La enfermedad que legitima el racismo: una lección no aprendida
Ilustraciones por Badiucao
“Queridas compañeras de la diáspora, han detectado un nuevo virus respiratorio en Wuhan, China. Tenemos que estar preparadas para el racismo que vendrá en las siguientes semanas.” Con estas palabras pronosticamos las compañeras de Catàrsia lo que se nos venía encima, ya en enero. Antes que estallara la crisis y el boom mediático del coronavirus Covid-19, técnicamente SARS-CoV-2. Y si bien todavía era incierto el alcance a nivel de morbimortalidad, nuestras palabras se cumplieron.
Redes sociales, medios de comunicación y grupos de Whatsapp ardían de comentarios, burlas y bulos sobre los chinos, que más allá del virus en sí, cuestionaban sus costumbres, su acento, sus hábitos alimentarios y su aspecto físico. Así se evidenciaba que el fenotipo continuaba siendo definitorio de la otredad. Y esta a la vez legitimadora de la violencia hacia quien es leído como chino. Diariamente nos llegan situaciones de violencia verbal o física hacia personas asiáticas en el espacio público: niños que son objeto de burla en la escuela, compañeras que son insultadas por la calle, gente que se aparta o se tapa la boca al verte o la barbarie de dejar inconsciente a una persona en el centro de Madrid a grito de “¡coronavirus!”.
En la última semana, se ha presenciado un giro de los acontecimientos. Con la rápida expansión del virus en el territorio euroblanco, los mismos que se reían de los chinos y de sus medidas de prevención, ahora sólo les queda seguirle los pasos. Italia ya se ha visto obligado a poner en cuarentena a 16 millones de personas en el norte del país ante el crecimiento exponencial de los casos y el colapso del sistema sanitario. Y España va detrás.
Para los miembros de la diáspora china, es como estar viviendo una triple epidemia. Primero, por el sufrimiento hacia sus familiares y amigos en China, más adelante ante la avalancha de discriminación, violencia y racismo y ahora están reviviendo lo que pasó en China pero aquí. Existe preocupación. Parte de la comunidad desconfía de las estrategias tomadas del Gobierno español, que consideran improvisadas e insuficientes. Algunos se plantean el regreso a China pues confían más en las medidas adoptadas allí o sencillamente en busca de apoyo familiar. A otros, al miedo al contagio se les añade el miedo al doble estigma de ser señalada por ser china y tener el coronavirus.
Mientras los chinos que regresaban de su país de origen realizaban cuarentenas voluntarias o pedían disculpas por trabajar con mascarilla hasta pasado el periodo de incubación para evitar contagiar a otros, aquí parece que prefieren colapsar un sistema sanitario antes que renunciar a su ocio o vida social, antes que ver tambalear su estado de bienestar. Para ellos, el drama es no poder asistir a su clase de fitness semanal mientras el resto de los asiáticos sufre por ser señalado, insultado o abofeteado en la calle. Mientras tanto, en Usera (Madrid), algunos ciudadanos de origen chino que reparten mascarillas a abuelos, niños etc., son acusados de mafiosos y de haber robado las mascarillas.
Muchos comercios regentados por chinos han bajado la persiana ante el temor al contagio. Para algunos de ellos es también una muestra de protesta para visibilizar el impacto que genera que estos no funcionen con normalidad. Mientras Europa sigue justificando su egoísmo, la comunidad china ha dado una lección de anticipación, organización y solidaridad.
Cuando oí hablar por primera vez del Covid 19, el primer flashback me llevó a cuando la epidemia del SARS en 2003. Yo tenía 12 años y en plena adolescencia pasaba por la crisis identitaria que años después descubriría que era compartida por muchos hijos de migrantes. Tengo el vivo recuerdo de un grupo de compañeros de unos 16 años apartándose de mí en las escaleras del colegio, mofándose y gritándome para que no les contagiara la gripe.
A partir de allí, traté de blanquearme lo más posible para que el resto de las personas me vieran como tal y no me asociaran con ser china. Una medida de protección ante la falta de referentes que me aportaran otra mirada. ¿A quién iba a acudir si desde la propia autoridad se permitían y se perpetuaban estos actos? ¿Cómo levantas la voz ante el miedo a ser llamada “exagerada”? ¿Cómo crees en un sistema en el que, hoy, 17 años más tarde, todavía existen profesores que se ríen de sus alumnos chinos delante de toda la clase? Y no, no son casos aislados, es racismo institucional.
