La colonialidad de la migración y la «crisis de los refugiados»: sobre el nexo migratorio de asilo, migración-colonialismo europeo blanco transatlántico y capitalismo racial
Durante agosto y septiembre de 2015, los medios reprodujeron constantemente imágenes de refugiadxs que atravesaban la ruta de los Balcanes hacia Austria, Alemania, Dinamarca, Suecia, Finlandia y Noruega. Esta migración se encontró inicialmente con la hospitalidad a través de Willkommenskultur (cultura de bienvenida). Sin embargo, esto cambió para el otoño de 2015 cuando los populistas y nacionalistas de derecha acusaron al gobierno de Merkel por permitir que las sociedades europeas fueran «rebasadas» por lxs refugiadxs musulmanxs de sociedades «arcaicas». Esto se ejemplifica en los informes de la víspera de Año Nuevo en Colonia 2015/16, cuando hombres del norte de África y musulmanes fueron acusados de ataques y agresiones sexuales dirigidos, según los medios de comunicación, principalmente a mujeres blancas alemanas en la estación principal de trenes[1]. Esto reactivó la dicotomía entre civilización y barbarie que construye las masculinidades racializadas negras y de color como «premodernas», carentes de control sobre su sexualidad y con una mentalidad patriarcal y misógina. En los programas de entrevistas políticas, lxs expertos reiteraron que el problema era el pobre ajuste de estos hombres al «orden normativo de género» gobernante. Su presencia fue interpretada por los populistas de derecha como una amenaza para la civilización occidental. Los políticos reaccionaron rápidamente ante estas acusaciones. El 7 de julio de 2016, se enmendó la ley que rige los delitos sexuales para establecer que un delito sexual se produce cuando no se respeta el consentimiento de una mujer («no significa no») y cuando un grupo de hombres comete ataques y acoso sexual. Esta ley podría ser entendida como un logro leve en la lucha contra la violencia sexual. Pero el racismo subyacente, en particular el racismo anti-musulmán, que aceleró su aprobación, merece cierta atención.
El Evento de la víspera de Año Nuevo 2015/16 inició un punto de inflexión en «la coyuntura del racismo»[2] en Europa. El verano de 2015 la migración se transformó en una «crisis de refugiados». La llegada de personas que buscaban refugio en Europa comenzó a debatirse públicamente en los medios y la política como una «crisis», una desestabilización de las normas sociales y una ruptura en el orden social. Los países europeos ricos – Suecia, Finlandia, Alemania y Austria- que recibieron la mayor parte de los 1,5 millones de personas que huyeron de las zonas de guerra en Medio Oriente y África no vivían una crisis económica. Sin embargo, la llegada de aquellxs que huían de guerras y conflictos políticos produjo una «crisis» en la población nacional blanca normativa. Como Suvi Keskinen[3] analiza, en Finlandia se trata más bien de una «crisis» de la «hegemonía blanca» representada por la reorganización de las «feminidades neonacionalistas blancas» y la reconstitución hegemónica subyacente de sus equivalentes masculinos[4]. Así, la retórica de la crisis se construye sobre un nivel ideológico.
Hall at al.[5] discuten el importante papel que desempeñaron los medios de comunicación en el establecimiento del populismo autoritario de Thatcher a finales de la década de 1970 en Gran Bretaña, indicando que la incesante fabricación de noticias sobre los hombres negros caribeños como «atracadores», fue una estrategia del gobierno conservador para lograr un consenso nacional en torno a cómo éstos atacaban a la gente blanca en la calle. Este consenso se logró movilizando el racismo; un espectáculo mediático que reiteró el vocabulario colonial de la racialización del Imperio Británico dentro de la metrópoli y que distrajo la atención del desmantelamiento de Thatcher del estado de bienestar, así como la transformación que causó el desempleo masivo y la disminución de los ingresos familiares entre las clases trabajadoras y medias. Espectáculo que contribuyó a la fabricación de un «foráneo» de la nación a quien se le atribuyeron privaciones sociales y económicas, así como sentimientos de inseguridad individual. Por lo tanto, los medios fueron actores clave en la formación de un bloque hegemónico que apoyó el populismo autoritario de Thatcher. Sobre la base del estatus quo político, Hall[6] desarrolló su análisis de la coyuntura específica y la contingencia del racismo. El espectáculo del hombre negro como “atracador” produjo una conexión afectiva entre la población y el gobierno creando un «pánico moral», que al mismo tiempo, alimentó las respuestas del gobierno a esta «crisis» con la introducción de la detención y búsqueda policial por perfil racial. Esta conexión entre representación de los medios, conexiones afectivas y negociaciones ideológicas representó un momento contingente de la coyuntura específica del racismo, orquestado por una variedad de actores que representan una gama de intereses financieros, económicos y políticos convergentes y divergentes.
En el caso de la producción de la «crisis de refugiados» a través de imágenes de los medios, tenemos una convergencia similar de medios, afectos y política. Como desarrollaré aquí, la retórica involucrada en la producción de la «crisis de los refugiados» resurge dentro de una coyuntura específica de racismo en Europa. Como argumentaré, dentro de esta coyuntura el legado colonial de la construcción del Otro racializado se reactiva y se envuelve en un vocabulario e imaginario racista, el cual se combina con nuevas formas de gobernar al Otro racializado mediante el control de la migración. El análisis de los medios y el espectáculo político de la «crisis de los refugiados» requiere que lo consideremos como la articulación de una contingencia y coyuntura específica del racismo en Europa, particularmente en Alemania.
Aquí argumento que en Europa el racismo contemporáneo, particularmente en Alemania, se articula por el tropo del «refugiado» y la evocación de los medios de la «crisis de los refugiados» en los debates públicos y políticos. Esta «crisis” es sintomática de lo que Stephen Castles[7] ha acuñado como el «nexo de asilo-migración» y que opera dentro de la lógica de lo que llamaré la “colonialidad de la migración” en referencia a la «colonialidad del poder» de Aníbal Quijano [8]. En la discusión que sigue, sitúo el nexo asilo-migración en la coyuntura de la “colonialidad del poder” y el capitalismo racial[9]. Extiendo luego el marco analítico de la “colonialidad de la migración” mediante la exploración del colonialismo, la migración europea blanca transatlántica y la codificación racial de la inmigración en las políticas de las antiguas colonias de América y Oceanía en los siglos XIX y XX, así como las políticas de migración en Europa occidental posterior a 1945. El artículo concluye al observar el valor de la “colonialidad de la migración” como un marco analítico para el análisis de la coyuntura actual del racismo.
