Geografía abolicionista y el problema de la inocencia*
Intentábamos encontrar el lenguaje para entender
un tiempo antes de lo que fuera que siguió.
China Miéville, Embasytown, 2016 [1]
Dinero
Pillaje. Pago. Salario. Interés. Impuesto. Renta. Acumulación. Extracción. Colonialismo. Imperialismo.
La prisión moderna es una institución central, pero de ninguna manera definitoria de las geografías carcelarias en Estados Unidos y más allá, geografías que denotan estrategias de acumulación regional e insurrecciones, inmensidades y fragmentaciones que se reconstituyen en el espacio-tiempo (aun cuando en términos geométricos las coordenadas se mantengan inalteradas) para poner en movimiento otra ronda de acumulación. La prisión surgió al compás de una transición mundo-histórica del rol del dinero en la vida cotidiana. En retrospectiva, la transformación parece apenas una voltereta. De ser, como sigue siendo para la mayoría, un mecanismo para mover energía almacenada entre vendedores y compradores de objetos deseados, el dinero se convirtió en el fin deseable, no para las caricias eróticas de avaros y acaparadores, sino para tocarlo de otro modo y no por mucho tiempo —para avivar forzando al movimiento imperativo ciclos irregulares pero perpetuos para hacer más del dinero. El capitalismo: nunca no racial, incluida la Inglaterra rural, o, para el caso, cualquier lugar de Europa, donde, como nos enseña Cedric Robinson, las jerarquías entre personas cuyos descendientes podrían haber sido todos blancos dependían para su estructura de la vulnerabilidad a la muerte prematura, diferenciada según el grupo, explotada por las élites, como parte de toda la «naturaleza como otro» igualmente explotable, para justificar la desigualdad al fin y al cabo, y al otro extremo también.
El capitalismo racial: un modo de producción desarrollado en la agricultura, mejorado por el cercamiento en el Viejo Mundo, y por la tierra y la mano de obra cautivas en el continente americano, perfeccionado en la coreografía de la esclavitud animada en el tiempo, del campo a la fábrica, su imperativo forjado en los yunques de los monarcas guerreristas imperiales, y los pares que tenían que pagar impuestos —en metálico, no en especie— para que el soberano pudiera armar ejércitos cada vez más centralizados y normatizados que se hicieron menos capaces de tomar su paga por mano propia, como lo habían hecho en el pasado, saqueando a lado y lado de la batalla. Y no fue que dejaran de saquear después o en ese momento.
Tampoco el cheque de la paga llegaba de una vez: en Estados Unidos, muchos soldados del siglo XIX se fueron a la tumba esperando su paga por haber asesinado o acordado asesinar a nativos americanos o franceses o sus sustitutos. La compensación tomó la forma de algo que podía transformarse en algo más: bien fuera el título de la tierra saqueada —un honor para la vasta «nobleza de la herrenvolk» de blancos con derecho al voto— tierra, un bien que no podía moverse aunque una escritura puede meterse al bolsillo o venderse o darse en prenda o incautarse como derecho de retención —en otras palabras, podía convertirse en dinero; y si no un título una pensión, una asignación pagada regularmente en forma de dinero como una tranquilidad para los años dorados.
De hecho, las prisiones modernas nacieron junto a los Estados Unidos de América, y crecieron con ellos. Las penitenciarías establecieron la institución del Estado al margen de la primera república, de la cual cada documento de fundación se recapitulaba en oposición a otro, importado en oposición al inmigrado, para dejar en claro que esos ideales globales de defensa y bienestar general, mucho antes de la decimotercera enmienda, no tenían jurisdicción universal, sino que más bien definían en las primeras páginas quién estaba dentro y quién fuera.
En ese entonces, como ahora, conceptos contradictorios de libertad dieron forma al movimiento planetario de personas y relaciones. Como las vidas, las primeras sentencias eran cortas, absorbiendo una por una las personas que no seguían la línea asignada o que se suponía debían seguir, que no desempeñaban su función, que no acertaban, en los capitalismos raciales se escalaron de manera dramática los ciclos de institución del lugar, incluyendo toda la esclavitud, el imperialismo, el colonialismo de colonos, la extracción de recursos, la coordinación infraestructural, la industrialización urbana, el desarrollo regional y la financiarización de todo. La fuerza animadora extensiva e intensiva de los capitalismos raciales, su conciencia contradictoria, su mecanismo para convertir objetos y deseos en dinero son las personas en la flor de la vida o más jóvenes, personas que hacen, mueven, cultivan y cuidan de las cosas y de otras personas. ¿Entonces quién estaba o está fuera de lugar? Los no libres que vendían las cosas salidas de sus manos o cultivaban de manera extraoficial, escondiendo el dinero en una vasija de emancipación. Las personas que no podían decir dónde trabajaban ni demostrar que eran libres o mostrar un boleto o un pase, un documento que les salvara el pellejo o les salvara a ellos mismos de la versión de que su piel, extendida en formas particulares por músculos y huesos, parecería o parece indicar algo sobre donde no deberían ser… sorprendidos.
El imperativo de los capitalismos raciales requiere todo tipo de esquemas, incluyendo el trabajo duro de las élites y sus compradores en las espacio-economías imbricadas y entrelazadas de la superficie del planeta. Construyen y desmontan y refiguran los Estados, moviendo la capacidad dentro y fuera del ámbito público. Y piensan mucho en el dinero de un lado para otro. En el mundo actual, cuando los ciclos de producción y ganancia se mueven cada vez más rápido, con el capitalismo racial, siempre menos paciente con cualquier fricción en el flujo de dinero, fijando recursos en prisiones de las que podrían no salir a tiempo y la calidad requerida no es tan atractiva, aun cuando las prisiones estén llenas de millones de personas en la flor de la vida.
Pensábamos que, en Estados Unidos, la no libertad masiva actual, organizada racialmente, debía ser una recapitulación del esquema generador de dinero de la esclavitud. Pero si estas instituciones carcelarias masivas, cargadas como ciudades, no son fábricas o centros de servicio, entonces dónde está la ganancia, el superávit monetario al final del día. Las prisiones de hoy son extractivas. ¿Qué significa eso? Significa que las prisiones permiten el movimiento de dinero o la inactividad impuesta a las personas encerradas en ella. Significa la extracción de personas de las comunidades y gente devuelta a las comunidades, pero sin derecho a ser de ellas, permite la circulación del dinero en ciclos rápidos. Lo que se extrae de los extraídos es el recurso de la vida.
