Hacia la descolonización del futuro
¿Quién está construyendo las utopías del nuevo devenir? Y no menos importante, ¿qué lugar ocuparán los subalternos en él?
Hace días que estoy inmersa en la novela de ciencia-ficción de Octavia E. Butler Parentesco, un viaje en el tiempo a las plantaciones algodoneras del sur de Estados Unidos. Dana, la protagonista, es invocada por su antepasado esclavista Rufus W., y en cuestión de segundos desaparece de su casa californiana y reaparece en Maryland ciento cincuenta años atrás, en plena época de esclavitud. Dana pasa de ser una mujer negra y libre a ser una esclava, igual que el resto de negros, sometida a todo tipo de vejaciones por parte de los terratenientes y las patrullas –grupos de jóvenes blancos, precedentes del Ku Klux Klan, que mantenían el orden entre los esclavos–. Aunque el libro se publicó el mismo año que nací, hace más de cuarenta años, leyéndolo es inevitable relacionar los latigazos y aporreos de las patrullas con la rodilla del oficial de policía que provocó la muerte de George Floyd, hace apenas unos días.
En Parentesco, Butler huye de la preeminencia tecnofuturista de la ciencia ficción, encarnando la esquizofrenia y deshumanización que sufrieron las personas esclavas. Se trata de un salto al pasado que además de generar contramemorias necesarias, reescribe los horrores de la esclavitud y recupera el papel de la mujer en las plantaciones. Esas incursiones intermitentes en la vida de los ancestros de Dana, resultan tan aterradoras como instructivas, puesto que no sólo nos hacen empatizar con las cicatrices de la población afroamericana, sino que también permiten comprender la violencia normalizada hacia sus cuerpos.
Ese carácter ilustrativo del género es lo que enfatiza el escritor Samuel R. Delany, que sostiene que “la ciencia ficción no se ocupa del futuro; utiliza el futuro como una convención narrativa para presentar distorsiones significativas del presente”. Delany reivindica esas falsificaciones del presente, las invocaciones al pasado y las especulaciones futuristas, como resistencia y provocación frente a la alienación y la encrucijada a la que se enfrentan muchas vidas afroamericanas. Este ejercicio es lo que se ha denominado afrofuturismo, un movimiento que se incorpora en los años cincuenta al denominando “pensamiento negro especulativo”; que surge a finales del s.XIX como antídoto utópico al comercio de esclavos transatlántico, al racismo científico o la hegemonía global de la supremacía blanca.
Hoy el afrofuturismo se ha vuelto un movimiento global, que estimula a pensadores y productores creativos afroamericanos, del continente africano y de toda la diáspora a crear universos espacio-temporales liberadores del presente avasallador. Es una forma artística de generar contrafuturos apelando a la imaginación radical. Una acción urgente, si bien insuficiente, puesto que hechos como el asesinato de George Floyd y las revueltas que está generando en un mundo atravesado por la covid o las especulaciones apocalípticas de la pandemia en el continente africano, siguen normalizados en el imaginario global. Es difícil escaparse a la sensación de vivir en medio del fin, y de que cualquier futuro fatídico nos invadirá en breve. Esta agitación general me lleva a interrogarme: ¿Qué nuevos horizontes nos deparan y cómo vamos a sobrevivir más allá de nuestro porvenir individual? ¿Quién está construyendo las utopías del nuevo futuro? Y, finalmente, ¿qué lugar ocuparan los subalternos en ese porvenir?
Cuando hace 500 años los portugueses, los españoles, los franceses y los ingleses salieron a la conquista y empezaron a dibujar sus imperios coloniales o cuando los americanos esclavizaban en sus plantaciones ya estaban fabricando nuestro hoy. Esta codicia no ha cesado, y pretenden continuarla colonizando el futuro y apelando a la universalidad del porvenir. Quizás merece la pena recordar que la idea de futuro único no existe y que, igual que el pasado, está profundamente connotado por los intereses dominantes; y que los márgenes de la sociedad, atravesados por la creencia de lo irreversible del destino, siempre delegaron su suerte a la autoridad. Desafortunadamente, a quienes les falta para comer o han sido despojados de su humanidad tampoco tienen incidencia en el devenir.
A lo largo de la historia siempre ha habido resistencias y resiliencias como la Revolución de Haití, la Revolución del Azúcar, los movimientos por los Derechos Civiles en EE.UU. o las luchas por las independencias en África. No obstante, lo interesante ahora, además de movimientos como Black Lives Matter, no es solo intervenir en el presente para transformar el futuro, sino apropiarse de la misma idea de futuro. Una tarea ardua y complicada, ya que se necesita una gran abstracción mental, los artefactos imaginativos que ofrecen el afrofuturismo o incluso el indofuturismo no son suficientes, puesto que carecen de una instrumentalidad que ayude a ensamblar y analizar contrafuturos implacables. En este sentido, las teorías de la descolonización utilizadas para rescatar el conocimiento y epistemologías de las garras de Occidente, también deberían atreverse con el futuro.
Ante la gran complejidad que nos atraviesa se necesitan herramientas conceptuales, predictivas más efectivas que nos conecten con los futuros posibles. Octavia E. Butler nos invita a un viaje temporal que nos lleva a los ancestros de Dana, siete generaciones atrás, para reinterpretar el presente. En este momento necesitamos de contrafuturos. Podríamos tomar el ejemplo de algunos pueblos nativos americanos; parece ser que aplicaban el Principio de la Séptima Generación, el cuál consistía en analizar el impacto del bienestar de la séptima generación en el futuro, unos ciento cincuenta años por delante. Para hacerlo, tendremos que convertirnos en trabajadores de la imaginación radical. Pero antes hay que descolonizar el futuro hegemónico, abolirlo y romper con la concepción lineal del tiempo y de la historia para empezar a ejercitar ese “pensamiento a largo plazo”. Solo así podremos evitar la nueva colonización que vendrá.
/publicado en CTXT