Contingencia: la «crisis de los refugiados» y el nexo migración-asilo
En el otoño de 2015, hubo incesantes quejas, en los medios populistas y sociales, sobre las «oleadas de refugiados que invadían» Europa, y en particular Alemania. La «crisis de los refugiados» se construyó como resultado de la falta de gestión de un gobierno que no tenía en cuenta la carga causada por la migración incontrolada hacia el Estado del bienestar y la provisión de viviendas sociales, mientras que «los refugiados» se definieron como una amenaza para la cohesión social. Las desigualdades estructurales se presentaron como resultado de la llegada de refugiadxs y se combinaron con fantasías racistas de Überfremdung (extranjerización); una pérdida de identidad nacional y cultural basada en un solo pueblo, raza, etnia, religión e idioma. Así, en las elecciones alemanas de septiembre de 2017, estos sentimientos dieron como resultado un aumento de votos para el partido populista de derecha y el fortalecimiento de las posiciones populistas de derecha en el partido conservador y en parte de los socialdemócratas y die Linke.
La posición populista de derecha expuso la amnesia sobre las historias inter-europeas de migraciones incesantes, luchas (anti) hegemónicas y la historia europea de colonialismo, esclavitud, imperialismo, colonización y migración transatlántica. Dentro de la narrativa de una nación monocultural/étnica/racial/lingual, lxs refugiadxs contemporáneos -por ejemplo, afganos, somalíes, sudaneses y sirios- parecen no tener una conexión histórica con Europa. Sin embargo, estos países fueron colonizados por naciones europeas o han sido sometidos a las potencias imperiales europeas. Actualmente, los países europeos participan en las negociaciones internacionales sobre comercio y desarrollo global en los países que albergan a lxs refugiadxs en Europa; y también participan en conflictos políticos y militares internacionales, así como en negociaciones de paz. Sin embargo, la percepción de lxs refugiadxs como una «crisis» en los medios europeos y en los debates políticos, acentúa que su presencia genera una ruptura en la vida cotidiana.
Esta percepción está acompañada de imágenes que llegan a Europa. Las figuras hiperbólicas se convirtieron en «hechos» movilizados en los debates mediáticos y políticos sobre la capacidad de una Europa abrumada de recibirlos. Esto legitimó la deportación y el cierre de fronteras. Una mirada cercana a las estadísticas de organizaciones como el ACNUR describe una imagen diferente de que Europa está «sobrecargada», porque los países que reciben el mayor número de refugiados no están en Europa, sino en África y Asia. Estos países son Etiopía, Uganda, Irán, Líbano, Pakistán y Turquía[10]. Las estadísticas del ACNUR de 2016[11] muestran que los países que recibieron el mayor número de «personas de interés»[12] en Europa fueron Alemania (1.27 millones) y Suecia (349,303)[13]. En relación con la población total de estos países, Alemania 82,67 millones y Suecia 10 millones[14], los números de «refugiadxs» son un porcentaje muy pequeño. Además, demuestra que los debates contemporáneos sobre la necesidad de controlar su entrada y asentamiento no se justifican. Más bien se sustentan en el «pánico moral»[15] fabricado sobre la base de fantasías racistas sobre un Otro construido inferior, animalizado y racializado.
Como ya se mencionó en la introducción, Hall et al. discuten la construcción del Otro racializado analizando el espectáculo mediático de los cuerpos negros como imágenes rutinizadas en las noticias y los medios de comunicación. Esta representación de los medios se muestra como «noticias objetivas». Sin embargo, Hall et al. señalan que el vocabulario visual y textual de los medios no es neutral, sino que está integrado en genealogías históricas de representación, alimentadas por intereses políticos y financieros. A fines de la década de 1970, Gran Bretaña sufrió una transformación política, lo que resultó en la reducción del estado de bienestar y la introducción de recortes a la propiedad estatal y los servicios públicos. Este período de transición del estado de bienestar al estado liberal es el sello distintivo del gobierno de Margaret Thatcher. Como señaló Hall et al., los tabloides conservadores como el Sun o Mirror, no llamaron la atención sobre este cambio político que perjudicaba a la población trabajadora y de clase media. En cambio, estos tabloides construyeron un nuevo miedo en torno a los hombres negros caribeños descritos como «atracadores». El análisis de Hall et al. muestra que la representación mediática del «hombre negro caribeño» funcionó como un «significante flotante» para todo tipo de fantasías raciales, articuladas a través de los miedos, ansiedad sexual y existencial de la población blanca. La respuesta del estado, a este espectáculo de angustia racista, fue la introducción de medidas para aumentar el control social a través de la vigilancia y el perfil racial. La representación mediática del «asalto» contribuyó a la reproducción social de una matriz de diferenciación racista al forjar una analogía entre el crimen y las masculinidades negras y de color racializadas.
A través de los medios conservadores racistas, Thatcher obtuvo apoyo para popularizar su modelo de sociedad de ley y orden, canalizando las ansiedades y temores de la gente hacia una matriz racista de pensar la exterioridad de la nación. La cooperación entre la política y los medios dio como resultado la construcción de un bloque hegemónico que re-actualizó el racismo en la sociedad británica contemporánea. En la Europa contemporánea, el «refugiado» se ha convertido en el “significante flotante”.
Así, dentro de la retórica mediática de la «crisis de los refugiados», el significante del «refugiado» funciona como un «significante flotante» que representa las ansiedades y temores de la mayoría de la población – imaginada como-: blanca, alemana, capacitada y cisgénero. Estas ansiedades y temores de la población presunta se proyectan sobre un Otro racializado imaginado. Además, el vínculo del «refugiado» con la «crisis» apunta a la idea de ruptura y singularidad. Como señala Myrto Tsilimpounidi[16], la «crisis» puede percibirse como un «momento perpetuo que rompe el marco que desmantela las certezas y narrativas normativas de nación, soberanía, vínculos sociales y pertenencia para las personas en el terreno». «La crisis» involucra la vida financiera, económica o política en medios dominantes y discursos políticos, pero también define un «estado del ser» en la sociedad que resulta de un «profundo sentido político y social de incertidumbre, precariedad y desposeimiento»[17]. Es así como los medios de comunicación y la retórica política sobre la «crisis» ilustran la continuación de la colonialidad del poder.