Si pensamos en esta dinámica por medio de la política de escala, entendiendo los cuerpos como lugares, entonces la criminalización transforma a los individuos en diminutos territorios cebados para el despliegue de la actividad extractiva, extrayendo y extrayendo nuevamente tiempo de los territorios de sí mismos. Este proceso abre un agujero en una vida, quizás para nuestra sorpresa, la aniquilación del espacio por el tiempo. Un salario social robado y corrompido vuela por ese agujero tiempo a las nóminas de los empleados de la prisión. A los proveedores. A las empresas de servicios públicos. A los contratistas. Al servicio de la deuda. El dinero asume muchas formas finales: sueldos, interés, renta y, en ocasiones, ganancia. Pero más concretamente, el proceso extractivo lleva a la mente la mecánica del imperialismo contemporáneo: extracción, en forma de dinero, de los productores directos, cuyas comunidades también se desestabilizan. Pero el dinero, también, nos da cierta luz sobre la enormidad de los posibles habitantes y artífices de las geografías abolicionistas, la geografía abolicionista, la contradicción antagónica de las geografías carcelarias, formas de un patrón engranado sobre el terreno del capitalismo racial. Lo vemos.
Geografía abolicionista
La geografía abolicionista comienza desde la premisa simple de que la libertad es un lugar. La construcción de lugar es una actividad normal humana: nos las ingeniamos para combinar personas, y tierra y otros recursos con nuestra capacidad social de organizarnos de diversas formas, bien sea para quedarnos en el mismo sitio o para deambular. Cada uno de estos factores —personas, tierra, otros recursos, capacidad social— viene en varios tipos, todos los cuales determinan, pero no definen lo que puede o debe hacerse. Trabajando hacia dentro y hacia fuera de esta premisa básica, la critique abolicionista se ocupa con todo detalle de estas distribuciones de personas y recursos y tierras en el tiempo. Muestra cómo las relaciones de no libertad se consolidan y extienden, pero no con el fin de documentar la miseria. Más bien, el punto es no solo identificar contradicciones centrales —vicios inherentes— en regímenes de desposesión, sino también, con urgencia, mostrar cómo la conciencia radical en acción se resuelve en formas de vida liberadas, aunque provisionales, presentes y pasadas. De hecho, la tradición radical de la que la geografía abolicionista toma su significado y su método se devuelve en el espacio-tiempo no para abolir la historia, sino para hallar alternativas al sentido desesperanzado de que tanto cambio, en retrospectiva, parece solo haber sido siempre el desplazamiento y la redistribución del sacrificio humano.
Si la liberación inconclusa es el trabajo pendiente de la abolición, entonces en la base lo que debe abolirse no es el pasado o su fantasma en el presente, sino más bien los procesos de jerarquía, despojo y exclusión que se consolida en y como una vulnerabilidad diferenciada por grupos a la muerte prematura.
Todo el mundo quedó sorprendido en mayo de 2011 cuando la Corte Suprema de Estados Unidos (Scotus, por sus siglas en inglés), famosa por su postura pro-derechos de los Estados¸ ratificó una orden de un juzgado menor para que el Departamento de Correccionales y Rehabilitación de California redujera el número de personas retenidas en la reserva de ese entonces de prisiones y campamentos para adultos. La Corte Suprema ratificó la opinión de un juzgado menor de que el Estado Dorado no podía «eludir su responsabilidad por violaciones constitucionales tan graves que podían medirse en muerte prematura, lo que equivale a decir prevenible: en promedio de una a la semana, cada semana, durante décadas, por negligencia médica, bien documentada».
Esa decisión, aunque es una victoria, no marcó un distanciamiento expreso frente a casi cuarenta años de criminalización masiva, responsable del acortamiento de la esperanza de vida, aun cuando cinco jueces reconocieron la catástrofe acumulada de las muertes prematuras padecidas por personas a quienes la mayoría de los estadounidenses de todas las razas, géneros y edades han aprendido a ignorar y aborrecer. Y, sin embargo, en el contexto de la guerra global contra el terrorismo, combinada con guerras internas contra personas vulnerables, sabemos que los cuestionamientos a atropellos sanguinarios (tortura, ataques con drones, ejecuciones policiales, agua envenenada) se disuelven fácilmente en una desenfrenada actividad analítica que produce justificaciones nuevas, que cancelan las prohibiciones mediante la fuerza combinada de la aplicación de violencia, la revisión del argumento legal y extensos informes de comisiones. Tras el escándalo y la demanda de reformas carcelarias, los sanguinarios principios y procedimientos de la criminalización se mantienen intactos, ruidosamente retocados en el margen pero siempre endurecidos en el núcleo, donde languidece la mayoría de presos: sentencias promedio, condiciones promedio, celdas promedio, acusaciones promedio, miseria promedio. En otras palabras, contra el escándalo de la negligencia deliberada y documentada, la criminalización sigue siendo un mecanismo y un proceso complicado para alcanzar una cosa simple: encerrar a la gente en situaciones en las que se espera que enfermen y en consecuencia mueran, y en muchas formas incluso se los obliga a ello.
Los procesos que contribuyen tanto al desarrollo como al hábito de la criminalización en masa común en esta época han sido el centro de investigación, acción, defensa y otras formas de estudio que tratan de entender la experiencia. Un resumen general, aunque no exhaustivo sería así: en Estados Unidos, la economía política dividida por una crisis de varias décadas arrojó los excedentes que se convirtieron en los factores básicos de expansión de la prisión: tierra, personas, capital monetario y capacidad estatal. Los elementos de «la solución carcelaria» no se combinaron en extensas geografías carcelarias ni de manera automática ni necesaria. Más bien, una economía política enormemente complicada, rica en personas, ingresos y activos, hizo un viraje relativamente repentino y cambió el uso de hectáreas de tierra, redireccionó el salario social, usó la deuda pública y sacó de sus hogares y comunidades, de manera serial, a miles y miles y miles y miles y miles y miles y miles y miles de personas con una modesta educación.