Y es que en casos de epidemia como el SARS, el ébola o el actual coronavirus, cabe prestar especial atención al grupo que será marginado y estigmatizado pues pueden dilatar el tiempo en acudir a un dispositivo sanitario por miedo a la discriminación o la estigmatización. Además, los prejuicios interiorizados por el personal sanitario pueden hacer sesgar a la hora de reconocer y tratar los distintos padecimientos, es lo que se conoce como el sesgo del healthcare provider (profesional asistencial de la salud).
Otras epidemias como el H1 N1, nacida en Norte América o la enfermedad de las vacas locas que afectó principalmente al Reino Unido no generaron una discriminación racial de esta magnitud. Sin embargo, epidemias que se originan en China como el SARS o el Covid-19, van intrínsecamente ligados al racismo. Es ingenuo pensar que estas actitudes nacen exclusivamente del miedo o de la desinformación por la paranoia actual, sino que el sentimiento antichino es el resultado de luchas de poder que deben ser situadas históricamente.
A principios del siglo XIX, Estados Unidos experimentó la llegada de gran cantidad de migrantes chinos a la Costa Oeste para trabajar en la construcción del ferrocarril. Éstos fueron percibidos como una amenaza hacia los puestos de trabajo de estadounidenses.
En este contexto, se empezó a forjar el concepto de Peligro Amarillo, un imaginario colectivo creado desde la hegemonía blanca basado en estereotipos discriminatorios. Paralelamente, en Estados Unidos el sentimiento antichino también se ligó al consumo de opio, perpetuando la idea de que eran viciososy que debían ser evitados. El caso del opio es un ejemplo de cómo el poder cambia el discurso en función de las necesidades económicas y políticas de cada momento. Recordemos que en un principio fue el Reino Unido quien introdujo y obligó a legalizar el consumo del opio en China tras ganar la Primera Guerra del Opio, para garantizar el balance económico hacia los ingleses. Más adelante Estados Unidos asumió el liderazgo moral a nivel mundial para prohibirlo y de paso estigmatizar a los chinos.
En el mismo siglo XIX, el autor estadounidense Jack London publicaría una novela en la que los chinos contraen enfermedades como la viruela o el cólera. Nacía así el otro concepto asociado al peligro amarillo, el del chino como enfermo contagioso. Durante esos años, San Francisco decretó una cuarentena obligatoria tras un brote de viruela que se asoció a los chinos y se le obligó a un confinamiento en Chinatown mientras los blancos podían circular libremente esparciendo la enfermedad.
La idea de suciedad y contagiosidad también ha sido uno de los estigmas que han rodeado a la alimentación china. El Síndrome del restaurante chino, el SARS y el actual coronavirus son varios ejemplos que desprestigian toda una cultura milenaria al poner en duda su salubridad.
El peligro amarillo también se asoció a la prostitución, la mafia y al secuestro de mujeres blancas para la trata. Todo este imaginario deshumanizante hacia lo chino culminó en 1882 con la Ley de Exclusión de chinos que impedía la llegada de más migrantes chinos a Estados Unidos, que tuvo sus equivalentes en Oceanía. Una ley que en realidad buscaba perpetuar la pureza de la raza blanca a la vez que se libraba de los inmigrantes chinos durante más de 10 años.
Una mirada histórica y geopolíticamente situada es necesaria para entender que el racismo vivido por la epidemia no es casual ni pasajero, sino que se trata de un racismo estructural que se lleva perpetuando durante muchos años y que nos atraviesa diariamente.
Desde mi doble condición de médica y racializada, considero que tanto la gestión del racismo como la sanitaria han sido nefastas, a pesar de que eran previsibles. Ahora el Gobierno pretende que los sanitarios actuemos de escudo ante la epidemia, pero a la vez nos deja desprotegidos sin apenas mascarillas para atender a los enfermos. Algunos de ellos son los mismos que, una vez fuera del trabajo, me gritan y me señalan. Los mismos que hace 17 años se apartaban de mí en la escuela.
En cuanto a la oleada de racismo, ¿qué esperar de una institución que niega la existencia del mismo y cuyos profesionales perpetúan mofas y discriminaciones? Una vez la epidemia cese, lo más probable es que nadie se acordará de nosotras, continuarán perpetuando el racismo y continuarán actuando bajo el egoísmo que les impide renunciar a sus privilegios. Y mientras tanto, nosotras seguiremos allí, construyendo y combatiendo desde la colectividad.
/publicado en PAI PAI MAG