La difamación del refugiado como perpetrador sexual, terrorista potencial y destructor de los valores y creencias democráticos occidentales indica un cambio político. Este cambio se refleja en el vocabulario utilizado para describir en términos culturales, sociales, legales y políticos la situación de vida de las personas que huyen de sus países debido a la persecución política[18], la guerra y otros conflictos. En la década de 1970, chilenos, argentinos y uruguayos fueron reconocidos como exiliados en el Reino Unido, Alemania, Francia y España[19]. Hoy, el término exilio casi ha desaparecido del discurso público y ha sido reemplazado por políticas de asilo y discursos sobre «falsos solicitantes de asilo». Estas políticas y discursos se caracterizan por una perspectiva de asilo que socava el derecho al refugio de las personas que huyen de la violencia y la persecución. Además, el asilo está relacionado con circunstancias nacionales o regionales únicas, sin relación con una confluencia histórica de explotación global, opresión imperial y expansión capitalista.
Como Stephen Castles[20] argumenta, la distinción entre asilo como coacción y migración como opción ignora el hecho de que los movimientos migratorios son impulsados por conflictos globales, guerras, intereses políticos y dinámicas económicas. La crisis financiera de 2007/8 y las guerras en Afganistán, Irak y Siria están obligando a las personas a abandonar hogares, barrios, aldeas, pueblos y ciudades. Por lo tanto, la suposición de que la migración es económica, voluntaria y, como tal, no es el resultado de condiciones que obligan a las personas a migrar, pasa por alto los enredos globales en los que se produce la migración. Cuando las personas emigran debido a la pobreza, el desempleo y la precariedad, estas condiciones sociales están conectadas con constelaciones políticas, muy a menudo vinculadas al ejercicio del poder por regímenes autoritarios. Asimismo, la persecución política o religiosa podría interactuar con la privación económica y viceversa. El análisis de Castles del «nexo de asilo-migración» aborda la correlación de ambos, y que se ha forjado a través de las crecientes restricciones impuestas al derecho de asilo desde los años noventa en la UE. El asilo se ha convertido en sinónimo de «migración económica» porque supone que las solicitudes de asilo están siendo realizadas por posibles trabajadores migrantes de baja remuneración que buscan empleo en Europa.
Desde la reunión del Consejo Europeo de Tampere en octubre de 1999 y su confirmación a través del Programa de La Haya en 2004, la Comisión Europea ha estado creando principios y medidas comunes para la migración y las normas de asilo. En octubre de 2008, el Parlamento Europeo adoptó el Pacto Europeo de Inmigración y Asilo donde se establecieron políticas comunes de asilo y migración dentro de la UE en cuatro niveles:
1. a través de la cooperación con los países de origen y tránsito en forma de ayuda al desarrollo;
2. un sistema de asilo europeo común, en términos de la Convención de Ginebra y las obligaciones de los Estados miembros en virtud de los tratados internacionales;
3. políticas de integración; y
4. un enfoque sistemático para la gestión de los movimientos migratorios transnacionales.
Estos objetivos se logran a través de una política de visado conjunto; cooperación e intercambio de información dentro de un banco común de datos; y por la creación en 2005 de FRONTEX, una patrulla fronteriza europea. El objetivo de la UE es crear «procedimientos de asilo y un estatuto uniforme para quienes reciben asilo o protección subsidiaria, así como fortalecer la cooperación práctica entre las administraciones nacionales de asilo y la dimensión externa del asilo»[21]. La «dimensión exterior del asilo» está vinculada a la relación entre las políticas de migración y la ayuda al desarrollo. En «Asylum: An Integrated Approach to Protection across the EU» (Asilo: un enfoque integrado para la protección en toda la UE), la UE brinda apoyo financiero a «terceros países» que son de tránsito para refugiadxs y migrantxs que se dirigen a Europa. Esto afecta a los «países de tránsito», como Marruecos, que recibe fondos para el control de sus fronteras en Europa, campos de detención y capacitación en información para inmigrantxs. Por lo tanto, los «países de tránsito» se están convirtiendo en países de inmigración, ya que los crecientes obstáculos para cruzar la frontera obligan a las personas a permanecer en éstos. La migración ha estado inextricablemente relacionada con el asilo a través de estos desarrollos y el creciente acercamiento a lxs refugiadxs en Europa. El vínculo entre la migración y el asilo se ha politizado por la erosión del aspecto humanitario del asilo; el endurecimiento de las restricciones migratorias; y la demanda económica de migración laboral. La migración está regulada políticamente a través del asilo, del mismo modo que este último está siendo regulado cada vez más por las demandas de migración laboral. Este es el nexo de migración y asilo, que se ha reforzado a través de una mayor securitización desde el 11 de septiembre.
El análisis de Antonio Negri[22] de la guerra como principio integrador en la formación del orden social (guerra ordinativa[23]) es más relevante que nunca. La guerra se ha integrado al orden social cotidiano mediante el desarrollo de la retórica de la guerra fuera de las zonas de guerras físicas[24]. Como tal, la retórica de la guerra no es solo «la continuación de la política por otros medios; se convierte en el aspecto fundamental de la política y la legitimación»[25]. El nexo de asilo-migración sirve a esta política de legitimación de tres maneras. En primer lugar, gestiona el daño colateral y las víctimas de guerras y conflictos globales. En segundo lugar, asegura las fronteras cuando lxs solicitantes de asilo son tratadxs cada vez más como invasorxs. En tercer lugar, su diferenciación de causas, patrones y trayectorias de persecución y escape socavan la legitimación ética del asilo como recurso humanitario. En este contexto, la definición de países como «países seguros» o «países de persecución» depende cada vez más de las coyunturas políticas mundiales y de los intereses políticos y económicos nacionales o europeos.
La categorización de refugiadxs vinculados al proceso de solicitud y reconocimiento de asilo, produce un orden jerárquico, una nomenclatura que recuerda las prácticas orientalistas y racializadas del colonialismo europeo y el imperialismo. El asilo está gobernado por la gobernanza de la migración basada en una gama de intereses económicos y dinámicas culturales arraigadas en la historia de la producción del Otro racializado[26]. Como afirma Quijano[27], los estados-nación europeos se establecieron sobre la base de un sistema de clasificación racial. Desde el siglo XIX, este sistema se ha desarrollado aún más a través de la regulación y el control de la migración. Desde su introducción, las políticas migratorias fueron codificadas a través de una nomenclatura racista en las antiguas colonias europeas en Norte, Centro, Sudamérica y el Caribe a fines del siglo XIX y en Oceanía y Sudáfrica en el siglo XX. Como tal, las políticas de migración -como dispositivos que operan dentro de la lógica de la Colonialidad- tienen efectos racializantes.