Como podemos verlo, algo cambió. Por consiguiente, en lugar de imaginar la persistente reiteración de relaciones estáticas, podría ser más efectivo analizar las dinámicas relacionales que se extienden más allá de las fronteras obvias conceptuales o espaciales, y luego decidir de qué forma específica, vieja o nueva, están formadas, tratando de convertirlas en otra cosa. Este convertir algo en algo más es lo mismo que la negación. Hacer esto es preguntarse por el presente o la formación de futuro de una forma —algo que podemos percibir a partir de la evidencia de sus patrones constitutivos, sin dejarse engañar o distraerse con ancestros sociales que percibimos, con la razón o la emoción, en las características de la forma. (Volveré sobre lo de los ancestros en las páginas siguientes). Pensar de esta forma es pensar de manera deductiva (hay formas) y de manera inductiva (los patrones entrelazados revelan generalidades que podrían o no ser estructurales).
Supongo que me hice geógrafa porque hacemos este tipo de ires y venires, tratando de ver y explicar las formalidades e improvisaciones de la construcción de lugar, que son modeladas por las relaciones de dependencia humanos/medio ambiente —el acople o conexión del poder con la diferencia— y en ocasiones, pero no de manera inevitable son interrumpidos por fatalidades prevenibles. Las fatalidades propagadas de manera deliberada, y las formas y patrones que se combinan en la muerte prematura, revelan el sacrificio humano como principio organizador, o quizás de manera más precisa, como forma de organización carente de principios, que nos devuelve al capitalismo racial y al rol de la criminalización presente en él.
Los prolíficos esfuerzos de modelado de formación del apoyo para promover la onciencia y la acción contra las prisiones revelan parcialmente, campaña a campaña, pedazos de una sobrecogedora estructura de encarcelación masiva. De manera irónica, la selección y disposición de las categorías que inspiran la acción sostenida tienden a legitimar el sistema como tal centrándose en cómo es específicamente dañino para jóvenes, mujeres, padres, madres, hombres, personas no conformes con el género, personas de edad o enfermos, o cómo es el resultado de la guerra antinarcóticos, el cacheo y registro, el racismo, la privatización y demás. Y, sin embargo, la extracción de tiempo de cada territorio-cuerpo cambia de manera específica y visceral vidas en otros lugares: parejas, hijos, comunidades, movimientos, la posibilidad de la libertad. Al mismo tiempo, lo particular también implica la constante agitación de geografías históricas enteras. Para tener algunos ejemplos, piénsese: la gentrificación. La manufactura automotriz o del acero. La extracción de carbonífera. La extracción de oro. Los minerales en conflicto. El fracking. Las nuevas tecnologías de transporte. La robótica. Las cadenas de materias primas. El capital financiero. El reto es mantener conectadas la totalidad de las geografías carcelarias —más que solo sus prisiones o incluso aspectos de orden público—, sin colapsar ni reducir diversos aspectos en otro. Cualquier categoría o sistema tiene muchas dimensiones que requieren una extensión del análisis para percibir el mundo material en una diversidad de totalidades superpuestas e imbricadas. Este imperativo básico demanda más en la forma de una conciencia autocrítica que en datos adicionales (ya tenemos demasiados): aunque lo que realmente importa en absoluto, la experiencia de ello nunca revelará automáticamente cómo y por qué en ocasiones triunfa la negación (la minuciosa reelaboración de la materialidad y la conciencia).
En todo el mundo hoy, donde quiera que la desigualdad es más acentuada, prevalece el uso de la prisión como panacea para los problemas sociales —en ningún lugar en tan gran medida como en Estados Unidos, con California a la cabeza. Desde el punto de vista ideológico, que es lo mismo que en el pensamiento y en la cultura cotidiana, la expresión y normalización de procesos idénticos de centralización e involución —al estar estructurados por la susceptibilidad de la crisis permanente— conforman estructuras de sentimiento y por consiguiente, en gran medida, determinan socialmente la evidente gama de opciones contrarias a disposición. En otras palabras, la doctrina de la involución genera una diversidad fragmentada de centros de lucha y objetos de antagonismo para personas que buscan igual protección, por no hablar de igualdad de oportunidad. En crisis, en resistencia, en oposición: ¿A quién o contra quién se eleva la petición o se levanta el puño? La transferencia es separación, en ocasiones provisional, en ocasiones más segura.
Sus capacidades normalizadoras son profundas, dan forma a la imaginación política y por ende moldean los ataques a la forma carcelaria. Como resultado de eso, muchos de esos ataques exhiben tendencias que, como es de esperar, se agrupan estrechamente en torno a categorías específicas: vigilancia policial, inmigración, terrorismo, activismo presupuestario, requerimientos judiciales, sexualidad, género, muerte prematura, paternidad, privatización, personas encarceladas en el pasado y en el presente, sindicatos del sector público, devaluación de la mano de obra y (relativa) inocencia.
El racismo conecta y diferencia la manera como estas categorías son coherentes en normativas de política radical y reformista —en otras palabras, cómo la gente, y aquí cito esa exquisita frase de Peter Linebaugh, «horada el futuro en busca de esperanza». En la medida en que las políticas son un guion para el futuro, deben ser definidas, una cualidad que muchas veces se confunde con estrechez excesiva —algo que la estructuración inherente a la involución promueve de manera excesiva. Como lo enseña A. Sivanandan, aunque la economía determina, la política racial define las técnicas y la comprensión, aun cuando de manera concreta no haya establecidas categorías y jerarquías raciales —que de un momento a otro se vuelven firmes—.
Si, como lo contraargumentó Stuart Hall a finales de la década del 70, la raza es la modalidad mediante la cual se vive la clase, la encarcelación masiva equivale a una guerra de clases. Y, sin embargo, la amplitud también conlleva desafíos analíticos y organizacionales. No es noticia que hallamos las respuestas a las preguntas que hacemos. Entonces, ¿cuál podría ser el término o términos generales más adecuados que se unan de manera útil para el escrutinio y la acción como una serie de categorías, relaciones y procesos dispares pero conectados, como las que se combinan en la criminalización y la encarcelación masivas?
Hace veinte años, surgió la organización abolicionista Resistencia Crítica, tomando como sobrenombre «Más allá del complejo industrial de la prisión». El propósito experimental del término «complejo industrial de la prisión» era provocar la gama más amplia posible de nociones de las relaciones socioespaciales de las que se compone la encarcelación masiva, usando como plantilla flexible el complejo industrial militar —toda su geografía histórica, y economía política y demografía y profesionales intelectuales y técnicos, teóricos, analistas políticos, defensores y parásitos, todos quienes participan, se benefician o fueron desdeñados o desbarajustados por la reestructuración que transformó el Departamento de Guerra en el Pentágono.
