopolíticamente, son racistas, discriminatorias y han provocado una respuesta represiva en sectores clave de la población que nunca ponen atención en la migración y que cuando observaron a mujeres y niños rompiendo una valla fronteriza buscaron explicaciones en las plumas antes nombradas. Cuando los líderes de opinión y los expertos en movilidad humana y relaciones internacionales descartaron la agencia y autonomía política de quien se mueve en colectivo desafiando los trayectos del terror, perdimos la preciosa oportunidad de construir, haciendo eco a la imaginación política de los migrantes y desplazados, un movimiento político masivo antirracista en México.
[Asamblea de desplazados, foto: Georgina Garibo]
Y por eso es urgente recalcar que estas “caravanas” de miles de personas que hoy recorren México, compuestas en un 45% por mujeres y niños, son una novedosa forma de lucha migrante, o un nuevo tipo de movimiento social sin consignas manifiestamente ideológicas, sin formas de organización manifiestamente antagónicas al capitalismo, apenas 10 mil personas que se organizan para caminar juntas buscando una vida habitable, haciendo de la migración una estrategia política para preservar sus vidas y las de sus hijos que traen en brazos o en carriolas por las mortíferas carreteras de México. Y al caminar van desafiando las fronteras diseñadas en Washington para la región, basadas todas en acuerdos internacionales sobre seguridad nacional.[4]
Entre los rasgos más esperanzadores de esta nueva capacidad política está la interpelación a pueblos y comunidades que, al verlos caminar en masa, se animaron ahora sí a desafiar los cacicazgos y sicariatos locales y les mostraron su solidaridad abiertamente, con bandas municipales de música, los frijoles de la última cosecha o simplemente abriendo sus casas para dejar a los caminantes refrescarse y usar el baño, inaugurando con ello formas de hospitalidad radical que puedan resarcir las complicidades o incluso los silencios del pueblo mexicano con sus pares, los actuales “condenados de la tierra” centroamericanos.
Falta por ver cómo respondemos los pueblos donde estos éxodos, virtuales campos de refugiados en movimiento, como apuntan los colegas del periódico El Faro, consiguen quedarse. De momento, el caminar de miles de familias expulsadas por la violencia y la miseria está consiguiendo cambiar la gramática migratoria en México, entonces hay esperanza y vida, justo lo que falta aquí y ahora. No es caravana de migrantes, sino éxodo de desplazados, pero sobre todo es un nuevo movimiento social que camina por una vida vivible.
/publicado en eldiario.es
Amarela Varela es activista y profesora de la Universidad Autónoma de Ciudad de México (UACM), autora de varias investigaciones sobre migración contemporánea.