Coyuntura: Colonialidad de la migración
Como señaló W.E.B Du Bois[28], las sociedades modernas están constituidas por la racialización[29]. El racismo se exportó desde los siglos XV y XVI a los territorios colonizados y ocupados por Europa y se desarrolló aún más en los discursos filosóficos y científicos europeos en los siglos XVIII y XIX[30]. Como tal, el racismo es la base de la constitución del orden mundial y la división de la población mundial[31]. Dentro de este sistema de clasificación racial que Aníbal Quijano[32]define como la «colonialidad del poder», surgieron categorías sociales como etnia, indigenismo, raza y religión, clasificando a la población por categorías administrativas, legales, científicas y estéticas. Se desarrolló un sistema de poder a través del cual se forjaron las relaciones de gobierno, trabajo, economía y cultura. Este sistema de diferenciación racial colonial estableció los «ejes fundamentales» del eurocentrismo en un sistema jerárquico moderno, a través del cual se crearon «identidades históricas» que discernían una nueva estructura global de control del trabajo asociado con “roles sociales específicos” y “lugares geohistóricos”[33]. Si bien este “eje racial tiene un origen y carácter colonial, … ha demostrado ser más duradero y estable que el colonialismo en cuya matriz se estableció”[34]. Relaciones del comercio mundial, la organización de los salarios y el trabajo no asalariado, la división del trabajo, en resumen, los modos de producción y reproducción social del capitalismo global continúan siendo organizados por la matriz racial que sostiene la colonialidad del poder, la cual representa la difícil situación cultural del capitalismo racial. Además, como afirma María Lugones[35], el sistema de diferenciación racial se cruzó con un sistema patriarcal, que se volvió hegemónico en los primeros tiempos modernos (siglos XIII y XIV) en Europa[36] y se exportó a las colonias desde el siglo XV en adelante. Esto constituyó la «colonialidad del género», la cual define la universalización de una dicotomía cis-género europea, que produjo posiciones de superioridad masculina e inferioridad femenina. En la intersección con el colonialismo y el racismo, estas categorías son complicadas, ya que cuando la masculinidad se racializa como negra y de color, se la considera «animalística» y, como tal, violenta e inferior. Al mismo tiempo, la feminidad combinada con la masculinidad negra o de color puede considerarse inferior y objeto de explotación y violencia sexualizadas. Por lo tanto, como argumenta Lugones, el género constituye la matriz de la colonialidad del poder[37]. Las negociaciones sobre la feminidad y la masculinidad, así como la heterosexualidad normativa, configuran las sociedades modernas. El género juega un papel importante en la interacción de la racialización y el capitalismo global, configurando la colonialidad del poder dentro de las políticas de asilo y migración.
Aunque no se describe con el término colonialidad, esta comprensión de la condición colonial y su persistencia social, política y cultural ha sido delineada por pensadorxs anticoloniales como W.E.B. Du Bois[38], Eric Williams[39], C.L.R. James[40], Claudia Jones[41], y Kwame Nkrumah[42] en sus análisis del colonialismo europeo, apuntando a los racismos como los modeladores de la modernidad. Como lo demuestran, la diferenciación entre ciudadano y no ciudadano (extranjero y otros) -que regula el acceso al mercado laboral, la educación, la participación política, el sistema de salud, los medios y la representación cultural- se estableció en la colonia y metrópolis por igual. El racismo no solo se exportaba a las colonias, sino que existía dentro de la trama de las sociedades europeas antes de la colonización[43]. El racismo no es una excepción a la modernidad europea, sino que está en su base[44]. Para Eric Williams, la trata transatlántica de esclavos: el Maafa pone de relieve el vínculo entre la modernidad europea y la economía colonial de las plantaciones. Es en esta conexión que la migración emerge en el siglo XIX como una herramienta colonial moderna del Estado-nación para gobernar a la población en términos raciales, étnicos, nacionales, religiosos y culturales.
Colonialismo del siglo XIX y migración transatlántica europea
Teniendo en cuenta la intrincada historia global de Europa, es sorprendente que los movimientos migratorios contemporáneos se perciban en los discursos políticos y de los medios como externos a la historia de Europa y como fenómenos singulares. Esto no siempre ha sido el caso. Por ejemplo, en territorios marcados por una historia de colonialismo europeo, colonización y migración transatlántica, como estados-nación en las Américas, Australia[45], Canadá, Nueva Zelanda y Sudáfrica, la migración transatlántica europea ha sido fundamental para la creación de estos estados nacionales como países de inmigración. Al definirse en los siglos XVIII y XIX como «países de colonos e inmigrantes», los discursos públicos de estos estados nacionales sobre la representación nacional, cultural y lingüística oscilaron en el siglo XIX entre la negación o el reconocimiento parcial de la trama transcultural de sus sociedades, hasta el día de hoy estas narraciones silencian la explotación y deshumanización de las poblaciones originarias en estos territorios, que en algunos casos terminó en genocidio. En América Latina, la presencia Africana[46], debido a la trata transatlántica de esclavos durante los siglos XVI y XIX, también se ha omitido de la historiografía moderna de la construcción del Estado-nación[47]. Desde el siglo XVI hasta el siglo XIX, aproximadamente 13 millones de personas de África occidental y oriental fueron esclavizadas y enviadas a Europa y las Américas[48].
En el siglo XXI, las historiografías oficiales y los gobiernos de estos países no reconocen la historia, los gobiernos, la lucha política, la presencia intelectual y artística de las personas que habitaron estos territorios antes de la colonización europea[49]. No obstante, la presencia de intelectuales indígenas, artistas y activistas, desafiando el discurso de la supremacía blanca de las narrativas eurocéntricas de «descubrimiento» y «país de inmigración», está más presente públicamente que nunca[50]. Este mismo relato reveló la continuidad entre el colonialismo y la migración transatlántica europea. Como dice Douglas Massey[51], del 1500 al 1800 los patrones de inmigración mundial fueron definidos por el colonialismo europeo. Mientras Europa establecía el dominio colonial en África y Asia, aproximadamente 48 millones de emigrantes salieron de Europa hacia América, Australia y Nueva Zelanda entre 1800 y 1925[52], los colonos que llegaron a América desde Gran Bretaña, Irlanda, Italia, Noruega, Portugal, España y Suecia representaban parte de la colonización moderna. Esta migración transatlántica forma parte del moderno proyecto de asentamiento colonial europeo en el extranjero, junto con el colonialismo en Oceanía. Impulsado por la anexión de tierras, la apropiación de materias primas y el sometimiento de la población indígena como mano de obra explotable, este proyecto también fue inspirado por el impulso económico producido a través de la trata transatlántica de esclavos, permitiendo la industrialización en Inglaterra, otras partes de Europa y las Américas. Después de la abolición oficial de la esclavitud en las Américas, lxs trabajadorxs contratadxs fueron reclutadxs de China[53] e India para trabajar en la industria de plantaciones en rápida expansión desde finales del siglo XIX hasta principios del siglo XX, pero también fueron personas empobrecidas, perseguidas religiosa y políticamente por europeos[54].