En otras palabras, buscábamos que complejo industrial carcelario (PIC, por sus siglas en inglés) fuera tan amplio conceptualmente como nuestro objeto de análisis y de lucha. Pero pienso que en demasiados casos su efecto ha sido el de marchitar —atrofiar, en realidad, más difundir— la comprensión imaginativa de la creación de límites aparentemente ilimitada. Como resultado, los investigadores pasan demasiado tiempo bien sea probando asuntos triviales o repeliendo críticas hostiles, y los activistas dedican ingentes recursos a combatir escándalos en lugar de las fuentes. Y sin embargo, hay un PIC. Entonces se me ocurrió, como proyecto correctivo, dar al PIC otro nombre provisional— un nombre que le di a un curso que preparé en 1999 y que dicté por media década en Berkeley, el nombre un poco más genérico de «geografías carcelarias». El propósito aquí es renovar y hacer crítico todo lo que es abolición. Sin duda, la geografía abolicionista es una contradicción antagónica a la geografía carcelaria.
Volveré sobre esto al final, pero aquí —como lo esperan quienes me conocen— les recordaré que, en el documento de archivo de la autoorganización y la actividad productora de mundos entre la gente Negra del Sur en Reconstrucción, el gran comunista W. E. B. Du Bois vio lugares hechos por la gente —geografías abolicionistas— bajo la matriz política participativa de lo que llamó «democracia abolicionista». (Más recientemente y de manera más exquisita Thulani Davis elaboró este trabajo mediante el rastreo de su expansión y contracción en el espacio y el tiempo). La gente no hizo lo que hizo de la nada —pese a la indigencia en que quedaron como resultado del gran esfuerzo por ir a huelga, liberarse y fundar un nuevo orden social—. Trajeron cosas consigo —sensibilidades, dependencias, talentos, sin duda un complemento de la conciencia y la capacidad que Cedric Robinson denominó una «totalidad ontológica» —para convertir los lugares en los que estaban en los lugares en los que deseaban estar. Y sin embargo dejaron abundante evidencia que mostraba cómo la libertad no es simplemente la ausencia de esclavitud como forma legal y de propiedad. En lugar de eso, la disolución de la servidumbre-abolición es literalmente cambiar de lugares: destruir la geografía de la esclavitud mezclando su trabajo con el mundo externo para cambiar el mundo y por ende a sí mismos —por así decirlo, la habitación como naturaleza —incluso si en términos geométricos no se hubieran desplazado un milímetro.
Esa construcción de lugar de la Reconstrucción negaba la negación constituida cómo y por la servidumbre, y aunque nadie habita completamente su linaje socioespacial por la contrarrevolución de la propiedad, la conciencia se mantiene en la cultura política, expresiva y organizacional si vemos y oímos. (De hecho, 2015 es el centésimo aniversario de El nacimiento de una nación —una historia que hizo la paga de la blanquitud no solo deseable, sino en muchos sentidos obligatoria). Lo que nos interesa en particular aquí es un punto general: para intensificar su capacidad de extraer valor de la mano de obra y de la tierra, las élites modelan las instituciones políticas, económicas y culturales usando ideologías y métodos adquiridos en territorios locales, nacionales e internacionales. Construyen estados. Los adaptan. Los engrandecen y los transfieren. Promueven y desaniman explicaciones y justificaciones de por qué las cosas deben ser diferentes o seguir así.
Pero aun en medio del abandono periódico, las élites dependen de estructuras de orden e importancia que la anarquía del capitalismo racial nunca puede garantizar. Además, como lo muestra la experiencia real de los negros durante la Guerra Civil y la Reconstrucción, quienes no pertenecen a las élites nunca son peones pasivos. La gente ordinaria, en la cambiante diversidad, se las ingenian para extender o reducir las formas sociales y espaciales para abrir lugar para sus vidas. Señales y rastros de las geografías abolicionistas abundan, aun en su fragilidad. Gaza y la ribera occidental: durante la primera intifada (1987-1993) comités populares en todos los territorios organizaron una asombrosa gama de instituciones que constituirían el trazado de una infraestructura para la Palestina postcolonial. Los proyectos incluían clínicas, escuelas, tiendas, condiciones para el cultivo y procesamiento de alimentos, fábricas de confección. Las personas que se organizaban y trabajaban en estos lugares discutían el trabajo como una parte necesaria para la liberación, y que requería trabajo persistente en la conciencia mediante la educación imaginativa, capacitación y otros programas. Por ejemplo, algunas de las mujeres que trabajaban en el procesamiento de alimentos discutían cómo la revolución en curso no podía sostenerse a menos que el patriarcado y el paternalismo se volvieran tan inaceptables e impensables como la ocupación. El trabajo en la educación popular dependía de extender la conciencia de lo particular (una vacuna, una acequia, una máquina eléctrica) a los requerimientos generales para las geografías abolicionistas ad hoc de ese espacio-tiempo para convertirse y convertirse de nuevo mediante la acción consciente.
Violencia doméstica: el feminismo carcelario no ha logrado acabar con la violencia contra la mujer o la violencia doméstica en general, aunque en ocasiones la intervención de las autoridades dedica tiempo y espacio para que la gente descubra alternativas. Así que, ¡Incite! Mujeres de Color contra la Violencia y muchas otras personas organizadas de diversas formas alrededor del mundo han tratado de descubrir cómo hacer ese espacio tiempo en el contexto de la construcción de hogares o de la comunidad en lugar de la criminalización. La idea aquí es, antes que castigar mejor o más pronto la violencia, acabar la violencia cambiando las relaciones sociales en las que ocurre. El resultado es, como lo demuestra el Proyecto de Organización de Narradores de Historias, que la gente en todo el mundo se ha ideado muchas estrategias para detener el problema central —la violencia— sin usar la violencia para lograr el cambio, involucrando a amigos, vecinos, comunidades amplias y diferentes estrategias. Educación decolonial: la tesis de doctorado de Sónia Vaz Borges en 2016 sobre las escuelas de liberación fundadas por las fuerzas anticoloniales durante la guerra de liberación de trece años de Guinea-Bissau muestra la intrincada relación de las actividades de construcción de lugar, de cambio de espacios. Educad para integrar la clase profesional dirigente en el extranjero del estado portugués, el rol de Amílcar Cabral en el desarrollo de la conciencia revolucionaria se basó en parte de su formación como agrónomo. Habiendo recorrido la tierra de Guinea Bissau y Cabo Verde para evaluar problemas y soluciones para la productividad del suelo; también llegó a conocer las personas que vivían y trabajaban esa tierra. El Paigc creó un currículo para la alfabetización, práctica y política, escribió libros de texto y entrenó a soldados como maestros.