Aunque la migración debido a la persecución religiosa, la pobreza y las amenazas epidémicas representa una característica constante de la historia europea, no fue hasta finales del siglo XIX que la migración ocupó un lugar central en la regulación y el control de la nación y sus otras naciones. Como una herramienta biopolítica de gobernabilidad, las políticas migratorias fueron diseñadas e implementadas primero en países en transición de un gobierno colonial a un poder nacional soberano. Las primeras políticas migratorias modernas se desarrollaron a finales del siglo XIX en América del Norte, Central y del Sur, y en algunas partes del Caribe.[55] Al garantizar la influencia política, económica y cultural de las antiguas potencias coloniales, las políticas migratorias establecieron un conjunto de instrumentos para priorizar el reclutamiento de migrantes europeos blancos[56]. Este proceso tuvo lugar en Canadá, los Estados Unidos, el Caribe de habla hispana y América Latina, o en territorios mantenidos en dependencia política de la Corona inglesa hasta la segunda mitad del siglo XX, como Australia[57] y Nueva Zelanda[58].
Como resultado de la expansión del transporte y la necesidad de trabajadores en las industrias en rápida expansión, la migración transatlántica blanca europea del siglo XIX señaló el advenimiento del progreso capitalista estructurado racialmente, el avance tecnológico y la urbanización. El enfoque en el capitalismo racial[59] constituyó el fundamento de los Estados-nación para el proceso de racialización en el reclutamiento de mano de obra migrante a través de parámetros de beneficio y eficacia en las antiguas colonias europeas. El reclutamiento de migrantes europeos blancos se determinó mediante un proyecto cultural y educativo de construcción nacional en las antiguas colonias europeas. Aquí, el discurso colonial de Europa como la cuna de la civilización, la modernidad, la cultura y el progreso sustentó el proyecto de Estado-nación.
Los estados-nacion soberanos recién constituidos en las Américas reaccionaron ante el aumento de la inmigración, mediante el establecimiento de políticas que prohibían la entrada a ciertos grupos sociales, nacionales, religiosos y raciales. Por ejemplo, cuando Gran Bretaña introdujo su primer servicio de inmigración en 1827 para promover la emigración de personas irlandesas y pobres a Canadá[60], la Asamblea de Nueva Escocia reaccionó estableciendo un sistema de bonos para lxs inmigrantxs que ingresaban al país en 1828. El sistema de bonos estableció £ 10 de impuesto al capitán de cualquier buque migratorio que pretendiera atracar en las costas canadienses[61]. Si lxs migrantxs no se convertían en una carga para el estado canadiense debido a la enfermedad, la vejez, la pobreza o la inmadurez, se les reembolsaría el bono en un año. La introducción del sistema de bonos fue precedida por discusiones sobre la raza. En 1815, un grupo de bermudeños negros que ingresaron a Canadá, como súbditos coloniales británicos, causó un alboroto en la Asamblea de Nueva Escocia que se quejó a la Corona inglesa sobre el envío de negrxs a Canadá. La Asamblea solicitó que se lxs repatriara y se evitara su migración futura[62]. La cuestión de la raza también adquirió importancia en el desarrollo posterior del sistema tributario principal. Introducido por primera vez para controlar la migración general en 1828, también se utilizó como una herramienta para evitar la inmigración de cuerpos racializados. En 1885, por ejemplo, la introducción del impuesto a lxs inmigrantxs chinos implementó requisitos específicos para reducir su inmigración. La inmigración china se detuvo por completo con la introducción de la Ley de Inmigración de China de 1923[63]. De 1908 a 1947, la legislación de Viaje Continuo restringió la inmigración india al excluir su derecho como súbditos coloniales británicos a emigrar a Canadá. Esto tuvo su momento más trágico en el episodio Komagata Maru de 1914. No se permitió al barco japonés Komagata Maru, que transportaba 376 pasajerxs Punjabi, procedentes de Hong Kong, atracar en Vancouver, y enviarlo a Budge Budge cerca de Calcuta. Se lxs detuvo y mantuvo bajo vigilancia durante años, ya que se sospechaba que eran disidentes políticos[64]. El incidente de Komagata Maru refleja la codificación racial de las políticas de inmigración de Canadá en ese momento. La regulación del «Viaje Continuo» fue introducida en 1908, dos años después de la legislación de inmigración dirigida a personas no blancas y fue elaborada en 1910 por las correspondientes Leyes de Inmigración[65]. Bajo estos actos, la lista de inmigrantxs prohibidxs se expandió, y el Gobernador en el Consejo (es decir, el Gabinete federal) obtuvo mayor autoridad para decidir sobre las medidas de ingreso, asentamiento y deportación. Se definieron restricciones adicionales al permiso de entrada en función de la raza. Por ejemplo, lxs inmigrantxs asiáticxs debían tener $ 200 y lxs inmigrantxs chinxs $ 500 en su posesión antes de que se les permitiera ingresar, mientras que lxs inmigrantxs blancxs debían tener un mínimo de $ 25 a su llegada[66]. Por lo tanto, se introdujo la regulación de Paso Continuo para obstaculizar la entrada de inmigrantxs no europexs al permitir la entrada solo a inmigrantxs que vinieron «desde el país de su nacimiento o ciudadanía, por un viaje continuo» y utilizando boletos «comprados antes de salir del país de nacimiento o ciudadanía». En el caso del Komagata Maru, sus pasajerxs procedentes de la India no podían hacer un viaje directo a Vancouver porque tenían que detenerse en algún lugar para poder hacer el inmenso cruce. Esta parada fue China. Además, lxs ciudadanxs indixs que tuvieron éxito en hacer un viaje continuo tuvieron que pagar el ya mencionado impuesto de entrada $ 200. El evento Komagata Maru es emblemático para la codificación racial de las leyes de inmigración en Canadá, ya que demuestra el racismo profundamente arraigado que está formando las políticas de inmigración en este momento.