Las escuelas, construidas y dotadas de personal tan pronto fue posible luego de la expulsión del ejército colonial en cada región del país, articularon futuros posibles para las localidades y más allá, con especial énfasis en la conexión panafricana y del Tercer Mundo. Requerimientos judiciales a pandillas en Oakland: la serie de controles concretos ejercidos por el sistema de justicia penal no se detiene en la frontera del sistema. Más bien, los administradores locales pueden usar el derecho civil para extender el régimen de la institución total de la prisión a los hogares y las comunidades, mientras que los empleadores pueden discriminar a su voluntad a los 65 millones o más personas de los Estados Unidos sin documentación para el trabajo por sentencias por delitos graves. En Oakland, una coalición de personas que estuvieron en la cárcel, varias organizaciones de justicia social y económica, familiares y otros lanzaron una campaña para obligar al gobierno municipal a cancelar la creación de una zona de requerimiento judicial y a que no establecieran más zonas planeadas. En una zona, no hay barreras contra interrogatorios y registros de la policía para las personas designadas en el requerimiento y los lugares donde viven y los que frecuentan. Además, los miembros del hogar se convierten en lugartenientes involuntarios, de los que se espera que hagan cumplir los términos del requerimiento, pues de lo contrario tendrán ellos problemas.
Transformar la zona en una geografía abolicionista requería transformar la conciencia, pues personas que oficial y localmente habían sido objeto de escarnio y difamación debían desarrollar su facultad de persuasión tanto en el ayuntamiento como en las calles y lotes vacíos donde construyeron comunidad y confiar con un compromiso extraordinario en cosas ordinarias: crear un jardín y un mural. Ser los primeros en responder cuando hay problemas. Liderar por el ejemplo. Curiosamente, las personas que no tienen miedo de morir tenían que demostrar nuevamente su osadía en contextos totalmente nuevos.
El problema de la inocencia
Señalé anteriormente que muchos defensores de la gente en la prisión y las comunidades de las que vienen han seguido un camino peligroso al argumentar por qué ciertos tipos de personas o lugares sufren en formas especiales en lo que respecta a la criminalización o la prisión. Así, el argumento sostiene que las prisiones están diseñadas para hombres y por lo tanto son malas para las mujeres. Que las prisiones están diseñadas para jóvenes saludables y por lo tanto son malas para los ancianos y los enfermos. Que las prisiones están diseñadas para adultos y por lo tanto son malas para los jóvenes. Que las prisiones separan a las personas de sus familias y por lo tanto son malas para las madres que tienen una responsabilidad de primera línea para la cohesión familiar y el trabajo reproductivo. Las prisiones están fundadas sobre un rígido sistema de dos géneros y por lo tanto son malas para personas transgénero o no conformes con su género. Las prisiones son celdas y las personas que no hacen daño a nadie no deberían estar en celdas. Ahora bien, esto no termina en la letanía de quién debería estar en prisión, sino que hace dos cosas. En primer lugar, establece como hecho concreto que algunas personas deberían estar en celdas, y solo contra esa conveniencia o inevitabilidad podría ocurrir algún cambio. Y así sucede al diferenciar grados de inocencia, como que inevitablemente habrá personas que serán permanentemente no inocentes, sin importar qué hagan o digan. La estructura de sentimiento que configura el discurso de la defensa de la inocencia no es difícil de entender; después de todo la criminalización se funda en la identificación del culpable, dentro de su lógica imperante es razonable imaginar que la vía para deshacerla es descubrir a los condenados erróneamente.
La insistencia en hallar inocentes entre los condenados o muertos proyecta y deriva energía de todas las diferentes categorías de «no deberían estar encerrados», como los que enumeré antes. Pero también invoca, con una imprecisión histórica impactante, una comparsa de otros inocentes para recalcar lo errado de algún aspecto de la encarcelación masiva. En particular, muchos siguen como si la encarcelación masiva fuera el medio para asignar un deber heredado para una serie de labores no compensadas debido a lo que se obligó por la violencia a hacer a nuestros ancestros. Es una creencia razonable dados los hechos históricos de préstamo de convictos y cadenas de presos que en algún tiempo estuvieron muy extendidos. Sin embargo, dado que la mitad de la población encerrada no es, o no de manera obvia, descendiente de esclavos, el problema demanda una explicación diferente y, por ende, una política diferente. Esto no significa que el linaje de la abolición que se extiende a la esclavitud no sea suficientemente robusto para formar al menos parte de la plataforma para acabar con la encarcelación masiva en general. Sin embargo, tal como parece, para alcanzar trascendencia, la extensión acrítica de un pasado parcial para explicar un presente distinto exige una argumentación política sentimental que depende de la figura de una víctima trabajadora, cuyo arco narrativo —cuya estructura de sentimiento— es fija, y por ende susceptible de rehabilitación —o cancelación de antecedentes— en una inocencia relativa. El giro a la inocencia asusta en su esfuerzo desesperado por rellenar el vacío dejado por varios asaltos, calculados y cínicos, al universalismo de un lado y a los derechos del otro. Si no hay derechos universales, entonces, ¿qué categoría diferenciada podría brindar una cubierta para los vulnerables? En mi opinión, los defensores de la inocencia intentan hacer ese refugio, pero su línea de sombra o área demarcada —como la que demarca «legalmente» a las personas asesinadas por drones o extraditadas por Estados Unidos en el exterior— puede moverse y lo hace, borrando la misma inocencia antes alcanzada por la cancelación de antecedentes. En otras palabras, la dialéctica nos obliga a reconocer que la negación de la negación siempre es posible en abundancia y que no tiene una dirección fija o un fin seguro. Puede cambiar de dirección y por ende no revivir la vieja historia, sino calibrar de nuevo las diferencias del poder.