En la década de 1870, los Estados Unidos siguió con el sistema de impuestos de entrada de Canadá aprobando leyes que prohibía a ciertos grupos de migrantes ingresar al país. En 1875, por ejemplo, el Congreso prohibió la entrada de prostitutas, convictos y personas con problemas de salud mental o incapacidades físicas[67]. En 1891 la prohibición se amplió a personas que padecían enfermedades contagiosas y permitió la deportación de migrantxs que no cumplían con los requisitos de ingreso. Algunos años más tarde, dicha selección biopolítica incluía las categorías de raza y nacionalidad como criterios de selección. Gerald L. Neuman[68] afirma que la suposición de que los Estados Unidos de América era un país de fronteras libres, hasta la introducción de las leyes de migración en 1875, es un mito. También David Scott FitzGerald y David A. Cook-Martín[69] reconocen que Estados Unidos fue una de las primeras naciones en iniciar políticas de naturalización y migración codificadas racialmente en los siglos XVIII y XIX. La introducción de la Ley de Naturalización en 1790 reservó la elegibilidad para naturalizarse a «blancos libres», excluyendo a la población indígena y esclavizada de la ciudadanía. Además, en este momento se aprobaron las primeras leyes federales de migración. El movimiento entre los estados en esta región ya estaba regulado por la Corona inglesa, y luego de la independencia de los Estados Unidos, en forma de regulaciones migratorias incipientes. Estas regulaciones migratorias se enfocaron en migrantxs pobres y enfermxs, como las leyes aprobadas en Massachusetts en 1794 que penalizaban a «cualquier persona que intencionalmente trajera a una persona pobre o indigente a cualquier pueblo de la comunidad»[70] o a los capitanes de buques que trajeran colonos «no autorizados». No fue hasta principios del siglo XIX que se estableció una diferencia entre «extranjeros» y «colonos». En 1831, las leyes aprobadas en Massachusetts penalizaron la entrada de «extranjeros» en territorio estadounidense. Además, como Neuman observa, el vínculo entre esclavitud y racismo en la regulación del movimiento de personas negras, huyendo de la esclavitud y buscando asilo político en estados que abolieron la esclavitud, es significativo en cómo las políticas migratorias a fines del siglo XIX serían racialmente codificadas. Ya en las postrimerías de la rebelión anticolonial y antiesclavista en Saint Domingue a principios del siglo XIX, lxs negrxs que venían a los Estados Unidos no solo eran consideradxs sospechosxs, ya que se lxs percibía como «negrxs libres», sino que su compromiso revolucionario fue temido por su potencial para incitar a la revuelta contra el racismo. En 1803 los Estados del Sur de los Estados Unidos obtuvieron una «promulgación de un estatuto federal que prohíbe la importación de negros extranjeros a estados cuyas leyes prohibían su entrada»[71]. En la segunda mitad del siglo XIX, las regulaciones migratorias fueron guiadas explícitamente por diferenciación racial. Por ejemplo, el gobierno de los EE. UU. Reaccionó a la migración china al aprobar la Ley de Exclusión de China en 1882[72]. Esta Ley estableció un sistema de registro mediante el cual todxs lxs trabajadorxs chinxs estaban obligadxs a registrarse o enfrentar la deportación. Aunque en los años siguientes esta ley fue cuestionada por los abogados, las restricciones a la inmigración china se redujeron a lo largo de las siguientes décadas. Canadá también aprobó una Ley de Inmigración de China en 1885 introduciendo un impuesto principal de cincuenta dólares a lxs migrantxs chinxs. Once años después, Australia aprobó un Proyecto de Ley de Restricción de Inmigrantes para evitar el acceso de inmigrantxs del sudeste asiático, seguido de una «Política Blanca de Australia» en 1904, que prohibía la inmigración desde el sur de Asia, particularmente desde India, así como desde África[73]. Esta política continuó en la segunda mitad del siglo XX.
Tanya Ketarí Hernández[74] señala: «Los debates sobre políticas de inmigración en Hispanoamérica a menudo se expresaron en lenguaje racial». A comienzos del siglo XIX, el Congreso de Gran Colombia (que constituye lo que ahora es Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela) promovió el colonialismo otorgando tierras a inmigrantxs europexs. Brasil y Argentina hicieron lo mismo y priorizaron la migración europea en sus constituciones, argumentando que esto sería beneficioso para el progreso tecnológico y económico. Argentina promovió y buscó activamente la inmigración europea después de la emancipación de la población esclavizada en 1853. Entre 1869 y 1895 la población europea en Argentina aumentó de 1.8 millones a 4 millones, y en 1914 fue de 7.9 millones, 30 por ciento de la población[75]. Este aumento no fue una coincidencia, sino el resultado de un esfuerzo concertado del gobierno argentino para reclutar trabajadorxs europexs, obsequiando tierras y cubriendo parcialmente el costo del transporte en los primeros años. Se produjeron desarrollos similares en Brasil, Cuba y Uruguay, donde junto con Argentina, el 90 por ciento de los 10-11 millones de migrantxs europexs que se establecieron llegaron entre 1880 y 1930. En Venezuela, después de la emancipación de la población esclavizada en 1854, el interés del gobierno por la migración europea blanca se confirmó en los debates intelectuales públicos sobre el blanqueamiento de la nación[76]. Mediante la metáfora biológica de la «transfusión de sangre», el gobierno venezolano reclutó inmigrantes de Irlanda, Gran Canaria, Alemania e Italia para mantener a la nación blanca. En 1891 se aprobó una ley que impide a lxs inmigrantxs no blancxs ingresar al país. Esta política se integró en la constitución de 1906, que prohibía explícitamente cualquier inmigración de afrodescendientes. De manera similar, en 1890 Brasil instituyó el Decreto No. 528, que excluía a todxs lxs migrantxs de África y Asia ingresar al país. Este decreto instituyó la primacía de la blanquitud y desposeyó a lxs habitantes de Abya Yala[77] de su derecho a la tierra que habían habitado durante siglos, ya que se pensaba que lxs inmigrantxs que provenían principalmente de Portugal, Italia, España y Alemania poseían y establecían legalmente parcelas individuales de este territorio. Brasil declara en su constitución de 1853, «El gobierno federal fomentará la inmigración europea, y no puede restringir, limitar o gravar con ningún impuesto, la entrada»[78]. En 1921, la Ley Federal de Brasil prohibió la entrada de «indeseables»[79]. Esta regulación legal fue ejecutada cuando Brasil rechazó el acuerdo de un grupo de afroamericanxs de crear una colonia en Mato Grosso[80]. La legislación que impedía especialmente la inmigración china y no europea también se aprobó en otras partes de América Latina y el Caribe. En Haití, la legislación que prohíbe la entrada de inmigrantxs sirixs se introdujo en 1903[81]. También se aprobaron leyes similares que prohibían armenixs y sirixs en Costa Rica (1914), Panamá (1909-17) y Venezuela (1919)[82]. Europa amplió su economía, control político, legal y cultural sobre los territorios colonizados en el exterior a través del migración-colonialismo de asentamientos hasta mediados del siglo XX. Sin embargo, en el discurso público en Europa, esta migración-colonialismo de asentamientos transatlántico blanco europeo parece haber sido olvidada. En cambio, la migración se considera un problema nuevo que aparece en las sociedades posteriores a 1945 o que se trajo a Europa después de los años setenta con la globalización. En este contexto, la migración se construye como algo que no tiene ninguna raíz en Europa, y la propia Europa como el epicentro de la inmigración global.