Considere esto: un avance actual de la patrulla de la inocencia relativa, puesta de relieve por la decisión de la Corte Suprema, pero no salida de ella, se dirige a la fenomenal difusión tanto de la vigilancia por saturación (detención y cacheo; ventanas rotas y diferentes tipos de la llamada «policía comunitaria»), y su nueva formación (que imita algunas prácticas del segundo Ku Klux Klan): ayuda humanitaria carcelaria o policial. Uno de los resultados de la implacable reestructuración de las capacidades estatales-institucionales del capitalismo racial contemporáneo, y los discursos y prácticas que se combinan para darle vida, es la capacidad gubernamental del «Estado antiestatal» dominada por partidos dominantes y políticas que suben al poder con el discurso de que los estados son malos y hay que reducirlos. La encarcelación masiva podría parecer inconsistente con algo llamado el estado antiestatal. Pienso, por el contrario, que la encarcelación masiva es su fundamento. En otras palabras, la tendencia dominante que va de la mano con la encarcelación masiva es la devolución —la descarga de las instituciones estatales y no estatales cada vez más locales de la responsabilidad de atenuar la provisión de bienestar social. Al mismo tiempo, la creciente centralización (el fortalecimiento del ejecutivo) desmiente una de las falsas ilusiones actuales de la democracia: la noción de que más local es de algún modo más participativo.
La ayuda humanitaria policial carcelaria es un programa de contrainsurgencia interna que se difundió rápidamente por todo Estados Unidos y otros países. Al igual que la encarcelación masiva, la atención humanitaria es un rasgo de lo que he llamado desde hace mucho el estado antiestatal: un patrón dinámico entre patrones cambiantes y que reconsolidan la forma del estado antiestatal, dispensando, para emular a Du Bois, los salarios de la inocencia relativa para alcanzar un nuevo ciclo de construcción de estado antiestatal. No es algo nuevo, pero ahora totalmente notable en el paisaje general de excluir y definir, capturar y recompensar. Esto también hace parte de la delegación, y mayor engrandecimiento de las organizaciones de policía combinadas con aliados sin ánimo de lucro y vinculados con el estado para identificar y ocuparse de las víctimas (relativamente) inocentes de demasiada vigilancia policial y de la prisión en ocasiones gente que estuvo en prisión, en ocasiones sus familias, o a veces sus barrios. La labor humanitaria policial apunta a personas vulnerables con bienes y servicios que en realidad cualquier persona necesita —especialmente cualquier persona en la pobreza. Pero la puerta solo se abre por la vía de la colaboración con las mismas prácticas que sustentan las geografías carcelarias, lo que en consecuencia socava y destruye tantas vidas a lo largo de generaciones, para empezar.
Ya hemos visto que la inocencia no es segura, y es un misterio por qué alguna vez pareció confiable. Y aunque nada en esta vida es seguro, sentarse y unirse en una causa común con los autores intelectuales y los agentes sociales que provocaron y manejan el flagelo del abandono organizado —destacando en esta discusión la violencia organizada de la que depende— introduce en sus términos más crudos el peligro de la defensa de la inocencia. Pensemos este problema de otro modo: mientras que todos los que se beneficiaron de la esclavitud a ambos lados del Atlántico, y de todas las formas de esclavitud que le precedieron, se intersectaron con aquella y desde entonces la han mantenido, son responsables de crueles injusticias contra las personas y la humanidad, demostrar la inocencia de quienes han sido o son esclavizados con cualquier fin no debería incidir en la reparación de la esclavitud. En su controvertido, pero indispensable libro Slavery and Social Death (Esclavitud y muerte social), Orlando Patterson señala que la facultad de matar es una condición previa a la facultad de la «dominación violenta, la alienación del lugar de origen y el deshonor general»: la facultad de poner a seres humanos en celdas también se deriva de la facultad de matar —no solo mediante el castigo ritualizado de la pena de muerte, sino también mediante las sentencias a cadena perpetua, así como el ritual de las ejecuciones policiales excusadas en serie que llevaron #BlackLivesMatter a transformarse de un lamento a un movimiento. Patterson nos deja el elegante giro que nos ayuda, tristemente, a rodear nuestras mentes en torno al continuo de matar a retener: «Uno cayó porque era el enemigo; otro se convirtió en el enemigo porque había caído». El sacrificio humano más que la inocencia es el tema central que organiza las geografías carcelarias del complejo industrial penitenciario. Sin duda, para la abolición, insistir en la inocencia es someterse políticamente, porque «la inocencia» evade un problema que la abolición está obligada a confrontar: cómo reducir y remediar el daño como contra la búsqueda de mejores formas de castigo. Para hacer un poco más explícito lo que estoy discutiendo, recurro a las palabras de la gran ladrona armada y espía Harriet Tubman. Ella contaba la siguiente historia:
Conozco un hombre que fue enviado a la Cárcel del Estado por veinticinco años. Pasó todos esos años pensando en su hogar, y contando los días para su liberación. Los años pasan, el tiempo en prisión termina, el hombre es libre. Sale por las puertas de la prisión, recorre el camino hasta su antiguo hogar, pero su antiguo hogar ya no está allí.
La casa en la que vivió su infancia había sido derribada, y una nueva ocupaba su lugar; su familia se había ido, incluso el nombre de ellos había sido olvidado, no había quién lo tomara de la mano para darle la bienvenida de regreso a la vida.
Igual me pasó a mí. Había cruzado la línea con la que había soñado tanto tiempo. Era libre, pero no había nadie que me recibiera en la tierra de la libertad, era una extraña en una tierra extraña, y después de todo mi casa quedaba en el barrio de las viejas chozas, con los viejos y mis hermanos y hermanas. Pero llegué a esta resolución solemne; era libre, y ellos también debían ser libres; construiría una casa para ellos.
Infraestructura del sentimiento
W.E.B. Du Bois entrevistó a Harriet Tubman al final de su vida. Por un instante a mediados del siglo XX, se desarrolló una pequeña, pero algo chillona competencia para «demostrar» qué tantas personas (lo que quiere decir qué tan pocas) ayudó Tubman a «mantener en movimiento» a lo largo del Ferrocarril Subterráneo. En contraste, el historiador y sociólogo formado en Harvard y Humboldt Du Bois, un hombre de números, si alguna vez hubo alguno, dijo que eran cientos. Luego, ¡qué miles! ¿Por qué? ¿Fue un descuido? ¿O comenzó a ver cómo se construyen las geografías abolicionistas, sobre el terreno, en todas partes a lo largo del camino — el camino temporal tanto como el camino espacial—? Efectivamente, ¿fue capaz de rehacer en Black Reconstruction in America su primera investigación sobre la Oficina de Freedman, debido a las percepciones —verdaderamente visionarias— que obtuvo hablando con la anciana Tubman? Es aquí donde creo que el concepto de «infraestructura del sentimiento» podría ayudarnos a pensar en el desarrollo y la perpetuación de las geografías abolicionistas, y cómo esas geografías tienden hacia delante, aun cuando no lleguen completamente, a la negación de la negación de las geografías carcelarias superpuestas e imbricadas de las cuales la PIC es un ejemplar, aunque no exhaustivo en absoluto, como lo muestran los ejemplos de las geografías abolicionistas.
Raymond Williams sostenía hace más de cincuenta años que cada era tiene su propia «infraestructura de sentimiento», una estructura narrativa para entender los límites materiales dinámicos de la posibilidad de cambio. Paul Gilroy y muchos otros se han ocupado del pensamiento de Williams, y han mostrado que necesariamente las eras y los lugares tienen múltiples estructuras de sentimiento, que son dialécticas en lugar de simplemente contemporáneas.
Williams procedió a explicar cómo podríamos entender mejor la tradición como una acumulación de estructuras de sentimiento que se reúnen no por azar ni mediante un proceso natural que parecería un desplazamiento o marea, sino por medio de lo que llama «la selección y reselección de ancestros». En esto, Williams rechaza la fijeza de la cultura o la biología, descubriendo en la perpetuación cómo incluso los aspectos menos coherentes de la conciencia humana —los sentimientos— tienen una imagen dinámicamente sustantiva. La Tradición Radical Negra es una acumulación de estructuras de sentimiento en constante evolución, cuyos arcos narrativos individuales y colectivos tienden de manera persistente hacia la libertad. Es una forma de acción atenta que se renueva y actualiza constantemente en el tiempo, pero mantiene la fuerza, la velocidad, la resistencia, la agilidad, la flexibilidad, el balance. Las grandes explosiones y distorsiones de la modernidad ponen en movimiento y en interacción constante nociones, tanto nuevas como ya existentes, de diferencia, posesión, dependencia, abundancia. Como resultado, la selección y reselección de ancestros es en sí misma parte del proceso radical de hallazgo —en cualquier lugar, si no en todas partes— en la práctica política y el hábito analítico, expresiones vividas (incluyendo opacidades) de apertura participativa ilimitada.
¿Qué subyace a esa acumulación? ¿Cuál es la capacidad productiva de la reselección visionaria o motivada por la crisis o incluso provocada por el agotamiento? Lo mejor que puedo ofrecer, hasta que algo mejor se presente, es lo que he llamado durante años la «infraestructura del sentimiento». En el mundo material, la infraestructura es la base de la productividad —acelera algunos procesos y ralentiza otros, imponiendo intereses particulares, produciendo aislamiento, capacitando la cooperación. La infraestructura del sentimiento es material también, en el sentido de que la ideología se vuelve material como lo hacen las acciones que los sentimientos hacen posibles, o inhiben. La infraestructura del sentimiento es entonces un cimiento de la conciencia, recia, pero no estática, que subyace visceralmente a nuestra capacidad de seleccionar, reconocer la posibilidad cuando seleccionamos y reseleccionamos linajes liberadores— en una vida, como lo ilustran Du Bois y Tubman; así como entre generaciones y de una generación a otra.
Lo que importa —lo que se materializa— son vivas rearticulaciones y sorprendentes combinaciones. Si, entonces, las estructuras de sentimiento para la Tradición Radical Negra son era tras era modeladas por una conciencia energéticamente expectante de lo ilimitado y una orientación hacia aquél, entonces la tradición es, de manera inexacta, movimiento que se aleja de la separación y la exclusión; de hecho, su opuesto.
Lo ilimitado, contra la conclusión
De esa manera, la geografía abolicionista —cómo y con qué fin la gente hace la libertad provisional, imperativamente, cuando imaginan el hogar contra la pulverización desintegradora de la partición y la repartición mediante la cual el capitalismo racial perpetúa los medios de su propia valorización. La geografía abolicionista y los métodos adecuados a ella (para hacer, buscar y entender) elaboran los procesos ambientales espaciales —que equivale a decir humanos—de la democracia abolicionista de Du Bois y Davis. La geografía abolicionista tiene gran cabida (no es solo de la gente negra, para ella o sobre ella) y específica (es una guía para la acción para entender y repensar cómo combinamos nuestro trabajo entre nosotros y con la tierra). La geografía abolicionista toma el sentimiento y la agencia para que sean constitutivos de la estructura, no menos que inhibidos por ella. En otras palabras, es una forma de estudio, y de hacer organización política, y de estar en el mundo, y de hacernos el mundo.
Dicho de otro modo, la geografía abolicionista exige desafiar el supuesto normativo de que el territorio y la liberación son al tiempo alienables y excluyentes de modo que deberían ser separables mediante ventas, documentos o muros. En vez de eso, al tomar las capacidades específicas que tenemos, y repetirnos —intentando, como escribió C. L. R. James sobre los periodos previos a las revoluciones, intentando cada mínima cosa, una y otra vez— cambiaremos, porque lo hacemos, a nosotros mismos y el mundo externo. Aun bajo limitaciones extremas.
Una última historia: en la década de 1970, el Departamento de Correccionales de California (CDC) decidió reorganizar el mundo social y espacial de la gente en prisión como respuesta a las movilizaciones reformista y radical. La evidencia indica que el CDC experimentó con diversos esquemas negativos para acabar con la solidaridad que había surgido entre su diversa población (aunque en ese entonces de mayoría blanca) en las prisiones para hombres. La cooperación, forjada en grupos de estudio y en otras actividades de concientización, había generado victorias importantes en tribunales federales sobre las condiciones de encierro, y en mortales retaliaciones contra guardias que habían estado ejecutando reclusos con impunidad.
Pese a veinte años de normalización de la prohibición por parte de Washington, D. C., entre otros, la segregación, la no notificación de derechos, el incumplimiento del debido proceso y los castigos extrajudiciales, la CDC decidió segregar a los presos en grupos raciales, étnicos y regionales etiquetados como pandillas, devolver algunos de ellos al confinamiento solitario indefinido y restringir el término del castigo a tres mecanismos: delación, libertad condicional o muerte. Para concretar el sistema como el entorno construido, el CDC creó dos centros de reclusión para hombres y uno para mujeres con Unidades de Vivienda de Seguridad de tecnología avanzada (SHU, una prisión dentro de una prisión). La historia de las SHU aún no se ha contado toda; es indiscutible que causan enfermedad mental y física, que puede inducir al suicidio u otras formas de muerte prematura y prevenible. De hecho, la Organización de las Naciones Unidas define como tortura el confinamiento en aislamiento por más de catorce días.