Régimen migratorio de asilo y diferenciación racial de la UE
A fines de la década de 1940 y en la de 1950, lxs ciudadanxs de las colonias inglesas en el Caribe y el subcontinente indio llegaron al Reino Unido. Estos ciudadanxs británicxs fueron vistos como exteriores a la nación y construidos como inmigrantes. En Francia, en la década de 1950, ocurrió una situación similar cuando lxs ciudadanxs de las colonias francesas del norte de África llegaron al hexágono (Francia). La presencia de estos (antiguos) sujetos coloniales en la sede del imperio desafió el mito público de que los estados-nación europeos estaban aislados de los circuitos del colonialismo y el imperialismo. En los decenios de 1960 y 1970, la migración laboral configuró el estado fordista en Alemania, Francia, Gran Bretaña, los Países Bajos y el Benelux, mediante el reclutamiento de trabajadorxs de los territorios desposeídos del sur de Europa, Turquía, Marruecos y los territorios (post)coloniales. A pesar de estos movimientos migratorios, la memoria de Europa sobre su propia historia de la mirgación-colonialismo de asentamientos transatlántica y exilio no se destacó. No obstante, la década de 1980 reafirmó que los movimientos de personas debido a la persecución política, pobreza, guerra, austeridad, restricciones sociales, restricciones culturales, falta de empleo, estudio, esparcimiento o simplemente por su deseo de cambio, constituían el tejido de las sociedades actuales. Es en este contexto (post)colonial que se han diseñado en las últimas tres décadas las medidas, tecnologías, dispositivos migratorios y control de las fronteras.
La regulación de la migración asegura que el Otro en la nación Europa/Occidente se reconfigure en términos raciales. La lógica generada en este contexto construye y produce objetos para ser gobernados a través de restricciones, dispositivos y categorías administrativas como «refugiado», «solicitante de asilo» o una variedad de los estatus de migrantes. La colonialidad de la migración opera dentro de esta matriz de clasificación social sobre la base de las jerarquías raciales coloniales. La diferencia colonial parte de la idea de que la población colonizada es fundamentalmente diferente e intrínsecamente inferior al colonizador[83]. Concibe al Otro como radicalmente inasimilable, oscilando entre las posiciones de extrañeza y similitud[84]. Las políticas migratorias reiteran tal objetivación racializada que recuerda los tiempos coloniales.
Si bien las políticas actuales de migración y asilo de la UE no operan explícitamente en un marco de diferencia racial o étnica, al unir la nacionalidad y el derecho de asilo, construyen jerarquías en el reconocimiento o rechazo del asilo en términos de nacionalidades. Esto coloca a las personas en zonas de reconocimiento o rechazo del derecho humano a vivir[85]. Este acoplamiento se deriva de las nociones racializadas del Otro. Si bien la entrada de refugiadxs sirixs a Alemania fue aceptada en el otoño de 2015, por ejemplo, personas de Kosovo, Albania y Montenegro estaban siendo deportadas. El 24 de octubre de 2015, estos últimos países fueron declarados «países de origen seguros». Sin embargo, lxs afectadxs por estas deportaciones fueron principalmente familias romaníes que huyeron de la violencia racista en sus países de origen. La percepción y categorización de este grupo fue determinante en Alemania no solo por su origen nacional. Como resultado del racismo de Europa Occidental contra Roma y Sinti, profundamente arraigado desde la Edad Media y articulado de nuevo, se han convertido en objeto de medidas de securitización[86].
Además, como se argumentó anteriormente, los discursos sobre la «crisis de los refugiados» operan dentro de la dualidad del yo y el Otro. El debate sobre la «crisis de los refugiados» está determinado por la perspectiva humanitaria o por un enfoque regulatorio. La perspectiva humanitaria enfatiza la necesidad de que las naciones ricas brinden apoyo a las personas que huyen de las guerras y las zonas de conflicto. Apela a las tradiciones cristianas y humanitarias de caridad y empatía. En cambio, el enfoque regulatorio aboga por la priorización de asegurar la riqueza de la población local. Este debate tiene lugar en todas las ideologías de los partidos políticos en países con un fuerte régimen de bienestar, como en Europa Occidental, los países escandinavos, los Países Bajos, Francia y Alemania. Si tomamos Alemania, por ejemplo, vemos cómo el debate sobre los límites del Estado de bienestar en la prestación de apoyo a lxs refugiadxs es debatido por actores políticos muy diferentes. Si bien, por supuesto, existen diferencias ideológicas y relacionadas con las políticas entre los campos políticos, es sorprendente ver cómo convergen en el uso de la figura del refugiado como el Otro de la nación o la «exterioridad» de Europa[87]. Sin embargo, el nexo migración-asilo no solo sigue la lógica de la producción de una exterioridad racializada a la norma nacionalmente imaginada y proclamada de la blanquitud europea. Este nexo también opera dentro de la dinámica de explotación que ha funcionado durante los últimos cinco siglos dentro del sistema colonial-moderno mundial, y particularmente dentro del contexto de las políticas de migración del Estado-nación desde el siglo XIX.
Conclusión: Capitalismo racial
Después del verano de la migración en 2015, Europa empezó un otoño de racismo. Eventos como la controversia mediática de la víspera de Año Nuevo de 2015 sobre las afirmaciones de que los hombres del norte de África habían «violado» a mujeres en la estación de trenes de Colonia, como ya he mencionado, representaron este punto decisivo. Después de haber sido disciplinados por los medios de comunicación en la última década, los medios alemanes sintieron que podían expresar abiertamente su racismo, informando en términos racistas sobre «hombres del norte de África», movilizando el estereotipo del hombre negro/de color como violador y la mujer nacional blanca como víctima. Supuestamente con el temor de que la mafia racista de la supremacía blanca se hiciera cargo, los políticos rápidamente instituyeron nuevas leyes de deportación y restricciones migratorias para lxs ciudadanxs con pasaportes marroquíes, tunecinos o argelinos. La protesta pública combinada con otras articulaciones racistas y ataques contra refugiadxs en Alemania, Hungría, Polonia y Suecia y la negativa de la UE a ofrecer asilo llevó a los políticos en Alemania a aprobar un segundo paquete de ley de asilo, restringiendo la reunificación familiar durante dos años para lxs refugiadxs subsidiarios. En la víspera de las discusiones sobre la construcción de un gobierno de coalición en Alemania en el invierno de 2017/18, se volvió a presentar la restricción de la reunificación familiar para lxs refugiadxs y la deportación de lxs refugiadxs afganxs.
La «crisis de los refugiados» revela las paradojas en las que evoluciona la migración. La migración dentro del surgimiento del Estado-nación moderno en el siglo XIX, en las antiguas colonias europeas, ilustra la división creada entre el interno y el externo de la nación. Esta división evoca la lógica de la colonialidad, ya que crea una diferencia racial entre lxs de “casa”, consideradxs miembrxs de la nación, y lxs foránexs, consideradxs «migrantes». Así, la dicotomía entre ciudadanxs y migrantxs está inserta en una lógica racializante producida dentro de las relaciones sociales formadas por los efectos perdurables del poder epistémico colonial. En este sentido, he propuesto el marco de la colonialidad de la migración para analizar las políticas migratorias.
Como hemos visto aquí, el acoplamiento de la productividad, la migración y el racismo marcó el aumento de las políticas migratorias en las Américas y Oceanía. El reclutamiento de trabajadorxs migrantxs tuvo lugar dentro de las nociones raciales europeas de similitud y extrañeza. Hasta mediados del siglo XX, países como Estados Unidos, Argentina, Brasil, Australia, Nueva Zelanda y Canadá reclutaron explícitamente a europexs blancxs. Estas políticas representaron una continuidad del colonialismo a través de la implementación de políticas de inmigración europeas, que se combinaron con el proyecto de construcción del Estado-nación con inmigrantxs pensados e imaginados como europeos blancos. Como tal, países como Canadá, Estados Unidos, Argentina, Australia, Brasil, Chile y Nueva Zelanda, por nombrar algunos, intentaban crear extensiones de una Europa cristiana blanca. Por ejemplo, en Argentina y Brasil el reclutamiento de migrantxs europexs blancxs se legitimó oficialmente como un medio para el logro industrial nacional, el progreso técnico y la industrialización urbana[88]. Sin embargo, a pesar de las restricciones aplicadas a los movimientos migratorios de territorios no europeos, las personas de Medio Oriente, África del Norte, China y el Caribe migraron a estas áreas, aunque con regularidad se realizaron intentos para detenerlos[89].
Como he argumentado aquí, el vínculo entre el capitalismo racial y colonialidad es significativo para las políticas migratorias en Europa Occidental. Aunque Europa se imagina a sí misma como «sin raza», es la cuna de la invención del capitalismo racial. Las políticas migratorias operan dentro de esta lógica racializante, no solo en el nivel de la organización del reclutamiento laboral, sino también a través de las tecnologías de control fronterizo y migratorio[90]. Por ejemplo, las políticas migratorias en el Reino Unido para ciudadanxs de la comunidad han operado dentro de una gama de restricciones, limitando o impidiendo la entrada de estos ciudadanxs a Gran Bretaña tratando a lxs antiguxs súbditos coloniales del Imperio Británico como exteriores a la nación británica[91]. Aquí la colonialidad opera racializando a esta población y creando individuos con derechos parciales o sin ningún derecho de entrada y asentamiento en el Reino Unido. También los programas de «trabajador invitado» en Alemania en los años 50 y 60 -destinados a reclutar temporalmente trabajadorxs del sur de Europa, Turquía, Túnez y Marruecos-, convirtieron a la gente en artículos intercambiables dentro de las demandas del mercado laboral.
En el nexo actual de asilo-migración, elx «refugiado» se ha reducido a un trabajador potencial. Las políticas de asilo parecen estar convirtiéndose en una nueva forma de regular y controlar la migración laboral racializada. Una de las medidas que se acordaron en junio de 2016, por el parlamento alemán y las corrientes partidarias, fue la introducción de «empleos de 1 euro para los refugiados»[92]. Esta medida pretendía inicialmente crear empleos para las 100.000 personas que habían llegado a Alemania como refugiadxs. El periódico alemán Süddeutsche Zeitung informó que estas personas recibieron solo ochenta centavos por hora, porque se dedujeron los costos de viaje y ropa de trabajo. Aquí, las recomendaciones de la Organización Internacional del Trabajo, sobre las normas de trabajo también fueron ignoradas para lxs que recibieron asilo. Estas formas de utilización recuerdan la «objetificación» que señala Enrique Dussel[93] sobre las poblaciones indígenas y afrodescendientes durante la colonización portuguesa y española de las Américas. Dussel describe este proceso como una forma de «cosificación» de la fuerza de trabajo.
Las políticas migratorias tienden a descuidar el hecho de que «Es wurden Arbeiter gerufen und es kamen Menschen an» (Llamaron a lxs trabajadorxs, pero vinieron los seres humanos), como cantó el cantante turco Cem Karaca[94] en los años ochenta. La colonialidad de la migración llama la atención sobre este hecho al abordar los vínculos entre el trabajo, el capitalismo y el racismo. Por lo tanto, el nexo de asilo-migración debe ser interrogado como un objeto de gobernanza a través de la diferenciación racial/étnica y de género, como un guión cultural para entender a la sociedad y como gramática del pensamiento a través del capital.
/publicado en inglés en Refuge: Canada’s Journal on Refugees