Las personas encerradas en la SHU de la Prisión Estatal de Bahía Pelícano, algunos desde el día en que entró en funcionamiento, el 10 de diciembre de 1989, podrían o no haber cometido el delito por el que se los condenó en la corte; su inocencia no importa. Durante muchos años abogados y otros han trabajado con personas internadas en la SHU tratando de descubrir la manera de salir, sin categorizar y elegir a quién ayudar, sino entrevistando a cualquier voluntario sobre las condiciones de encierro y luchando por idear un plan general. Algunos activistas crearon manuales y sitios web, hicieron presión ante la legislatura, atestiguaron ante jueces de derecho administrativo, diseñaron casos, organizaron seminarios, se organizaron con familiares e intentaron de diversas maneras sacar a la luz el flagelo de las SHU. (En 1998, en una audiencia sobre el encubrimiento de la muerte de siete reclusos de la SHU, acribillados por guardias, un productor del programa 60 Minutes de Mike Wallace cuestionó: «Díganme por qué preocuparse por estos tipos». «¿Les importa la justicia?» «Por supuesto. Pero la audiencia tiene que preocuparse por la gente. ¿Por qué deben importarles ellos?»).
El departamento se absuelve a sí mismo de infringir las leyes y violar decretos de la corte al insistir en que las pandillas que apadrinaron mandan en las prisiones y en las calles. Después de casi cuarenta años de agitación de la gente por el CDC ampliado, es imposible que no haya una extensión o resonancia sobre los muros de la prisión. La asignación de SHU mezcla a la gente con base en las geografías sociales del mundo libro atribuidas (lo que la CDC dice) y asertivas (lo que los presos mismos dicen) con el fin de minimizar la posibilidad de solidaridad entre personas que, según la lógica circular, son enemigas o si no estarían en la SHU. No pueden verse ni tocarse entre sí, pero frente al barullo de los televisores y el ruido de máquinas de las prisiones, pueden hablar, debatir, discutir. Y aunque la raza no es el único factor de organización, la raza es el término sintético que usa la gente ordinaria, dentro y fuera, para denominar las divisiones. Durante muchos años, algunos de los ocupantes más activos de la SHU debatieron sobre el racismo frente al racialismo, primero acogiendo y después cuestionando diversas formas de supremacías, aunque durante años siguieran aceptando la estructura de sentimiento que mantiene la constante racial como dada naturalmente o preferible culturalmente.
La gente construye las geografías abolicionistas a partir de lo que tienen; un cambio de conciencia puede revisar radicalmente la noción de lo que puede hacerse con los materiales disponibles. Es claro que la SHU, en oposición calculada a la Soledad o San Quintín o Attica de la década de los setenta, atenúa los recursos sociales hasta el punto de quiebre. ¿Pero qué se quiebra? En muchos casos, los encerrados. Pero la conciencia puede dirigirse a una dimensión diferente, liberándose de nociones basadas en el sentido común, de solidaridad, identidad y cambio. Una negación de la violencia mediante la violencia es posible, lo que nos devuelve al territorio de los individuos, como se citó en las páginas iniciales de esta discusión.
Incluso en una institución total, es contradictoria la soberanía, como lo demuestra la resistencia a la tortura. El régimen —sus autores intelectuales y los agentes sociales, sus configuraciones y normas— tortura a los cautivos uno por uno. Pueden arremeter contra el régimen convirtiendo el objeto de tortura en el tema de la historia por medio de las huelgas de hambre. Los participantes vuelven la violencia de la tortura contra ella misma, no despojándola de su violencia, sino más bien replanteando intencionalmente la vulnerabilidad a la muerte prematura como una totalidad con la que hay que tratar, que se mantiene unida por la piel. La primera huelga, cuyos organizadores representaban todas las presuntas pandillas carcelarias, elevó sus demandas upward al CDC, pidiendo modestas mejoras para la experiencia y la suerte de todos los recluidos en la SHU: mejor alimentación, más visitas y algún mecanismo para recurrir las sentencias de la SHU fundados en la evidencia, más que en el engrandecimiento del sistema. Personas de muchas prisiones diferentes a las SHU se unieron a la huelga por solidaridad y una murió.
El CDC ofreció negociar; la huelga terminó. Nada cambió.
Estalló una segunda huelga, bien cubierta por el siempre activo voz a voz de los reclusos, y la infraestructura de apoyo del mundo libre del colectivo organizador. En el contexto de la decisión de la Corte Suprema referente a la omisión médica, y levantamientos en muchos lugares del planeta —Norte de África, Asia occidental, sur de África, las calles de los Estados Unidos— las demandas tomaron una nueva dirección, contra las separaciones que, especialmente en la era actual, normalizan las imaginaciones descentralizadas y las afinidades reducidas cuando la expansividad parece absolutamente necesaria. El colectivo envió sus demandas afuera, horizontalmente, por así decirlo, a sus comunidades constitutivas dentro y fuera, pidiendo que se pusiera fin a las hostilidades entre razas. Aunque algunos interpretan el llamado como «Solidaridad negro-pardo», los documentos del colectivo son radicales y universales, no dejan a ningún grupo fuera. El llamado tiene una historia tan antigua como la modernidad, no importa qué tan anacrónicas pudieran ser las etiquetas actuales.
Lo racial en el capitalismo racial no es secundario ni se originó en el color o el conflicto intercontinental, sino casi siempre diferenciación grupal ante la muerte prematura. El capitalismo demanda la desigualdad y el racismo la consagra. El colectivo Pbsp, escondido de los otros experimentando a la vez la tortura del aislamiento y la extracción del tiempo, refiguraron su mundo, si bien de manera tentativa, en una geografía abolicionista hallando una infraestructura de sentimiento sobre la que pudieran remodelar su experiencia y comprensión de la posibilidad por medio de una conciencia renovada. La ficción de la raza proyecta una animación peculiar del cuerpo humano, y la gente sale a las calles en oposición a sus efectos reales y mortíferos. Y al final, cuando las relaciones del capitalismo racial la sacan del pellejo de la gente, la contradicción de la piel se hace más evidente. La piel, nuestro mayor órgano, vulnerable a todas las toxinas del ambiente, es al final todo lo que tenemos para mantenernos unidos, sin importar cuánto parezca separarnos.